El pueblo argentino, en ejercicio pleno de la democracia, elegirá este domingo al próximo presidente de la Nación. Para imponer su voluntad deberá valorar las propuestas bien diferenciadas de los dos candidatos que se medirán en el balotaje. Daniel Scioli y Mauricio Macri protagonizarán una histórica segunda vuelta, en un momento crucial para la Patria. Se acerca el momento de decidir qué proyecto de país es el más conveniente desde el lugar que ocupa cada uno y para el conjunto de la sociedad. Es imposible mirar para otro lado, ser indiferente frente a lo que está en juego, desentenderse de asumir el compromiso de elegir a uno de los dos postulantes a ocupar el principal sillón de la Casa Rosada para guiar el rumbo de la Argentina los próximos cuatro años.

Muchas veces, decidir sobre determinadas cuestiones no resulta sencillo. Hay que poner en la balanza todo lo que implica la toma de una decisión, de una elección. Qué se gana, qué se pierde. La resolución final puede tener motivaciones filosóficas, ideológicas, religiosas, sentimentales, económicas. Sin embargo, de cara a los comicios presidenciales, la elección resulta más fácil. Con matices y hasta algunas similitudes en cuanto a la temática de campaña, no así en sus métodos resolutivos, el de Scioli y el de Macri son proyectos de país antagónicos. Es una decisión binaria, un dilema de simple resolución a partir de los claros mensajes de ambos candidatos.

El postulante del Frente para la Victoria propone avanzar sobre la base de las transformaciones iniciadas por el kirchnerismo en 2003, reconociendo que falta mucho para bajar los todavía altos índices de desigualdad social. El empleo, el salario, la industrialización, el desarrollo, el consumo, la inclusión, la política de derechos humanos, el avance científico-tecnológico, la integración regional y el rol del Estado en compañía de los más desprotegidos son ejes prioritarios que aparecen en el país que Scioli propone seguir caminando.

Del otro lado, por momentos con prosa camuflada y confusa, se invita a experimentar un retorno al conservadurismo liberal, con odas al mercado, al establishment, al poder real. Es un modelo que busca presentarse como algo nuevo pero es viejo y rancio. Un “cambio”… al pasado. El neoliberalismo ya fracasó en nuestro país y en la región. Hoy hace aguas en otras partes del mundo. La crisis de ese modelo que comenzó a moldear la dictadura de Videla y compañía estalló por el aire en 2001. La idea fuerza macrista no son globos y bailecitos: es una megadevaluación lisa y llana, un ajuste con shock inflacionario que se resume en suba de precios y, en efecto, caída de salarios, producción y consumo.

El combo económico que anticipa la alianza Cambiemos en caso de llegar al gobierno tendrá un impacto negativo en el mercado laboral. No hace falta adivinarlo, basta con una mirada retrospectiva. Por eso la mayoría de la dirigencia gremial advirtió que no permitirá que se pulverice el poder adquisitivo de los bolsillos de los trabajadores, los derechos conquistados como las negociaciones paritarias y el funcionamiento del Consejo del Salario. Sindicalistas y sus representados esperan correcciones, como en el impuesto a las Ganancias, pero están convencidos que el candidato del oficialismo puede garantizar estas mejoras.

Scioli no es Cristina. Tampoco Scioli es Macri, mal que le pese a la “izquierda iluminada”. Y ahí están las dos ofertas electorales, con contrastes a la vista de todos que permiten discernir, elegir y decidir por la que parezca mejor para el futuro del país. El llamado a votar en blanco, a no definirse por uno u otro proyecto con el argumento de que “no hay diferencias” entre los candidatos que resultaron más votados en los comicios del pasado 25 de octubre desnuda cierta ceguera política digna de consultar a un oftalmólogo. Son posturas supuestamente “equilibradas”, que generan más pena que admiración.

Hay dirigentes, incluso, que se jactan de dar “libertad de acción” creyéndose con el poder de digitar la voluntad popular. Muchos de estos dirigentes y sus iniciativas políticas no cosechan más del 2 por ciento de los sufragios cada vez que hay elecciones. Tienen más rating que votos. Igual se paran en un pedestal. Esquivar el bulto no es de avispados, es de mediocres. No es una virtud hacerse el tonto, el superado, el políticamente correcto. No todo da igual cuando claramente hay dos modelos de país en pugna. En política, como en la vida, siempre hay que elegir.