Emmanuel Macron tomó la palabra el pasado lunes 10 de diciembre, después de reunirse con los interlocutores sociales, a los que una buena parte de los franceses consideran no representativos. No parece, sin embargo, que su discurso vaya a calmar la ira de los Chalecos Amarillos en toda Francia.

En primer lugar, ¿cómo analiza los acontecimientos de este últimos fines de semana?

Lo que me parece más sorprendente es la continuidad del movimiento. El Gobierno esperaba que la presión aflojara, pero no afloja. Es el resultado de una extraordinaria determinación, a la que se suma una asombrosa madurez. No sólo los Chalecos Amarillos se niegan a definirse en términos de «derechas» o «izquierdas»; no sólo actúan sin la más mínima preocupación por lo que piensan los partidos y los sindicatos, sino que no se dejan atrapar en ninguna trampa de los periodistas, por los que sólo tienen desprecio. En los debates televisivos hablan con enorme sentido común, no pierden los estribos, dan muestras de una firmeza ejemplar sin caer en histerismos.

Estamos ante un movimiento de rebelión que se convirtió primero en un levantamiento popular y luego en una insurrección.

Su cólera y su resolución muestran que, habiendo llegado a donde han llegado, ya no tienen nada que perder. Actitud que representa muy bien la de una Francia que, a lo largo de los años, se ha dado cuenta de que si ya no logra vivir, ahora hasta le resulta difícil sobrevivir. De ahí se deriva este movimiento de rebelión, que se convirtió primero en un levantamiento popular y luego en una insurrección.

¿Se puede achacar a los Chalecos Amarillos haber recurrido a la violencia?

Lo primero que se debe es que el principal violento no es otro que Emmanuel Macron. Es él quien ha roto los cuerpos intermedios, ha degradado las clases medias, ha recortado las ganancias sociales, ha permitido que las rentas del capital progresen en detrimento de los del trabajo. Es él quien ha aumentado, los impuestos y el peso de los gastos obligatorios. Es él quien ha sido instalado en el sitio que ocupa para reformar el país a fin de imponer a los “galos refractarios” las exigencias de la lógica del capital y las imposiciones del liberalismo. El pueblo no se ha equivocado al adoptar inmediatamente la consigna de “¡Macron, dimisión!”.

Las violencias fueron efectuadas sobre todo por violentos y saqueadores totalmente ajenos a los Chalecos Amarillos.

Las violencias que tuvieron lugar el 1º de diciembre, sobre todo en los Campos Elíseos, fueron efectuadas fundamentalmente  por violentos y saqueadores que eran del todo ajenos al movimiento de los Chalecos Amarillos. Se vio bien a las claras en el Arco de Triunfo, cuando fueron los Chalecos quienes protegieron la llama del Soldado Desconocido mientras cantaban La Marsellesa y unos encapuchados realizaban depredaciones. Pese a que la policía sabía los nombres y las direcciones de estos violentos, los dejaron actuar con la esperanza de desacreditar el movimiento, cosa que a nadie engañó. Si la violencia fue menor el 8 de diciembre, fue sólo porque la policía había efectuado detenciones preventivas en estos círculos.

Dicho esto, como viejo lector de Georges Sorel que soy, no tengo ninguna ingenuidad ante la violencia: en determinadas circunstancias puede estar justificada, siempre que esté sujeta a cierta coherencia. Cuando un poder se ha vuelto ilegítimo, la insurrección no es sólo un derecho sino un deber. Se podrá lamentar, pero nunca ningún movimiento histórico ha escapado por completo a la violencia. Que yo sepa, la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, celebrada hoy como día fundacional de la República, también estuvo acompañada de algunos “desbordamientos”. Pero sobre todo, hay que constatar que, sin el uso de la fuerza, los CHALECOS amarillos nunca habrían obtenido nada. La «Manifa para todos», hace unos años, había reunido enormes multitudes que finalmente no lograron nada. ¡La revolución no se hace con gente bien educada! Si esta vez los poderes públicos ha retrocedido, es por la sencilla razón de que se asustaron. Este miedo un día se convertirá en pánico.

En vísperas del pasado sábado, vimos cómo todos los representantes de la casta en el poder anunciaban el apocalipsis para el día siguiente, al tiempo que lanzaban «llamamientos a la calma» y «a la razón». Es una estrategia clásica. después de demonizar, condenar, difamar, arrojar leña al fuego, se intenta desarmar la revuelta invitando a que todo el mundo «se reúna en torno a una mesa», lo cual es obviamente la mejor manera de dar vueltas en vano. Es triste a este respecto que la oposición de «derechas» no haya dudado en entonar la misma cantinela: pero ya sabemos desde siempre que la derecha burguesa prefiere la injusticia al desorden.


¿Cómo explica la omnipresencia de las mujeres en el movimiento de los Chalecos Amarillos?

Cuando ya no puedes vivir con el producto de tu trabajo, son las mujeres las primeras que se dan cuenta de que no habrá nada que comer a final de mes. La situación de las madres solteras, cada vez más numerosas, es aún más dramática. Pero esta omnipresencia femenina es sumamente reveladora. Una de las principales características de los grandes levantamientos sociales y populares es que las mujeres participan en ellos y a menudo en primera fila. Es su manera de realizar la paridad de forma tan concreta como distinta a la imaginada por las marisabidillas ridículas que, en París, no piensan más que en la ideología de género, la escritura «inclusiva» y la lucha contra el «acoso».


¿Hablaría de un acontecimiento histórico?

Sí, sin la menor duda. La sublevación de los Chalecos Amarillos es radicalmente diferente de lo que hemos estado presenciando durante décadas. Las comparaciones con el 6 de febrero de 1934 son grotescas, las hechas con mayo del 68 aún más. Pasolini, en mayo de 1968 escandalizó a sus amigos de izquierdas declarando que se sentía más cerca de los policías CRS, que al menos eran proletarios, que de los manifestante, quienes no eran más que unos pequeñoburgueses. Ahora algunos miembros de las fuerzas de policía se han atrevido a mezclarse con los Chalecos Amarillos, porque ambos provienen de las mismas clases populares. Al final de los disturbios de mayo del 68, si la Francia profunda desfiló por los Campos Elíseos fue para expresar su deseo de volver a la tranquilidad. Si hoy esta misma Francia se manifiesta del Arco de Triunfo a la plaza de la Concordia, es para decirle a Macron que se largue. ¡Pequeña diferencia! De hecho, para encontrar precedentes del movimiento de los Chalecos Amarillos, debemos pensar en las revoluciones de 1830 y 1848, o en la Comuna de 1871, y ya no digamos en los sans-culottes de 1789.

Lo que era inicialmente una simple revuelta fiscal se ha transformado muy rápidamente en revuelta social, luego en revuelta generalizada contra un sistema del que el pueblo de Francia no quiere oír hablar más. ¿Es el anuncio de una revolución? Las circunstancias para ello probablemente todavía no se cumplan. Pero es por lo menos un ensayo general. De momento, el pueblo hace uso de su poder de destitución. Le queda darse cuenta de que también posee el poder constituyente y que a lo que aspira sólo se puede lograr cuando hayamos cambiado, no sólo de régimen, sino también de sociedad. Entonces será el momento de hablar de VI República, si es que no de Segunda Revolución francesa.

Y ahora, ¿qué va a pasar?

Es difícil de decir. Macron obviamente no dimitirá. Un referéndum es más que improbable (no está claro cuál podría ser la pregunta), una disolución de la Asamblea Nacional puede allanar el camino para una cohabitación [entre dos tendencias políticas opuestas en la Presidencia de la República y en el Parlamento, N. d. R.], se puede dar un cambio de primer ministro (¿François Bayrou?), pero probablemente no resolvería gran cosa. El gobierno, como de costumbre, ha reaccionado demasiado tarde y demasiado torpemente. Pero el resultado está ahí. Las élites están paralizadas por el miedo, los comentaristas todavía no entienden lo que está pasando, el programa de reformas de Macron está definitivamente comprometido, y también el propio Macron, que se tomaba por Júpiter sentado en el Olimpo, y ahora se encuentra convertido en un Narciso al que le flaquean las piernas en lo alto de su Roca Tarpeya ante un pueblo al que dice oír, pero al que no escucha.

Pase lo que pase, los Chalecos Amarillos ya han ganado. Han triunfo porque han hecho retroceder a los poderes públicos, cosa que no consiguieron ni las familias burguesas hostiles al matrimonio homosexual, ni los oponentes a los vientres de alquiler, ni los trabajadores ferroviarios, ni los sindicatos, ni los jubilados, ni los funcionarios, ni las enfermeras, ni todos los demás. Han ganado porque han conseguido hacer visible lo que se quería que fuera invisible: un pueblo que es el alma de este país. Han ganado demostrando que existen, que cuentan con el apoyo casi unánime de la población, y que están decididos a preservar su poder adquisitivo, pero también su propia sociabilidad.

Han ganado porque al negarse a seguir siendo humillados y despreciados, han demostrado su dignidad.

Han ganado porque al negarse a seguir siendo humillados y despreciados, han demostrado su dignidad. En la segunda vuelta de la última elección presidencial, la alternativa era, decían, «Macron o el caos». La gente votó a Macron, y obtuvo, además, el caos. Este caos se está propagando por todas partes, en Francia al igual que en otros lugares de Europa. Hallándose a merced de una crisis financiera mundial, la ideología dominante, responsable de la situación, tiene ahora su futuro detrás de ella. Los tiempos que se avecinan serán terribles.

Entrevista de Yann Vallerie.