Por Fabio Montero

La palabra meritocracia se ha instalado fuertemente en los últimos años, principalmente, de la mano de funcionarios del gobierno nacional. El sentido común, que no pretende ser crítico, la acuño rápidamente como una manera de ascenso social, sin embargo, la meritocracia es como un organismo autoinmune que en su interior porta un virus dispuesto a embestir a los desprevenidos.

En una síntesis etimológica puede decirse que se trata de la “merecida recompensa”, es decir, el logro de objetivos a partir de “méritos individuales”. En nuestro país el campo de mayor desarrollo de esta doctrina se alcanza en el ámbito de la educación, y muchas veces, puede aparecer asociado al concepto de emprendedorismo.

El primero en hablar de meritocracia fue el sociólogo Michael Young que en el año 1958 la utiliza en su libro “Rise of the meritocracy” (ascenso de la meritocracia) para criticar el sistema educativo del gobierno conservador inglés.

En este sentido, la narrativa meritocrática de Young no estaba planteada (como hoy) con un valor positivo, pero parafraseando a Barthes en la “Muerte del autor”, muchas veces en la escritura se “pierde la identidad del cuerpo del que escribe” y las palabras pasan a ser del que las usa. Así, la interpretación caprichosa de muchos lectores condujo el término por la senda de lo deseable.

Para Michel Young la meritocracia genera un marco teórico de desigualdad donde el esfuerzo generalmente puede sostenerse por los sectores sociales que están en mejor posición económica. Sustentaba que este status construye una “nueva elite” que se postula como una “subclase a igualar”

Su crítica apuntó al gobierno conservador ingles que puso en práctica entre las décadas del 40 y el 60 un sistema educativo que se denominó Tripartito. En este sentido, la educación secundaria se dividió en tres tipos de escuelas a las cuales se accedía por pruebas psicométricas que median desempeño, rasgo de personalidad, habilidades y coeficiente intelectual. Con estos exámenes se evaluaba la idoneidad para los distintos tipos de educación.

El sistema Tripartito desfinanció a las escuelas donde asistía la mayoría de los niños (casi el 70 % de los escolarizados) y benefició a los secundarios de elite que fueron casi los únicos en condiciones de ingresar en las universidades. La sociedad comenzaba a dividirse en una sociedad de clase media bien educada y clase trabajadora atrapada en su destino, decía Young

En nuestro país la meritocracia aparece generalmente valorada como un sistema más justo de ascenso, comparado con sistemas jerárquicos basados en la riqueza o posición social, sin embargo, en una economía de competencia capitalista los sectores con mayores ingresos son los que están en mejores condiciones de alcanzar “oportunidades personales”.

Con este horizonte por transitar, el gobierno nacional junto con las carteras educativas de muchas provincias de nuestro país comenzó a trabajar sobre conceptos como: sacrificio, liderazgo, talentos individuales, esfuerzos, habilidad, carisma, economía emprendedora, etc. En este sentido, se multiplicaron en las escuelas públicas las políticas del “esfuerzo” y las formaciones profesionales consustancias con esta línea.

En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, el ex ministro de Educación Alejandro Finocchiaro, dispuso en el año 2016 el retorno de los aplazos en 4° 5° y 6° grado de la escuela primaria para promover la “cultura del esfuerzo”. La Unesco desaconsejó este sistema porque no fortalece mecanismo de inclusión y favorece la repitencia y el abandono prematuro.

La meritocracia suele aparecer asociada al emprendedorismo, esta relación depende, muchas veces, del marco teórico con que se aborde la economía emprendedora y la idea de mayor o menor “logro individual” en alcanzar los objetivos.

En este sentido el licenciado Julián Mónaco señala que el Ministerio de Educación de la ciudad de Buenos Aires realizó entre 2015 y 2017 más de ochenta talleres por año con el programa de sensibilización en emprendedorismo “A emprender”, con el cual se llegó a más 4500 alumnos de escuelas medias. La fundación encargada de la capacitación trabajó anteriormente con la Dirección General de Emprendedores que depende del gobierno de la ciudad de Buenos Aires por el cual los jóvenes finalizaban el curso con una ronda de inversión simulada donde debían “vender” su emprendimiento.

Los docentes tampoco quedaron afuera de la presión de los “aires frescos” que pretenden reformular el currículo, en este sentido, el Ministerio de Educación de la nación – señala Mónaco – realizó a comienzo de 2018 un programa de capacitación denominado “Emprendedorismo para el aprendizaje”. El programa fue dictado por un CEO, un Señor y un Junior (niveles dirigentes de empresas) y apuntó a que los profesores se pongan en el rol de emprendedores educativos para desarrollar capacidades de resiliencia, empatía, etc.

Por su parte otras organizaciones como Junior Achievement Argentina, que también tiene sede en Santa Fe, realizan capacitaciones a estudiantes “Con la misión de inspirar y preparar a los jóvenes para el éxito, promoviendo el espíritu emprendedor, valores, habilidades y educación económica.

La provincia de Santa Fe tiene varios programas de emprendedorismo, entre ellos, el de “Pedagogía Emprendedora” para nivel secundario y Formación Profesional. La marca de agua de estos programas es que la “competencia emprendedora” se centra en contenidos curriculares que abordan el mundo del trabajo en una dimensión social, ética y comunitaria. No obstante ello, y a pesar de las citas de Paulo Freyre, es muy estrecha la senda que sobrepasa la “delgada línea roja” del individualismo.

El merito parece justo, pero es solo un espejismo, un caballo de Troya en una sociedad basada en la competencia descarnada, la desigualdad en el acceso a los servicios educativos y el desfinanciamientos del sistema en deterioro de los sectores vulnerables. En este contexto, donde se suma el fantasma del cierre de profesorados, escuelas nocturnas y rurales y el recorte de los presupuestos en educación, la meritocracia es solo la cáscara de un estado que maquilla las desigualdades con verdades a medias, donde las barreras de clases pretenden borrarse con el discurso del “esfuerzo”.

La meritocracia pone en tensión los beneficios colectivos con las oportunidades individuales, sin embargo, no hay éxitos particulares sin una sociedad que habilite u obstaculice este crecimiento, por lo tanto, el mérito como “éxito individual” muchas veces explota lo colectivo en beneficio propio. Ese es el virus que embiste contra las parte sanas del tejido social.