Por Ricardo Alonso

La presión sobre Miguel Lifschitz -para que convoque a una nueva sesión a los diputados provinciales y se apruebe finalmente la manoseada ley de Necesidad Pública- ya no es potestad exclusiva del peronismo y del Ejecutivo provincial.

El intendente de Rosario, Pablo Javkin, no dudó en calificar como «inaceptable» la actitud del presidente de la Cámara baja provincial.

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Pero para comprender por qué Lifschitz se expone políticamente en medio de una sociedad sensibiizada por la pandemia, hay que rastrear razones más profundas. El ex gobernador quiere volver al sillón del Brigadier y eso lo dejó en claro apenas perdió las elecciones del añopasado. En medio de esa interminable y perjudicial transición hizo todo en esa dirección.

El presidente de la Cámara de Diputados aún espera un gesto que no sucederá, porque Perotti sabe hace mucho tiempo que fue elegido por el Frente Progresista como el adversario a vencer.

Sabiendo la crisis que iba a estallar tras cuatro años de macrismo, el entonces gobernador aceleró los gastos y no pagó un solo peso a contratistas y proveedores a partir de ese momento. Por el contrario aceleró la obra pública y llegó a licitar nuevos trabajos -que sabía que no iba a pagar- apenas 15 días antes de dejar el gobierno. Sólo en ese rubro generó una deuda (llamada flotante) de 29 mil millones de pesos que tendría que abordar su sucesor, Omar Perotti. Pero además consumió íntegro al Fondo Unificado de Cuentas Oficiales -otros 15 mil millones de pesos- con lo que dejó al nuevo gobierno con las manos vacías.

Por si todo este panorama no alcanza, basta recordar además que dejó aprobado el presupuesto 2020 que contemplaba ingresos «dibujados» como los supuestos 100 mil millones que la Nación le debe a Santa Fe (la Corte aún no determinó el monto final de la deuda) más otros 5.800 millones de acreencia por la deuda previsional. Esa deuda terminó siendo de 3.800 millones y la nación sólo pudo pagar 774 millones y en dos cuotas.

Para hacerlo más fácil: si Lifschitz hubiese sido reelecto en 2019, hubiera actuado bien distinto el último semestre de su gestión. Nadie niega al socialismo sus logros en materia de salud  pública. Es más, el actual gobernador Perotti se ha encargado de señalarlos en más de una oportunidad y convocó a ex ministros socialistas del área para que colaboren en esta pandemia. Pero también hay que decir que muchos de los nuevos centros de salud se levantaron sin la previsión presupuestaria de personal médico y de enfermeros y hasta de infraestructura hospitalaria.

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También hay que decir que en redes sociales y en todo tipo de declaración, la mayor parte de los dirigentes del PS se encargan muy bien de ocultar a Héctor Cavallero como autor principal de esta política pública que, entonces, comenzaría con la intendencia de Hermes Binner. Cuando en realidad fue Cavallero el que con su decisión de destinar un cuarto del presupuesto municipal a la salud pública, catapultó a Binner como candidato en los 90. Lifschitz y el socialismo todavía no digieren el lugar donde los puso Perotti tras el fracaso de las políticas de seguridad de los últimos años. Por eso es también la dureza.

Lifschitz no enloqueció. Juega al juego de siempre sólo que esta vez arriesga más por la coyuntura de emergencia profunda que plantea la pandemia. 

El presidente de la Cámara de Diputados aún espera un gesto que no sucederá, porque Perotti sabe hace mucho tiempo que fue elegido por el Frente Progresista como el adversario a vencer y sufrió esos embates constantes. Y para eso hay que tildar al actual gobierno de «privatizador» o «ajustador», porque si el peronismo gestiona bien será más difícil para el Frente recuperar posiciones y asegurar su persistencia con hegemonía socialista en su conducción.

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Lifschitz no enloqueció. Juega al juego de siempre sólo que esta vez arriesga más por la coyuntura de emergencia profunda que plantea la pandemia. Es tal el afán de centralidad política que arrastró a toda la oposición a votar un proyecto que otorga algunos puntos definanciamiento a Perotti pero niega las principales herramientas de cualquier emergencia a los que llaman «superpoderes» para justificar su exclusión en la iniciativa de la oposición.

La presión sobre Lifschitz ya no viene de afuera, dentro del propio Frente ya son muchos los que no quieren acompañar al socialista hasta el borde de un abismo del que nadie conoce la profundidad.