MARTES, 26 DE NOV

El Mundo ha perdido su Norte

"A partir de ahora no deberá ser más la economía quien guíe los destinos de los Pueblos, sino un sistema político superador. ¿Sus cimientos? Una filosofía de vida y unos valores éticos no meramente formales, como aquellos del contrato comercial y legal que sólo se respeta por miedo al castigo. ¿Sus constructores? La voluntad e impulso de la comunidad organizada de sus propios miembros".

 

Por Francisco Mazzucco*

En situaciones de normalidad decimos que la persona, la comunidad y la especie humana toda necesitan un punto guía, que ha sido metafóricamente asimilado siempre al norte. Pero hoy que hemos sido obligados por la peste a entrar en un estado de excepción, debemos dejar en suspenso toda norma y poner en disputa toda escala de valores. Frente a esto, los pensadores orgánicos que le marcaban el rumbo al sistema, venidos tanto de Europa, como de EEUU o Asia se debaten en una lucha de pequeños burgueses: desde la indefendible posición conspiranoide de Agamben acerca de que el tema no es la epidemia, que ésta es solamente pretexto, exageración mediática para normalizar la opresión; a la respuesta correcta y graciosa (pero que no nos lleva muy lejos) de Nancy, de que si uno le hace caso a Agamben en temas médicos, terminaría muerto; o el debate entre Zizek y Han acerca de la mejor forma de desarmar los Estados nacionales, a favor uno de la globalización encarnada en grupos como la OMS (que por alguna zizekiana argumentación casi mágica, que se nos escapa, representaría un triunfo de una nueva forma reinventada de comunismo –del que también espera ansioso su llegada Badiou, encarnando “la tercera es la vencida” etapa comunista) y Han en defensa de una libertad abstracta representada por individuos racionales que puedan detener en una verdadera revolución humana al Estado chino del Big Data (“¡Individuos del Mundo uníos contra el Estado opresor!”, parecería entonar al unísono el coreano con la escuela de Hayek y Friedman). Todos, por izquierda o por derecha, llevando agua para el molino del sistema global imperante, mientras lo que necesitamos realmente que emerja es una nueva estrella que guíe no sólo a nuestra sociedad argentina, sino a todos los hombres.

Así ante un mundo que ha perdido el norte proponemos el Sur cultural como guía en el estado de excepción. Sur que no es meramente un espacio geográfico, sino la comprensión de que el hombre ha olvidado lo realmente importante, oculto al espíritu de descubrimiento y conquista del norte moderno. Un sur que es el inconsciente cultural del planeta que se levanta en tiempos de crisis y epidemias: el sujeto de la Historia no puede ser ya el mero individuo-átomo aislado, el Robinson Crusoe, con que sueñan los libertarios y que como hemos visto no sobreviviría en una situación de cuarentena, sino el hombre inserto en la verticalidad de un Estado conductor bajo el que prosperen horizontalmente las instituciones intermedias (familia, movimientos sociales, gremios, estamentos); y en un Estado que no puede ser más el modelo guía del Leviatán que nos ha señalado la modernidad (hoy digitalizado como gigante opresor del Big Data). Entrelazar en suma la horizontalidad de las relaciones humanas, respetando a la vez la verticalidad de la autoridad y la jerarquía escalonada (municipios, regiones, naciones) que velen por el bien de toda la comunidad. La estrella del sur cultural debe iluminar más allá de la idea norte del hombre-hormiga actual, que Han atribuye exclusivamente al despotismo característico de Oriente, pero que en realidad representa la esencia original del capitalismo, que fue fundado antropológicamente en la famosa fábula de las abejas de Mandeville, en donde los vicios del hombre-abeja particular se transforman en la virtud de la humanidad-enjambre toda, por medio de ese pase de magia justificado por Adam Smith como la mano de Dios (o sea, del mercado divinizado).

En fin, ante esta presentación “de normalidad” de un hombre-de-panal, anónimo y egoísta, que es subyugado por un Estado monstruo tiránico, debemos rescatar la naturaleza del hombre como militante activo de la praxis política, de una causa que no es meramente partidaria o ideológica, sino una militancia existencial que toma consciencia ante la situación excepcional de la humanidad, del ecoambiente mundial y de la supervivencia de los diversos espacios geográficos, étnicos y culturales, los cuales no deberán ya más asimilarse a meras fotografías selfies del paisaje urbano, avasalladas por el globalismo como mero fondo pintoresco del incansable homo-turista.

Este hombre, con esta nueva luz austral de la consciencia, es quien debe tomar a cargo el timón del barco. Un barco que no es que haya irremediablemente naufragado (se ha hundido el sistema, que no era el barco, sino su lastre, su coyuntural carga), sino que está pasando por aquel estado de navegación que los marineros llaman “la calma chicha”; la quietud total del barco, quietud que es lo que asusta precisamente al capitalismo: la no producción de bienes no-esenciales y, por ende, el no-consumo de dichos bienes superfluos lleva al parate de la cadena de montaje del bien más caro al capital moderno, los hombres-consumidores. El hombre pornográficamente consumista es aquel que determinaba más fehacientemente la esencia de una normalidad que hoy se ha agotado, permitiendo tomar las riendas a un tipo de hombre que no mira ya hacia un crecimiento competitivo ilimitado, disfrazado de eterno progreso, y que puede llevar a la destrucción de nuestros propios ecosistemas y naciones, sino que mira más allá hacia un proyecto integrador que respete las culturas, las tradiciones y las riquezas naturales del mundo, sin destinarlas a ser sólo otro producto más en el escaparate de los bienes e ideologías. El estado de excepción que se impone, la estrella del sur que se levanta es entonces el de la vuelta a los valores propios, los valores de la propia tierra y de los propios paisajes del alma, del reencuentro del hombre en su propia reflexión y en la búsqueda de sus propios fines a los cuales había postergado, para cumplir la nunca acaba rueda de su destino de consumidor insaciable.

A partir de ahora no deberá ser más la economía quien guíe los destinos de los Pueblos, sino un sistema político superador. ¿Sus cimientos? Una filosofía de vida y unos valores éticos no meramente formales, como aquellos del contrato comercial y legal que sólo se respeta por miedo al castigo. ¿Sus constructores? La voluntad e impulso de la comunidad organizada de sus propios miembros –en oposición a aquel norte liberal, en donde los ciudadanos afirman sus identidades propias a partir de la luchas intestinas entre ellos, para ser luego “devorados por los de afuera”, por las fuerzas plutocráticas que dominan el mercado. ¿La finalidad? El sistema político superador deberá ser la refundación de los Estados nacionales, fuertes y autárquicos, para que puedan defender a los hombres ante el mundo globalizador que, como dijimos ya en el principio, ha perdido su estrella guía.

Fuente: Agencia Paco Urondo

*Profesor de Filosofía (U.B.A.) Integrante del grupo académico Nomos. Un grupo de estudios que se dedica a intervenir en problemas de filosofía, pensamiento estratégico y geopolítica desde un enfoque situado y multipolar; y que, además, tiene su propio sello editorial en el cual se han publicado libros de autores como Aleksandr Dugin, Alain de Benoist, y Diego Fusaro.

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