El propósito de la palabra no puede ser otro que convertirse en acción en favor del prójimo, en favor del grupo social. La palabra plena de contenido es acción en sí misma. Y la palabra que proviene de una fuente cristalina, es agua que satisface la sed de justicia, de paz; es, en suma, «pura compañía» para tantos hambrientos, sedientos de una vida mejor. La palabra arrojada por cualquier intelectual, y en este caso periodista, debe estar envuelta en el amor que proviene de la vocación de servicio.

Para poder arrojar esta palabra al viento es necesario, imprescindible, la libertad; en este caso la libertad de expresión que a menudo algunos confunden con la libertad de empresa (periodística).

Ryszard Kapuscinski, el gran periodista polaco, decía que para ser periodista ante todo se debe ser buena persona. Podría añadirse que para ser empresario de medios también hay que ser buena persona. El asunto es discernir sobre qué es ser buena persona. Desde luego que, desde un punto de vista filosófico-teológico se podría afirmar que sobre la faz de la Tierra no hay un ser humano bueno completamente. Y en ese sentido, viene a cuento aquello de Jesús: «No me llamen bueno, porque sólo uno es bueno: Dios».

En todo caso, el ser humano, y en este caso el periodista, siguiendo el razonamiento de Kapuscinsky, debería al menos procurar ser bueno en el sentido de conceder a su palabra visos de equidad y de verdad (en la medida en que la verdad puede ser descubierta plenamente).

Sin embargo, algunos medios en nuestro país (y en el mundo) y ciertos periodistas, han hecho de su palabra una mera campaña política, un vil proselitismo. Parecería que los primeros se han convertido en partidos políticos y los segundos en dirigentes o referentes. Se han constituído en poderes y sus agentes que buscan no el servicio al prójimo, sino la satisfacción de sus propios intereses. Descubrir esto no es dificultoso, basta encender el televisor y sintonizar algún canal porteño, basta leer algunos diarios capitalinos y a sus comentaristas para advertirlo frente a este balotaje (aunque la campaña viene de lejos en el tiempo).

Es tanta y tan sobrada la espuma política que destilan, que hartan hasta a aquellos mismos de juicio ecuánime que coinciden con sus ideologías. Y los hay de todos los colores y para todos los gustos. Están aquellos que sólo se enteran de las aberraciones gubernamentales y los otros que sólo quitan la tapa de la parte podrida de la oposición. De justicia discursiva, de equidad en la información, poco; a veces nada.

No importaría si esto fuera el suicidio de ciertos medios y ciertos periodistas (que en realidad lo es), sino que se trata, por ser medios de multimedios de gran alcance y penetración, del homicidio de los derechos de los lectores y de entre estos de los más desprotegidos.

El lectorado argentino, frente a este balotaje, asiste a la polarización no sólo política, sino mediática (salvo excepciones que por lo general son los medios pequeños y medianos). El asunto es destrozar al adversario, a menudo sin escrúpulos y con violencia moral. Todo lo demás interesa poco o nada. Y para tal cometido se apela a cuanta herramienta sirva, sea éticamente correcta o no. Y en el medio de esta batalla, quedan los cuerpos desparramados, en los márgenes del campo de batalla, de los ciudadanos, sobre todo de aquellos más desamparados, más inocentes y poco informados.

Incluso a veces hasta parecería que el fantasma del ministro de propaganda nazi, Goëbbels, ronda por ciertos medios y mensajes: «miente, miente, que algo queda». Y para esto, claro, porque la mentira lisa y llana es muy burda, se apela a la verdad relativa, es decir, y como decía un conocido farsante: «para que la mentira sea creíble tiene que tener una pizca de verdad».

Con las reservas del caso, viene bien recordar lo que decía Malcolm X, teniendo en cuenta que el propósito de todo hombre de bien o que tiende a serlo (en este caso el periodista según Kapuscinsky) debe ser el servicio a los más desprotegidos: «Hay que cuidarse de ciertos medios, poseen la habilidad persuasiva para hacer amar a los opresores y odiar a los oprimidos».