Por Carlos Duclos

Tal como están las cosas en este país, lo cierto es que el ciudadano común no puede fiarse de las palabras de muchos políticos (de uno y otro signo), de no pocos periodistas y medios de comunicación, de consultoras, de economistas, de ciertos jueces y funcionarios. Cada uno defiende lo suyo, y no sólo que defiende, sino que es habitual asistir, en el caso del ámbito político, a verdaderos ataques al sector opuesto. Hay una guerra entre la dirigencia política y sus aliados que paga la sociedad, como siempre.

Lo único cierto, para el lector, es la observación de la realidad, esa realidad que jamás miente. Y tal realidad aparece cuando se cobran los salarios a fin de mes (si hay empleo), o cuando se cobran los honorarios en el caso de los profesionales, o realizan los balances las pequeñas y medianas empresas y comercios. La realidad está presente cuando se deben pagar impuestos y servicios, cargar el tanque de combustible para el vehículo, pagar el alquiler, hacer las compras en el supermercado, comprar los útiles escolares y un largo etcétera…

Sin descuidar, claro, la otra realidad descarnada a la que la dirigencia política nacional es incapaz de enfrentar: el delito, cuya causa principal es la pobreza y el narcotráfico; problemas, para recordarlo, que le corresponde tratar al gobierno central.

La oposición tiene razón pero…

Tiene razón la oposición cuando sostiene que el gobierno de Macri no va por buen camino. Y no es casualidad que la figura del Primer Mandatario empiece a ensombrecerse mientras la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, asciende en la escala lumínica. Pero la oposición, y especialmente la oposición kirchnerista, no está ciertamente en condiciones de erigirse en juez y parte del proceso calificatorio. Y no lo está porque los yerros en la gestión pasada fueron muchos, porque la confrontación (asunto importante en una sociedad) fue un eje de gobierno que aportó de lo suyo para el rencor argentino y nada más. Y porque no hay dudas de que la corrupción existió y Cristina se fue, por ejemplo, sin solucionar el tema del impuesto a las ganancias que afecta a tantos trabajadores, jubilados, profesionales, comerciantes y Pymes que sobreviven y no nadan en la abundancia.

En Argentina hace bastante tiempo que hay acefalía de poder político que haya obtenido resultados aceptables y encomiables en favor del bien común y de la vida digna. En Argentina, hay que decirlo con todas las letras, ha fallado hasta ahora la derecha, la izquierda y el centro por obra y gracia de sus dirigentes mezquinos, resentidos y muchas veces incapaces.

En el primer semestre del año 2006 el Indec informó que un 26,1% de la población argentina era pobre. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, esa tasa se ubicó en 29% al finalizar 2015. La recesión y la inflación de 2016 llevaron a la pobreza por encima del 30% a mediados de año.

Sostener, entonces, que hace 30 años, 20 años o 5 años había menos pobres para pretender condenar el presente, cuando se habla de un pobreza estructural e histórica del 25 por ciento promedio en el país, es afrentoso, es disfrazar la realidad con un justificativo patético, propio de la mediocridad que reina y gobierna en el país desde hace décadas. Hay que salir a las periferias de las grandes ciudades y observar si las llamadas villas de emergencia se han achicado o si se han multiplicado, y ello solo bastará para sospechar cuál ha sido y es la realidad argentina. Todo lo demás es relato del fanatismo político, del rencor mediocre, que tanto mal le hace a los seres humanos argentinos que aún esperan una vida mejor.