Por Ignacio Fidanza

Se les nota la incomodidad. Una mezcla de sorpresa y resignación. Macri dejó la economía quebrada y endeudada al límite, sin acceso al financiamiento. En caída controlada, es decir, sin estallido. Como un submarino nuclear que se sumerge en el ártico.

Alberto eligió a Martín Guzmán como ministro. Y empezaron las sorpresas. «Resultó mucho más fiscalista de lo que esperábamos», reconoce un ministro. Cerró al máximo la canilla del gasto y sólo libera emisión para mantener el mínimo oxígeno necesario. Como dijo al inició de su gestión, busca evitar que se espiralice una inflación que sigue entre las más altas del mundo. Se trata de un ejercicio de contención que no todos reconocen en la coalición gobernante.

«Esto nunca se vio, no es normal», se queja un gobernador que apura con disgusto un almuerzo, luego de una visita a la Casa Rosada en la que le fue mal. Es de los que apoyó fuerte para que el peronismo regresara al poder.

Ahora se enteran que no hay nada para repartir. Cargos, pero sin presupuesto. Ministerios que son cáscaras vacías. Las promesas incumplidas se amontonan. Desde los clubes de barrio, hasta las políticas de género, no hay plata para nadie. Obra Pública, imposible.

Lo que se ve es un ajuste en marcha, que tiene como corazón la desindexación del gasto social y las jubilaciones. No hay recorte, hay desacople. Ganar tiempo para que el killer silencioso de la inflación haga su trabajo. Licuar, licuar.

«Es lo que nos tocó», se resigna uno de los asesores más cercanos al Presidente. Pero pone fecha: «Si el 31 de marzo no se renegoció la deuda, estamos listos». Alberto lo dijo más claro: «No tengo plata para pagar los vencimientos». En abril son 787 millones de dólares y en mayo 5.246 millones. Para empezar.

El plan económico y político es simple. Conseguir al menos dos años de gracia en el pago de los intereses de la deuda, para volcar ese dinero a reactivar la economía. Desde el Estado. Peronismo clásico. Pero esta vez por goteo. No da para más.

«O nos dan dos años para reactivar con la plata que debería ir a la deuda o defaulteamos y usamos la plata que debería ir a la deuda», agrega el funcionario. Se verá. Hasta ahora el antecedente se llama Kicillof y terminó pagando todo.

Circula cierto malestar con el gobernador. Primero porque apuró a los acreedores desde una agresividad que el gobierno de Alberto no esgrime. Y después porque pagó todo sin quita ni período de gracia. «La consecuencia lógica del proceso que transitó era defaultear si no le aceptaban la propuesta. Para terminar pagando todo, lo hacía el día uno y nos evitábamos todo este ruido», agrega la fuente.

En los días que el mercado cimbró al compás de la pelea bonaerense, el Banco Central perdió más de 300 millones de dólares de reservas para contener el dólar. Tal vez Guzmán debió ser más generoso y entregar los 250 millones que necesitaba Kicillof. Hubiera ganado plata y tranquilidad.

Cada vez más provincias demoran el pago de sueldos mientras esperan la asistencia de la Rosada. Un ejemplo: Tucumán escalonó el pago de los salarios del sector público por sectores, en un cronograma que se inicia el 7 de febrero y termina el 14 con los docentes. En diciembre desactivó la cláusula gatillo y en marzo hará lo mismo. En la provincia de Buenos Aires, Kicillof dice que por ahora la mantiene, pero ya les postergó a los docentes el pago de un porcentaje que debía liquidarles este mes.

«Es el gobierno del pedal», sintetiza un hombre que incide fuerte en Energía. Lo saben las generadoras a las que Cammesa ya les debe más de 40 mil millones de pesos, por la deuda vencida a noviembre. A la que se suman otros 30 mil millones por la importación de combustibles.

El ajuste se siente fuerte en el Estado. Más del 40 por ciento de los cargos siguen sin nombrarse. Se habla de una obsesión del Presidente para revisar cada designación. Puede ser. Pero también es una manera de ahorrar. Hasta que salgan los nombramientos y se complete el circuito administrativo pasan meses antes de liquidar los primeros sueldos. No es un invento argentino. Trump funcionó años con índices todavía más bajos de designaciones políticas. Y no pasó nada más grave que lo que suele pasar. Sin funcionarios se demoran los presupuestos y todavía más lo devengados. Cronoterapia del anestesista, esta vez para bajar el gasto.

La ejecución presupuestaria en enero esta en niveles bajísimos. Los especialistas sostienen que es normal por la estacionalidad y más en un cambio de gobierno. En los ministerios no comparten esa tranquilidad y se preguntan si no está ocurriendo lo contrario: Se aprovecha la «estacionalidad» de las vacaciones para planchar el gasto.

No es la primera vez que al peronismo le toca administrar la escasez. Ya en su segundo mandato Perón tuvo que apelar a la épica de la austeridad. Pero debe ser molesto tener que hacerlo después de una campaña que se centró en cuestionar el inhumano ajuste macrista. Por eso, la centralidad que el actual gobierno le otorga al reparto de la tarjeta alimentaria. Apelan a esa iniciativa como elemento político diferenciador y hasta como indicio de lo que harían multiplicado, si tuvieran dinero.

Pero hoy no se puede. Y en el reconocimiento de esa realidad ingrata, hasta acá, Alberto y Cristina han demolido las prevenciones más extremas.

Fuente: La Política Online