Tras el resonante caso ocurrido con el doctor Lino Villar Cataldo, quién mató a un delincuente en circunstancias controvertidas, se armó un polémico debate que hizo que los medios vuelvan a discutir y debatir el asesinato en el marco de la legítima defensa.

Como se recordará, días atrás el doctor asesinó a balazos a un ladrón que intentó robarle su auto cuando el médico salía de atender en su consultorio de Loma Hermosa, en Buenos Aires.

A partir de allí, se generaron miles de repercusiones: ¿De qué lado se está? ¿Quién es la verdadera víctima? ¿El doctor Villardo por haber sufrido el asalto cuando lo único que hacía era salir de trabajar o el delincuente por haber tenido que salir a robar una vez más por vivir en una marginalidad estructural, producto de los recursos que no le brindó el Estado?

Más allá de eso, está claro que comprar un arma implica la decisión de usarla o al menos tomarla como opción,  y marca, además, la convicción de que el Estado dejó de estar donde debía, porque usar un arma, incluso en legítima defensa, implica un acto de justicia por mano propia.

No obstante, el Poder Judicial, que trata de determinar cómo fueron los hechos, es lento y bastante desprestigiado. Si el sistema hubiera hecho lo correcto antes, el delincuente no hubiese sido liberado para reincidir ni tampoco nadie se hubiese visto en el aprieto de matarlo.

Hasta hace unos días, este médico se sentía inseguro por haber sufrido seis asaltos previos y vivía su vida de manera desconcertante. Sin embargo, hoy  su drama es peor. A partir del robo y posterior asesinato, los familiares del delincuente lo amenazaron, tiene miedo, se quiere ir del país y lo peor de todo: mató.

La sociedad toda necesita mayor seguridad, de eso no hay duda. Más de 20.000 rosarinos desesperados por la inseguridad ya demostraron, días atrás, lo que reclama y quiere la mayoría de la gente.

Se necesita seguridad y por eso hay que exigirla hasta el cansancio. La responsabilidad de cuidar al ciudadano es del Estado y por eso una sociedad democrática encomienda esa tarea.

No hace falta tener armas. Una sociedad con menos armas es una sociedad donde hay menos muertes. La mayoría de las armas que hay en Argentina están en manos de gente que no tiene idea de cómo se manejan. No hay que convertirse en lo que el común de la gente pretende combatir.

Lo cierto es que  estas cuestiones sólo ponen en evidencia que el Estado siempre actúa tarde y mal, y sólo salen a flote la marginalidad, la violencia y el miedo cotidianos, propios de políticas vacías y sin soluciones concretas.

Por eso, una vez más, hay que reclamar, exigir y movilizarse para que los estados nacionales, provinciales y municipales brinden una mejor protección a los ciudadanos y sus familias.