Por Ignacio Fidanza

La periodista es francesa, así que no se la puede acusar de estar teñida por la grieta argentina que todo lo contamina. Sin vueltas, en la conferencia de prensa que Macri y Macrón dieron en el Salón Blanco de la Casa Rosada les pregunto: «Ustedes son dos presidentes a los que se los acusa de gobernar para los ricos: ¿Han hablado sobre los reclamos populares que enfrentan por el encarecimiento de la vida?».

Macrón se escabulló con una larga divagación sobre la aceleración financiera del mundo y los retos que esto genera a los gobiernos. Una versión sofisticada de las «cuatro tormentas» que Macri suele citar para justificar la devaluación que pulverizó el poder adquisitivo de los argentinos.

Apenas cuarenta y ocho horas después, cuando ambos presidentes se felicitaban -y se atribuían- el éxito de la cumbre del G20, Paris ardió. Macron ofrecía flores a los desaparecidos argentinos en la bucólica costa del Río de la Plata, departía con intelectuales en la librería del teatro Ateneo, se convertía -como lo definió el Washington Post- en la «darling» de los porteños, mientras Paris acumulaba furía.

Hay algo discordante en el ambiente. Como un ruido de fondo, una interferencia molesta que penetra en los salones dorados del Teatro Colón y no permite disfrutar a plenitud de tan emotivo espectáculo.

Macri acaso imaginó, cuando logró que los principales líderes del mundo aceptaran reunirse en Buenos Aires, que esa cita lo iba a encontrar lanzado a un proceso virtuoso de inversiones, crecimiento económico y descenso de la inflación. La realidad no pudo ser más antagónica.

Pero volvamos a Macri y Macron. Cada uno con su estilo, comparten rasgos comunes: Apuestos, ricos, de pretendida vocación por el extremo centro o si se quiere, un liberalismo de buenos modales, son la expresión de una elite mundial destinada a brillar. Se supone que son la modernidad, pero ya se sabe: el futuro no suele ser lo que imaginamos.

Cuando se creía que la globalización y el libre comercio era el mantra más seguro, apareció Trump, y Salvini, y López Obrador, y Víctor Orban y volvió el gran maestre Putin, ya desprendido de ataduras liberales. Y la lista de líderes nacionalistas se extiende, engullendo territorios. Y así, el orden establecido pasó de enfrentar algunos pequeños hechos disrruptivos a estar en franca discusión ¿minoría?.

Los buenos y bellos ya no enamoran. Macron, egresado de la prestigiosa Ecole Nationale, hace un esfuerzo por racionalizar la impugnación que enfrenta su administración. Pero el problema no es desentrañar los motivos existenciales de ese malestar, sino resolver la urgencia de llegar a fin de mes.

Los buenos y bellos ya no enamoran. Macron, egresado de la prestigiosa Ecole Nationale, cuna de los mejores cuadros del Estado francés, hace un esfuerzo por racionalizar la impugnación que enfrenta su administración. Pero el problema no es desentrañar los motivos existenciales de ese malestar, sino resolver la urgencia de llegar a fin de mes, como bien les recordó la periodista Valerie Astruc de France2.

La opulencia del G20, el despliegue de banquetes, Mercedes Benz, Cadillacs, almuerzos en sofisticados refugios isleños, el amoroso té de damas en Villa Ocampo, Borges, toda esa gloria recuperada de la belle epoque argentina, contrastan con una economía que destruye empleo de a miles por mes. Con cifras récord de empresas concursadas, con la imposibilidad del crédito. Con un país, en definitiva, donde apenas un puñado de sectores encuentran un horizonte prometedor.

El problema, acaso, no es el G20, sino el momento y el lugar. Y otra vez, la infinita paciencia de la sociedad como dato saliente. Por eso el llanto del Presidente es, más allá de la torpe búsqueda del rédito electoral, una expresión entendible. El espectáculo salió bien, el mundo -al menos una parte- aplaudió con entusiasmo. ¡Hay algo que sale bien! Después de la humillación del exilio forzado del River-Boca, Buenos Aires vuelve a brillar. ¿Pero lo hace para todos?.

La pregunta en todo caso es otra: ¿En este mundo incómodo, por donde saldrá esa frustración que se macera -también- en los argentinos?