En los nuevos y tan de moda cursos de “coaching” y liderazgo, se repite una y mil veces una idea que debe ser premisa en un conductor, pero que a algunos les cuesta comprender y más aún aplicar: liderar no es mandar, sino guiar, persuadir y saber escuchar. No es nuevo, por supuesto, Dale Carnegie, el famoso empresario y autor del más famoso libro de formación personal y para emprendedores (“Cómo ganar amigos e influir sobre los demás”), basó toda su obra y su vida como empresario en esa lógica.

En la política argentina, el fundador del Movimiento Nacional Justicialista, Juan Domingo Perón, uno de los líderes políticos más talentosos que conoció el siglo veinte y cuyo talento perdura en el tiempo (esto aun cuando el lector tenga todo el derecho de pensar lo contrario), lo acuñó en esta célebre frase: “Conducir no es como muchos creen mandar, conducir es distinto a mandar, mandar es obligar, conducir es persuadir, y al hombre siempre es mejor persuadirle que obligarle.”

Frente a este balotaje, que asoma ya su nariz por la ventana de la voluntad popular, no es posible obviar algunas cuestiones que tienen que ver con esta leve ventaja que el candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, le sacó al candidato de “Cambiemos” y el posible resultado final.

Desde luego, no es novedad que en el justicialismo o peronismo y entre aquellos que no lo son,  pero que ven con buenos ojos en la estructura peronista una política más sensible al ámbito popular y la apoyan, hay preocupación. Y no es para menos. Una masa arbitral de 5 millones de votos pertenecientes a Massa podría inclinar la balanza para uno u otro lado y dirimir la cuestión y, en consecuencia, el destino del país.

El mapa político argentino está cambiando y parecería, a primera vista, que “cambiemos” es la locomotora que viene traccionando con fuerza con la intención de sacar de las vías a la poderosa máquina peronista, de la cual  han dicho algunos, y siguen diciendo (cierto o no es al margen): “sin el peronismo no se puede gobernar el país” ¿Cómo es posible que esta formidable máquina esté hoy entre quedarse en la vía o descarrilar?

Hay varias razones. Una de ellas la explicó muy bien Perón: “Los conductores son solamente hombres, con todas las miserias, aun cuando con todas las virtudes de los demás hombres. Cuando un conductor cree que ha llegado a ser un enviado de Dios, comienza a perderse. Abusa de su autoridad y de su poder; no respeta a los hombres y desprecia al pueblo. Allí comienza a firmar su sentencia de muerte.”

Si se repasa un poco la historia argentina reciente (y no tanto), se advertirá que, para desgracia de muchos, esto es exactamente lo que ha sucedido. No pocos líderes (que han confundido el significado de liderazgo) se entronizaron a sí mismos en “mesías políticos”, tornándose, acaso sin quererlo, impulsados por el subconsciente, en ese Luis XIV que pletórico de arrogancia y suficiencia parece haber dicho (porque no está debidamente probado)  L’État, c’est moi (El Estado soy yo). Si lo dijo o no  poco importa; importa sí sostener que lo expresó con su accionar,  con un régimen que trocó en absolutista y que podría traducirse en: “el rey, el iluminado, soy yo. Yo, que he sigo ungido por la divinidad y por tanto mi palabra es infalible y debe acatarse”.

Pero lo cierto es que el rey o el conductor no es infalible, y además  jamás está solo, hay un séquito que lo entorna y que bien puede corregirlo  o alabarlo y  complacerlo, con todo lo que ello implica. Muchos suelen halagar excesivamente al líder, acariciarle la lengua  para ganar su favor y satisfacer sus propósitos. Esto último es el suicidio del grupo y del proyecto. Como decía el fundador del justicialismo: “La verdadera colaboración no es alabar siempre, sino señalar los errores, hablando un lenguaje claro de realidad, de verdad y de amistad. El verdadero amigo es el que aconseja, y si es el enemigo el que habla, es mejor que esté cerca.”

Hoy Scioli carga con algunos de estos tipos de errores cometidos por algunos y con la insensatez de ciertos  aliados del kirchnerismo quienes, en el marco de un fenomenal disparate, en lugar de sostener al gobernador bonaerense en su carrera presidencial, han formulado declaraciones funcionales a un Macri que ha dicho muchos “vamos”, pero escasos “cómo”. Un Macri que, ciertamente,  hace pesar en muchos argentinos indecisos, por estas horas,  un interrogante: ¿Mauricio es el líder de Cambiemos o por sobre él hay una estructura de poder que impondrá su voluntad si es presidente?

En este marco, a medida que se acerca la hora de la votación, la balanza parecería  inclinarse, a pesar de todo, a favor de un Scioli que estaría siendo acompañado por algunos referentes barriales de todo el país que pertenecen a una institución milenaria y que no viene a cuento nombrar. Un Scioli que ahora tiene el respaldo de todos, o la mayoría, de los  trabajadores que empiezan a sospechar que en 72 horas las obras sociales sindicales podrían desmoronarse por obra y gracia de un poder invisible y quedarse con la mínima e insuficiente cobertura en materia de salud. Un Scioli que va a captar muchos de los votos peronistas de Massa y que cuenta a su favor, como hándicap, con las recientes declaraciones de Prat Gay, el economista de Cambiemos, quien ha confesado (y vale su sinceridad poco difundida por ciertos medios) que el dólar oficial debe aumentar. Eso y decir que habrá una fenomenal devaluación que afectará el bolsillo y la calidad de vida de trabajadores y clase media es lo mismo.

Pero la cuestión no es esta, la cuestión es si Scioli estará dispuesto a comprender, si es presidente, que la ilógica de los “luises” es un atentado no ya contra la estructura política partidaria, sino contra la Patria, un puente de plata tendido (aunque sea sin quererlo) a los que siempre han venido por todo.