Por Carlos Duclos

Mientras el mundo se mantenía indiferente y la prensa callaba los actos terroristas que se sucedían en Israel contra los ciudadanos de ese Estado, un periodista escribía en una columna de opinión, hace de esto unos diez años, una suerte de admonición: “Ahora van por los judíos, luego por los cristianos y después por todos aquellos, sin distinción de razas o credos, que no compartan sus patológicas y perversas ideas”.

El tiempo ha pasado y para desgracia de muchos inocentes aquello se ha cumplido y se sigue cumpliendo. Los ataques contra israelitas siguen; hace un tiempo comenzaron las crudas persecuciones a cristianos que a menudo concluyen con torturas y muertes; los atentados terroristas se multiplican en Europa y otras parte del mundo. Bélgica, Francia, Alemania, Turquía, Somalia, Siria, Israel, son apenas algunas de las naciones víctimas de los enfermos homicidas que en el nombre de Dios asesinan sin piedad a personas inocentes.

Sin lugar a dudas Europa aparece como el blanco de los ataques, pero esta es una apariencia, porque pronto podrá decirse (ojalá no suceda) el blanco es el mundo.

Para disimular tanta violencia terrorista que las autoridades europeas parecen no estar preparadas para contener, algunos hechos se atribuyen a “personas desequilibradas mentales”. Muy difícil de creer cuando los atacantes tienen sangre que huele a violencia congénita.

Ayer nuevamente Francia fue el centro de un ataque inusual hasta el momento: un sacerdote católico fue degollado. El ataque se lo atribuyó el Isis y así lo afirmó el presidente francés Francoise Hollande. El párroco fallecido se llamaba Jacques Hamel, era un piadoso cura de 84 años. Hay otra persona en estado crítico.

Mientras tanto el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, ante semejante suceso, inaudito hasta el momento, ha declarado que el papa Francisco ha sido informado y siente “dolor y horror” por “esta violencia absurda”. No es que se persiga el fin de hacerle una crítica velada al Papa Francisco, hombre admirable y admirado, pero el mundo inocente no se ha de salvar sólo con estos sentimientos y mucho menos con la negación de hechos aberrantes o justificaciones absurdas como las que hacen muchos periodistas del mundo más comprometidos con ideologías disparatadas que con la vida.

De paso, sería conveniente recordar que quien comenzó a los hachazos, al grito de “¡Alá es grande!” contra pasajeros de un tren en Alemania era un inmigrante. No es nada nuevo el problema que provoca la inmigración, ya ha sucedido en Suecia y recuérdese sino la muerte de la trabajadora social Alexandra Mezhe, de 22 años, en un centro de refugiados al comenzar este año. Es que la inmigración, tal como se está produciendo en Europa, no es solución para nadie, ni para los inmigrantes inocentes y honestos que huyen de la barbarie, ni para las naciones que los reciben. Los primeros son desarraigados de sus patrias contra su voluntad, las segundas reciben junto a los inocentes olas de infiltrados terroristas. Sin contar que Europa ya no está en condiciones económicas de ofrecer vidas dignas ni a sus propios ciudadanos (salvo excepciones)

Hoy mismo comienzan en la hermosa y antigua ciudad de Cracovia, las Jornadas Mundiales de la Juventud, un hecho relevante en la vida de la Iglesia Católica. Cientos de miles de personas ya están en Polonia aguardando la palabra del Papa quien, de paso, visitará los campos de exterminio. Habrá que esperar unas horas más para que el jefe de la Iglesia Católica se pronuncie sobre una situación que tiene en vilo al mundo y, como dijo un creyente a quien esto escribe: “oremos para que el Espíritu Santo proteja a esos fieles”. Sí, el Espíritu Santo, porque contra los “lobos solitarios” terroristas (nueva modalidad de ataque) parece que las fuerzas de seguridad europeas poco pueden hacer.

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