Por Carlos Duclos

Se equivocan aquellos que se han quedado con la idea de que el nazismo y el fascismo sólo pueden ser atribuibles a las figuras de Hitler, Mussolini y sus seguidores. El nazismo y el fascismo, así como otras manifestaciones o ideas y acciones, como el stalinismo, el neo liberalismo o la izquierda ultra radicalizada y sus acólitos, son exteriorizaciones del mal y por tanto pueden encontrarse en cualquier espacio y cualquier tiempo. Las formas, los modos de acción de unos y otros son distintos, pero los resultados son siempre los mismos: la angustia de los inocentes.

Hitler, Mussolini, Stalin, accionaron por medio de la violencia física directa, fueron autores de asesinatos proverbiales. Lo mismo cabe expresar de aquellos terroristas que hacen de la muerte del otro una forma de imponer sus ideas.

Pero hay otras formas de matar, una forma más sutil, menos literal, indirecta: es el asesinato de los sueños, de los derechos a una vida digna y en paz. Es una forma, si se analiza bien el asunto, atroz. En cierto aspecto tal vez más atroz que la del Führer, o la de Benito, o la de Joseph, porque se somete al ser humano a un tormento permanente, a una muerte en vida ¿Cómo puede vivir con paz interior un padre de familia que es despedido sin razón de su trabajo y no tiene para darle de comer a sus hijos, o que percibe un salario que le resulta insuficiente, harto insuficiente, para alimentar a sus seres queridos, darles todo aquello que reclama su condición de ser humano, o simplemente de “ser”?

El problema argentino no es político, ni económico. Esos son sólo los efectos de la fuente maligna. El problema argentino es de orden moral y ético. El problema argentino, o mejor dicho la causa del sufrimiento de muchos argentinos, es la maldad del poder. Cuando los empresarios encargados de comercializar alimentos, por ejemplo, se empecinan en ganancias formidables, remarcando con voracidad, formando precios y empujando a la inflación a costa del sufrimiento social, debe aceptar el lector que se está en presencia de un “Hitler”, a quien no le importa nada, excepto su ganancia. Es asombroso, no obstante, asistir al hecho de que el consumidor lo premia con su compra.

Cuando el poder político no sólo que permite esto, sino que lo alienta con sus políticas, sepa el lector que está en presencia de un socio de ese «führer» devenido empresario.

Cuando se toma a los trabajadores y sus familias como rehenes para obtener prerrogativas o violar las leyes (por ejemplo con el nefasto y tradicional “despido si me obligan con normas que molestan mi voracidad”) el lector debe aceptar que se está en presencia de un agente en la Tierra del mal, es decir de “La Bestia”, o el demonio que sella a sus seguidores con el número apocalíptico 666.

Este diario publica dos noticias internacionales que para algunos pueden parecer sin importancia. Una: 25 personas resultaron heridas cuando un hombre abrió fuego en un cine de la ciudad alemana de Viernheim (oeste), donde se atrincheró. Otra: unos vándalos destrozaron un mural en homenaje al pequeño Aylan Kurdi, el niño sirio refugiado

hallado muerto en septiembre en una playa turca y cuya foto dio la vuelta al mundo, en la ciudad alemana de Fráncfort.

No son meras noticias, detrás de estos actos no hay vándalos, hay neo nazis. Unos con un símbolo y una creencia, otros con otros. Son la misma cosa: representantes del mal, entes a su servicio. En muchas partes del mundo hay neo nazis, unos enarbolan un símbolo, otros matan gente, otros matan derechos. Algunos en Argentina tienen el poder económico y político y con sus acciones transforman a la Patria en un gran campo de exterminio de corazones inocentes. Así nomás.

Por eso les es lícito y necesario a los trabajadores, a los sectores desprotegidos y a merced de estas nuevas formas de nazismo (mal), apelar a la legítima defensa de sus derechos, de sus vidas. Y sería bueno que los hombres de buena voluntad se sumaran a esto que no implica una posición política, sino adoptar un compromiso frente al mal, provenga de donde provenga.