Por Marcelo Falak- Letra P

Dentro de una semana, Javier Milei asumirá el gobierno y brindará el discurso de rigor ante la Asamblea Legislativa, en el que expondrá más en detalle su carta de intenciones para la Argentina que viene. Puede que entonces diga que la crisis que hereda es colosal –es cierto–, que señale que esta vez la política pagará el ajuste –sería falso–, que denuncie los privilegios de «la casta» –la incorpora a su administración en toda la medida que le es posible– y que proclame que el monumental plan motosierra es la única forma de evitar una hiperinflación. Esto último sería verdad solo parcialmente: el ajuste es inevitable, pero no hay una receta única para aplicarlo y la suya se basa en hacer recaer casi todo su costo en quienes menos tienen. Primará un mercado, más que libre, fuera de control.

Milei asumirá el gobierno, pero se verá en qué medida asume el poder, mientras descubre el error de no haber esculpido en la campaña nada más que su propia estatua y de depender, ahora, de las exigencias de Mauricio Macri, espada de Damocles sobre una gobernabilidad que se promete conseguir apaleando orcos.

Menudo problema: el presidente electo piensa que su mayor escollo será técnico, vinculado a los modos de ejecutar la austeridad. No será así: el verdadero reto de la ultraderecha será hacer una reforma de contenido pinochetista en democracia, uno que, más que reconstruir la Argentina, tendría un efecto de disolución: de la legitimidad de la política y de la autoridad del Estado. Que se permita esta licencia: el país está por iniciar una suerte de Proceso de Desorganización Nacional.

Diana Mondino confirma que, por razones de dogma y no de interés nacional, la administración Milei rechazará el ingreso del país al grupo de potencias emergentes BRICS y, con eso, resignará oportunidades de inversión en infraestructura con financiamiento llave en mano. Así será a pesar de que uno de los ítems principales del ajuste en ciernes es el cese de la obra pública… Brilla el deleite de la automutilación.

En ese contexto, Tierra del Fuego –puerta crucial a las Malvinas y la Antártida y eslabón más débil de una cadena provincial de por sí débil– ya se intuye víctima especial de lo que viene y pedirá, con dudosas chances de éxito, su ingreso como territorio subnacional a los BRICS.

En tanto, puede darse por hecho que los dientes de la motosierra, que morderán la disponibilidad de pesos en todos los territorios, llevará a más de uno de ellos a la emisión de cuasimonedas. Disolución de la autoridad estatal, disolución de la moneda. Ese es el nombre de lo que viene.

Recuerdos del futuro

El debut del experimento anarcocapitalista que la Argentina le ofrecerá al mundo será un mix de ley ómnibus –o decretazo, según Mondino–, megadevaluación, aumento fuerte de tarifas y combustibles, liberación total de precios, despidos en el sector público –¿decenas de miles?–, desregulación brusca y privatizaciones.

Así, la inflación subirá todavía más antes de, si Dios quiere, bajar. «El índice de inflación del año que viene ya está jugado y va a tener un piso del 200%», le dijo a Letra P el economista Gustavo Reija.

En este punto reaparece el dogma. Mientras el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Daniel Funes de Rioja, avisa que «el sinceramiento de los costos se reflejará en los precios hasta donde el mercado convalide», Milei anuncia que desmantelará la Secretaría de Comercio para ponerle fin a la «aberración» de los controles de precios. Más vale que los precios Justos o Cuidados no son una política antiinflacionaria, pero pueden operar como amortiguadores temporales en renglones de consumo sensibles para los sectores sociales más desfavorecidos. No. Tampoco eso hará. Elige probar cuáles serían los límites de lo tolerable.

¿Cómo sería el plan motosierra? Analytica Consultora realizó una interesante simulación en su último informe, uno que, a falta de precisiones del mileísmo, toma como punto de referencia la política aplicada en 2019, el año final de Macri con monitoreo del FMI, cuando el país alcanzó un déficit primario de 0,4% del PBI, casi un equilibrio antes del pago de deudas.

 

Por un lado, «la aceleración de la inflación que se espera para los próximos meses abre la puerta a una baja del gasto en términos reales, a partir de una licuación a lo largo del tiempo. El shock fiscal será la clave del ajuste al no permitir que las erogaciones del fisco crezcan a la tasa que lo hacen los precios».

«En nuestra simulación, el gasto primario caerá 3,6 puntos del PBI el año que viene, explicado por una reducción de 2,5 puntos en los gastos corrientes y de 1,1 punto en los gastos de capital» –de la obra pública–, señala Analytica. Las jubilaciones y los planes sociales aportarán un ahorro del 0,8% del PBI a ese esfuerzo.

De tal modo, casi 70% de ese «draconiano ajuste» se concentrará «en las transferencias a las provincias y en la obra pública, los jubilados y la administración pública. Spoiler alert: no alcanza con ajustar solamente a ‘la casta’, por ponerlo en los términos que utiliza Milei», sigue.

El ajuste será impresionante. Resulta una mentira piadosa que el anarcocapitalista hable de «estanflación» para describir lo que viene. En realidad, no habrá estancamiento productivo, sino depresión económica, y no habrá inflación, sino muy alta inflación. Será una era de hielo.

Ante la falta de anuncios concretos, es imposible calcular, con cierto rigor, qué caída del PBI podría generar el filo de la motosierra. Por eso, solo off the record y con la aclaración de que solo describían escenarios posibles, economistas consultados por Letra P arriesgaron que el producto podría caer entre 5 y 6% en 2024. Eso no sería estancamiento, claro, y ni siquiera recesión. Sería una depresión económica equivalente, por lo menos, a media pandemia.

Una diferencia es que, en 2020, la inflación fue del 36%, mientras que en el próximo año podría elevarse por encima del 200%, mientras que la previsible retirada del Estado como factor de presión en pos de paritarias mínimamente decorosas causaría un nuevo desplome de los ingresos, que se sumaría al 20% promedio acumulado desde 2018.

 

«PBI = consumo + inversión + gasto público + (exportaciones – importaciones)», dice la fórmula que se enseña el primer día de Economía I en cualquier universidad. Si se la observa, casi todo tirará para abajo: el consumo público y privado, la inversión pública y privada, el gasto del Estado… Lo positivo vendrá por el lado del saldo comercial, alentado por el fin de la sequía, la devaluación esperada, el incremento de los saldos exportables y la disminución de las compras externas. Eso solidificará la posición de reservas del Banco Central, pero también será efecto, en buena medida, del derrumbe de la demanda doméstica.

«Ojalá vivas en tiempos interesantes», dice una oximorónica maldición china. ¿Será ese el precio de cerrarle a Pekín la puerta en la cara?