Era previsible. Si faltó política para conducir en la abundancia, en la necesidad extrema no iba a aparecer por arte de magia. No fue el peronismo, ni Cristina, ni los mercados ni Marcos Peña, aunque este último fue una pieza importante de la debacle que propició esa mezcla de indolencia y autocelebración que se apoderó de Macri, después del triple triunfo del 2015 y una apresurada lectura de los elogios internacionales.

Macri inició de manera desordenada y muy contradictoria un viraje que llega por lo menos un año y medio tarde. El cambio era simple y remite a la interna originaria de esta administración. Nicolás «Nicky» Caputo como fuerza motora de un programa más pragmático y menos retórico, con Melconian como ministro de Economía de verdad.

Esa ala cayó en su momento ante el gradualismo de Peña. En su hora límite, Macri volvió a ensuciar el giro, reteniendo a su jefe de Gabinete. Salió este viraje empastado que estamos viviendo y que acaso ahora tiene al propio Peña como su principal víctima, sin siquiera el derecho a un corte limpio. Lo expone como piñata para que los mismos mediocres que lo elogiaron hasta el ridículo, ahora le peguen en el piso.

El Cambiemos que conocimos está en terapia intensiva. Los radicales miran con entusiasmo creciente una candidatura presidencial de Martín Lousteau, mientras tratan de sumar algunos cargos para el camino. Carrió hace lo que siempre hace cuando está mal: Echa nafta al fuego. Y el PRO se quedó sin eje. Ya venía transitando una fractura entre el ala conservadora-radical de Macri, Peña, Carrió, Torello, Pepin, Clusellas y cia, frente al ala peronista de Larreta, Vidal, Monzó y Frigerio. Habrá que ver como juntan esos fragmentos y quien lidera lo que viene.

La crisis no se resuelve con dólares

Pero el problema es el lunes. Macri implosionó su gobierno en una jugada que contiene un nivel de caos pocas veces visto. En pocos meses pasamos del aterrizaje brusco del fracaso gradualista, a la fantasía de un rescate exitoso de la mano del FMI, a una profunda incertidumbre.

La reducción brutal y no planificada del gabinete a la mitad, amenaza con paralizar la administración pública. El acuerdo con el FMI se incumplió por primera vez en la historia en su primera revisión y estamos sin ministro de Economía. Nicolás Dujovne está afuera, pero como Melconian demora el sí, deberá renegociar el acuerdo con el FMI y anunciar las nuevas medidas, ideadas por su posible sucesor. Insólito.

La idea bastante evidente es convertirlo en Remes Lenicov para que Melconian sea Lavagna.

La obra pública va a bajar a cero. Ni siquiera quedará en pie la promesa postrera de terminar las obras iniciadas. Vidal se asoma a un último año y medio de cartografía sciolista, en un territorio que será el punto cero del ajuste que se viene. Devaluación, suba de impuestos, recesión y caída del empleo y el poder adquisitivo, todo pega antes y mas duro en el Conurbano.

¿Cómo sigue esto? Con pronóstico reservado. La resistencia de Macri a desplazar a Peña se empalma con un rechazo más profundo: el acuerdo con el peronismo que venía trabajando Larreta. Esto sumado a la tensión que genera el conflicto de Carrió con los radicales, mantiene al Gobierno con una base política estrecha. «Se encerraron tanto que ahora no saben como abrirse», sintetizó un importante dirigente de los que Macri perdió en el camino de su simbiosis con Peña.

Los cuadernos, como era previsible no taparon nada. La regeneración ética de la República sucumbió ante el fracaso de la gestión.

Ahora, el Gobierno va a tener que apretar los dientes, sacar el nuevo acuerdo con el FMI y las medidas que prepara. Es de una importancia extraordinaria que se analice bien la viabilidad política de lo que se va a anunciar. En ese análisis se juega el futuro de esta administración, más que en los nombres que se elijan para instrumentarlo.