Por Leo Ricciardino

El año que termina en Rosario ha sido el de la articulación política. La Nación concurrió con el auxilio de las fuerzas federales para pacificar un territorio que había llegado al descontrol de la mano de la narcocriminalidad. Pero también la provincia comprendió que debía cambiar su inversión social y volcó como nunca antes recursos para obras fundamentales.

Tal es así que la ciudad, con recursos propios, había planificado terminar el servicio de cloacas para todo el ejido en más de 20 años y ahora calcula terminarlo en los próximos tres años.

La escala de la ciudad está lejos del presupuesto que tiene actualmente y por eso tanto oficialistas como opositores piensan en futuro: que la provincia financie más salud pública rosarina, que insume más del 25 por ciento de la inversión local total.

Con todos estos nuevos paradigmas, la provincia no pudo sin embargo obturar las negras cifras del delito y la violencia. Los argumentos globales para explicar el narcotráfico y el de la disolución de los vínculos familiares para describir el por qué de una sociedad violenta, no alcanzan. Porque hay una parte de estricta responsabilidad provincial que es la policía. Aún con el auxilio de Gendarmería y Prefectura, la fuerza provincial no logra levantar la cabeza para constituirse en un organismo confiable para la sociedad.

Será esa una deuda pendiente para este 2015 y también, eje de una campaña política provincial que tendrá como desafío no banalizar el debate.