Por Hugo March

Hay muchas cosas que las neurociencias aún no han explicado, y una de ellas es la génesis del pensamiento, es decir, en que región del cerebro nace (si ese fuera el órgano porque tampoco está probado), o cómo y porque razón surge un nuevo pensamiento; si su origen es interno o externo al pensador, etc. Porque a decir verdad es poco frecuente que haya nacido debido a nuestra propia iniciativa, ya que por lo general es algo que aparece de repente, y cuando menos lo esperamos está instalado, cuál si hubiese vagado en busca del lugar adecuado donde asentarse, y fuese él quien nos elige a nosotros.

Así me sucedió con esta idea referente a que las secuelas pasan y las tormentas quedan, porque al percibirlo, mi primera reflexión fue que tendría que ocurrir lo contrario, es decir, que habitualmente son las tormentas las que dejan consecuencias.

Y esto es verdad, pero como sé que todas las verdades poseen cierto grado de relativi-dad, profundizando algo más puedo deducir que nada invalida que ocurra lo opuesto, porque en general cualquier secuela, por dolorosa que sea, en algún momento comienza a ceder y a permitirnos retomar paulatinamente nuestra cotidiana forma de vivir, es una de las formas de la sobrevivencia de la especie.

¿Pero somos los mismos, por ejemplo, después de elaborar un duelo?, ¿o al disminuir o eliminarse la secuela comienza otro tipo de tempestad?

Mi idea es que algo importante sucede en nosotros que nos hace diferentes a quienes fuimos, que nos produce algo similar a lo que en el mundo psi se denominaría Estrés Post Traumático, pero que desde mi posición de lego se me figura como una verdadera tempestad.

Aclarando un poco: algo ha producido en nosotros una consecuencia dolorosa, que de a poco y como podemos vamos atravesando, y cuando suponemos que todo ha pasado, que hemos superado la cuestión, resulta que comienza el verdadero temporal. Es decir, una secuela nos produce una tormenta.

Hace un tiempo leí unas palabras maravillosas del Dalai Lama en el “La Salud Emocio-nal” de Daniel Goleman, que en una apretada síntesis se trata de una recopilación de diversas entrevistas, que consisten en formular las mismas preguntas a: un Psiquiatra, un Psicólogo y el propio Dalai Lama, donde se habla entre otros muchos temas, del estrés post traumático.

Al pedírsele su opinión sobre esta patología, muy suelto de cuerpo dice que no la cono-ce, que en el Tibet no se registran antecedentes epidemiológicamente relevantes, a lo que el autor refuta diciendo que no le parece posible, sobre todo conociendo las terribles persecuciones y torturas de las que fueron objeto los monjes tibetanos durante siglos, nada menos que por parte de los chinos, que deben ser los que más saben del tema.

Y el Dalai Lama responde que ningún monje sobreviviente ha tenido consecuencias psicológicas, y que él lo atribuye a dos factores: En primer lugar al esfuerzo del tortura-do por comprender lo que está haciendo el otro, y porque lo está haciendo, forzándose en entender que el mismo torturador sin dudas piensa que lo realiza, porque es algo justo y así debe hacerse.

En segundo lugar, considera que la mayor preparación de los monjes es precisamente llegar a entender el sentido del dolor, y considerarlo siempre un camino para el aprendi-zaje y el crecimiento.
Estas profundas diferencias culturales, y mi esfuerzo por desaprender verdades que nun-ca supe de donde salieron o quién las impuso, me brindan pie para suponer que tal vez las cosas acontezcan exactamente al revés, y las secuelas precedan a las tormentas. Y obviamente, no debe ser una casualidad, ni éste el único tema que funciona de manera inversa a lo que sostienen la razón y/o el sentido común, sino que es en realidad un for-ma de colonización mental y cultural a la que sistemáticamente fuimos sometidos, o en otras palabras y como diría el Negro Fontanarrosa, el mundo ha vivido equivocado, y la verdadera razón y significado de los hechos, se encuentre casi siempre en su reverso.

Hugo March
hugomarch@hotmail.com