Por Marcelo Gullo

Hace 45 años que murió Juan Domingo Perón, y los peronistas aún no lo han comprendido. Esa incomprensión llevó al «peronismo liberal» a desmantelar la industria argentina creyendo que el proyecto industrializador de Perón había sido superado por el paso de tiempo.

Esa incomprensión llevó también al «peronismo progresista» a intentar la reindustrialización de la Argentina por el camino de la sustitución de importaciones como si el tiempo no hubiese pasado.

Ambos experimentos, después de un primer momento de aparente éxito, fracasaron. Sin embargo, la dirigencia de ambos modelos podría haber encontrado, en la comprensión profunda de Perón, las claves para pensar un proyecto para la Argentina del siglo XXI.

En el entendimiento profundo del pensamiento y el accionar de Perón se puede aún encontrar la llave que nos permitiría superar la vergüenza y el pecado de que uno de cada dos niños argentinos vivan en la pobreza. ¿Qué es se preguntará el lector -más allá de la discusión, nada baladí por cierto, de si esa dirigencia era realmente peronista- aquello que los protagonistas de ambas experiencias históricas no comprendieron? Escucho la voz lejana de un lector no peronista que me grita: «Ser honestos, no robar, eso es lo que no comprendieron». Tiene razón estimado lector, eso no lo comprendieron, pero hay algo más. Con un poco de paciencia, algo difícil, ya lo sé en la era de las preguntas y respuestas instantáneas, le pido me permita desarrollar una pequeña explicación histórica.

La Segunda Guerra Mundial hizo surgir una incipiente industria argentina por sustitución de importaciones. Pero, dicha industrialización no solo había nacido anárquicamente, sin planificación alguna, sino que era mirada y considerada por la clase política argentina como un fenómeno pasajero, como una anomalía destinada a desaparecer cuando se restableciese la paz mundial y volviera a reinar el libre comercio.

Es en esas circunstancias que el coronel Perón se cuestiona y pregunta a sus camaradas del GOU: ¿Cuándo se acabe el conflicto bélico, qué vamos a hacer? ¿Lo que hicimos después de que terminara la Primera Guerra Mundial, seguir aplicando un libre comercio irreflexivo? ¿Vamos a practicar una política económica de fronteras abiertas, sin aplicar ningún tipo de medidas arancelarias que puedan defender de la impiadosa competencia internacional a la naciente industria argentina? ¿Vamos a admitir lo que Estados Unidos propone, que es la aplicación irrestricta y fundamentalista de la teoría del libre comercio?

Conviene recordar al pasar, que el coronel Perón era consciente -y lo era porque había escuchado a sus maestros prusianos del Colegio Militar- que Norteamérica, que había sido proteccionista por un siglo, que había defendido durante décadas su industria con las tarifas arancelarias más alta de la historia económica mundial, de repente, se presentaba, sin ningún rubor como la campeona del libre comercio.

Perón se preguntaba: ¿vamos a aceptar todo eso? ¿Vamos a dejar que la industria naciente argentina quede desamparada a merced de la competencia internacional? No, se respondía, vamos a hacer como si la guerra continuase. Vamos a hacer lo mismo que Estados Unidos hizo después de que en su guerra civil venciera el norte proteccionista sobre el sur librecambista. Vamos a hacer lo mismo que, en materia económica, hizo Otto von Bismark luego que logró la reunificación política de Alemania. Es decir, vamos a poner una gran barrera arancelaria o paraarancelaria para que las manufacturas extranjeras, no entren al territorio argentino, y entonces así podremos, defender a la industria naciente argentina y mantener el pleno empleo.

Sin embargo, Perón era consciente que esa solución era simplemente una solución momentánea, coyuntural, táctica, transitoria, una solución en el largo plazo condenada al fracaso, porque en realidad la Argentina enfrentaba un problema estratégico de una envergadura extraordinaria. Un problema que no era percibido en la época de un modo claro y que, rara vez, se postula hoy, en la reflexión política. Un verdadero dilema. Un dilema del que, si bien Perón era consciente, no le resultaba de fácil resolución. Tal dilema, aún hoy vigente, consistía en que la Argentina tenía -y tiene- demasiada población, para un proyecto exclusivamente agrícola-ganadero-minero pero, al mismo tiempo, esa población era -y es- insuficiente para constituirse en mercado interno consistente con un proyecto industrial clásico. ¿Cómo se sale pues, de esa cuadratura del círculo?

Para superar ese problema, para salir de la cuadratura del círculo, Perón planteó como estrategia una solución original: la realización del «salto de rana» y la construcción de la unidad económica y política de la América del Sur.

La construcción de la unidad económica de la América del Sur, que le permitiría salir a la Argentina de la cuadratura del círculo, había sido predicada por Manuel Ugarte y planteada por Alejandro Bunge. Perón intentó avanzar decididamente por ese camino. Sin embargo, la gran innovación de Perón fue que, de ese problema se sale también y sin contradicción alguna con el camino de la integración, utilizando el concepto de «salto de rana».

El fenómeno conocido como «salto de rana», es aquel por el cual una economía subdesarrollada logra explotar eficazmente una nueva tecnología y así, de un solo salto, consigue alcanzar, a los países avanzados. Frutos de los esfuerzos por realizar ese «salto de rana», la Argentina se convirtió en el primer país de la América del Sur en crear una importante industria aeronáutica, en fabricar motores de diseño propio, en desarrollar sus propios cazas a reacción, en construir los primeros misiles autopropulsados y en elaborar la penicilina.

El entonces coronel Perón pensaba que si los argentinos eran pocos para un proyecto industrial clásico, no lo eran para un proyecto industrializador innovador y radical. Es decir, para un proyecto que se apropiase de la tecnología de punta. Para eso, eran suficientes.

Este el punto fundamental del pensamiento y de la estrategia de Perón, que nunca comprendieron ni los «peronistas liberales» ni los «peronistas progresistas» a los que les tocó dirigir los destinos de la Argentina. Si esos dirigentes, además de no comprender el pensamiento de Perón, eran más liberales que peronistas o más progresistas que peronistas -como estará pensando algún lector- es, convengamos, otra historia.

Quizás, después de tantos fracasos, una nueva dirigencia peronista comprenda ahora sí el pensamiento estratégico de Perón y formule el proyecto que la Argentina necesita para el siglo XXI.

El autor es politólogo, autor de «Relaciones Internacionales. Una teoría crítica desde la periferia sudamericana» (Biblos, 2018)