El expediente administrativo que fundamentó la autorización firmada en 1996 por Felipe Solá para introducir en la Argentina la soja transgénica de Monsanto resistente al herbicida glifosato ostentaba apenas 136 folios, de los cuales 108 pertenecen a informes presentados por la misma multinacional estadounidense. Sería el primer paso de un largo derrotero que continua hasta estos días, una película siniestra de pueblos fumigados y una incesante migración interna.

El camino de Fabián Tomasi

Luchó en silencio aferrado a su dignidad, denunciando tanto al poder económico como al político. Los medios de comunicación lo dejaron a un costado,  al igual que lo hizo la sociedad. Desde el primer momento que supo que su vida ya estaba signada por una demoledora polineuropatía tóxica severa, decidió transitar el único camino que reconoció como valedero, el del sembradío de consciencia.

En octubre de 2016, Fabián le puso el alma a un mensaje que llegaría a los oídos de niñas y niños de una escuela primaria de Basavilbaso, Entre Ríos, su lugar en el mundo.  Es menester compartir un fragmento del mismo, ya que éste carga en su médula el suficiente material humano para intentar transformar la consciencia de aquellos que serán los encargados de torcer el rumbo de nuestra raza en el futuro.

“¿Saben? Se puede cultivar sin echar venenos. Pero no lo hacen porque no saben. Ya se olvidaron cómo es, y la gente que les vende los venenos no quiere que se acuerden. Que se acuerden cómo era no echar venenos y que el maíz o el trigo salieran hermosos”, sostuvo. Una explicación fabulosa de lo explícito que es este modelo fumigador de la memoria.

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“¿Entienden? Por eso, ustedes que van a ser hombres y mujeres mañana, tienen que saber que las personas y el resto de la vida, tenemos que ser amigos. Y que si le hacemos daño, el daño va a volver hacia nosotros”, relató.

Para finalizar les acercó un consejo a modo de plegaria: “Tal vez cuando ustedes crezcan y tengan que decidir si seguir estudiando o trabajando, lo que decidan hacer, se acuerden de este escrito… y comprendan que nosotros los grandes hicimos muchas cosas mal. Y de esa forma no nos imiten. Nada es exitoso si en su camino perjudica a otros”.

Cuando la imperiosa necesidad de ser escuchado nos hace anclar nuestro mensaje en las generaciones venideras, hablaría a las claras de la sordera exasperante que sufren los adultos. Hemos transformado a la empatía en un producto de una inaccesibilidad manifiesta, salvo que la necesidad de contar con la misma haya golpeado las puertas de nuestros días.

Un pueblo que baila al ritmo de las corporaciones y la palabra hegemónica

¿Sabíamos quién era Fabián Tomasi antes de su deceso? De ser así ¿qué hicimos para poder transformar esta deleznable realidad? ¿Sabemos que llevamos a nuestras mesas? ¿Existe una manera de romper el escabroso cerco mediático? Las respuestas a estas necesarias preguntas no son para nada alentadoras, y es allí donde comienza a consolidarse la derrota de las mayorías para darle paso al triunfo de unos pocos.

Sabido es que el poder maneja cuan titiritero los hilos de la marioneta funcional llamada sociedad. Es por ellos que romper con las superestructuras se hace cada día más necesario para sobrevivir a este aquelarre denominado vida.

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Las políticas públicas parecen arrodillarse ante tamaña demostración de poderío que impone el agronegocio. La marginalidad y la soledad, son dos de los estadios a los que deben enfrentarse aquellos que no piensan hipotecar sus días, pero comienzan a transitar un camino tan espinoso como entristecedor.

Han transcurrido más de 20 años de la llegada de los transgénicos, los resultados están a la vista de todos, pese a que la mayoría de los ojos aún no quieran ver.  El resultado es abrumador, a tasa de índices de cáncer sigue creciendo desbocadamente en las poblaciones con médula agrícola, la frontera sojera arrasando con todo lo que encuentra a su paso consolidando una incesante migración interna, en definitiva, la tierra en pocas manos generando un fenomenal negocio concentrado, hipotecando el futuro de las mayorías.

Estamos a tiempo de despertar, todavía podemos torcer el rumbo de esta historia escrita con venenos e impunidad. La agricultrura ancestral avanza, las ferias campesinas se muestran como una alternativa real que invita a creer. Pero claro, el rebrotar de la consciencia sigue siendo la tarea más difícil de poder llevar adelante, ya que los tentáculos de este perverso sistema no se verán debilitados mientras el pueblo siga dormido.