Por Walter Graziano

Dice el viejo refrán que la necesidad tiene cara de hereje. Es probable que mucho de ello haya en el contexto en el cual se mueve la economía argentina. Veamos por qué. El gran interrogante es: ¿puede reducirse la tasa de inflación a guarismos del orden del 20%/30% anual en forma estable y promoviendo el crecimiento? Esa es la gran pregunta que nos debemos hacer, porque tanto desde el Gobierno como desde la oposición pareciera que es el escenario más favorable que se dice buscar. El presidente Macri no tiene un as bajo la manga en caso de resultar reelecto y parece ser que lo único que busca, en caso de ganar, es llegar a una renegociación “decorosa” de la deuda con los acreedores y reducir así la inflación en la medida de lo posible a esos guarismos y no menos. Desde la oposición algunas voces, en cambio, han manifestado su vocación de realizar un acuerdo de precios y salarios con el fin de reducir a su mínima expresión la “inflación inercial”, aunque sin bajar el crecimiento de precios del orden del 20%/30% anual.

Macri no tiene un as bajo la manga en caso de resultar reelecto y parece ser que lo único que busca, en caso de ganar, es llegar a una renegociación «decorosa» de la deuda

La pregunta que cabe formularse entonces es: ¿cuándo desde el renacimiento de la democracia en Argentina se logró mantener estables tasas de inflación de ese rango y crecer a buen ritmo al mismo tiempo? Veamos: toda la primera parte del Gobierno de Raúl Alfonsín la inflación estuvo muy por encima de esos guarismos -siempre por encima del 300% anual- por lo que debió ensayar a mediados de 1985 el Plan Austral, que redujo la tasas de inflación a niveles por debajo del rango de 20%/30%. Pero eso duró un abrir y cerrar de ojos. Ya en 1986 la inflación estaba de nuevo por encima del 80% anual. Fue recién tras dos hiperinflaciones en 1989 y 1990 -y solo con la aplicación de un plan cuyo objetivo fue reducir la tasa de inflación a un dígito bajo anual: la Convertibilidad- que se logró a la vez estabilizar y expandir la economía de manera robusta. Exhausta la Convertibilidad a fines de 2001, la estabilidad de precios solo se vuelve a lograr al precio de un default, una tasa de devaluación del 300% y un congelamiento tarifario. La estabilidad, recuperada en 2003, se mantuvo -en forma indiscutida- hasta 2007, inclusive. Y es desde 2010 y solo hasta 2013 el único lapso en el que encontramos una tasa de inflación “estable” entre guarismos del 18% anual al 27% anual. O sea, guarismos como los que de aquí en adelante parecen buscarse. Se trata de los únicos cuatro años de los últimos 36 en los que hubo tasas de inflación estables en el tiempo en torno de esos guarismos similares al de “Inflación = 20%” que ahora algunos parecen querer buscar. Debe recordarse que tras 2014 -sobre todo con Macri- la inflación ya no vuelve a estabilizarse. Se alcanza el 26% en 2017… solo para trepar al 47,6% en 2018. Esta información debiera prendernos luces amarillas entonces cuando se repite que la meta sería alcanzar tasas de inflación del orden del 20%/30% anual por una sencilla razón: no se trata de tasas de inflación que hayan sido posibles de mantener en forma estable. Solo el 10% del tiempo eso se logró. Por lo tanto luce arduo tener ahora eso en mente como objetivo. Y la verdad es que las luces amarillas se transforman en anaranjadas cuando se analiza más en detalle lo ocurrido en el período 2010/2013. ¿Cómo fue posible mantener en ese lapso guarismos inflacionarios de entre el 18% y el 27% de manera estable, sin espiral en la inflación? Pues bien, al costo de perder reservas, atrasar tarifas públicas y sacrificar las cuentas fiscales y externas. En otras palabras, yendo a “déficits gemelos”. Vale decir entonces que lo que hubo entre 2010 y 2013 fue un proceso de “inflación reprimida” que no podía ser mantenida eternamente, sino solo mientras las reservas alcanzaran y las tarifas se mantuvieran congeladas. Como Argentina hasta 2010 mantenía un alto nivel de reservas pudo mantenerse la inflación cuatro años en torno del 20%/25%. Pero tras perderse una buena parte de las reservas la Argentina debió despedirse de la posibilidad de mantener guarismos de inflación estables en torno del 20% anual. Ahora bien, si faltaba algo para transformar las “luces anaranjadas” en una clara “luz roja” es que desde 2011 la economía argentina se desacelera bruscamente ingresando en 2012 en recesión, de la cual no se ha salido. O sea que con inflación del 20%-30% estable, la Argentina prácticamente no creció. Cuando esos guarismos fueron alcanzados la inflación siempre se disparó a niveles muy superiores. Y la única vez que eso no fue así fue porque las reservas del país “aguantaron inflación reprimida”, y para colmo fue el origen de la gran caída en la tasa de crecimiento originándose esta estanflación.

La realidad indica que hoy la Argentina no está en condiciones de imitar un proceso como el de 2010/2013 porque no cuenta con un nivel de reservas acorde como para “pisar” la tasa de inflación por largo tiempo ni tampoco porque no se puede dar el lujo de seguir sin crecer.

En síntesis, entonces, pareciera que algunos de quienes vienen colaborando más estrechamente con los candidatos en el terreno económico y vienen postulando el deseo de ir a una “Inflación = 20%” en realidad están persiguiendo una meta ilusoria que puede transformarse en jugar con fuego. Si se trata solo de un enunciado para ganar tiempo puede ser algo eficaz en una situación coyuntural. Pero si se trata de una meta sincera que se pretende alcanzar… entonces puede que estemos en problemas. En problemas graves, porque la situación de la economía argentina es de tal endeblez y debilidad tal cual la deja el presidente Macri que las soluciones reales no pueden tardar demasiado tiempo en aparecer sin que se genere un caldo de cultivo social muy complicado de “enfriar”.

Por suerte, todo indica que el probable próximo presidente, Alberto Fernández, cuenta al menos con dos balas en el cargador. Tiene en su haber el muy atendible argumento de que Mauricio Macri le deja una herencia tan desastrosa que no puede aplicar de golpe una solución, sino que solo puede moverse en aproximaciones sucesivas a la misma. Con lo cual si yerra el primer tiro, va a tener otra chance. Pero la realidad es que lo deseable sería que apenas asuma el cargo el 10 de diciembre próximo, la Argentina comience una nueva etapa y no haya resbalones que puedan erosionar la popularidad del nuevo gobierno poniéndolo en una situación complicada.

La experiencia pasada nos enseña, entonces, que la Argentina no tiene lugar para medias tintas: o padece una inflación galopante, la cual tarde o temprano se devora todos los gobiernos que la sufren, o estabiliza seriamente su economía como se logró tanto en la era de la Convertibilidad como en los mejores años de la era kirchnerista. Y eso solo es posible con superávits gemelos en las cuentas fiscales y externas y un Banco Central ganando reservas, con la gran ventaja, además, de crecer a ritmo muy acelerado. Toda otra solución, como la de “Inflación = 20%” parece, además de ilusoria, muy peligrosa, y para colmo, recesiva.