Por Carlos Duclos

¿Arde París? preguntaron los altos mandos del nazismo al jefe político y militar alemán destacado en la capital francesa,  al enterarse de que los aliados, finalmente,  estaban a las puertas del Arco del Triunfo, ícono de la “Ciudad Luz”, esa de la que Hemingway había dicho, nostálgicamente: “siempre nos quedará”. La pregunta de los nazis no era casual, el psicópata Hitler había ordenado, ante la inminencia de la entrada de los aliados, que la histórica ciudad fuera arrasada. Ello no sucedió porque el general alemán Dietrich von Choltitz,  a cargo de la alcaidía, desobedeció la orden del “mal encarnado”, como algunos llamaron al fhürer.

¿Arde París hoy? Literalmente no, emocionalmente no sólo arde París, sino toda Europa y, fundamentalmente, muchos países que como Francia, Inglaterra, España, entre otros, se han prestado a un juego macabro, desgraciado, que disfrazado de democracia y republicanismo,  no ha perseguido más que intereses económicos de la mano de los Estados Unidos de Norteamérica y ciertos poderes ocultos, invadiendo países árabes y asesinando a supuestos “dictadores” que eran verdaderos diques de contención contra el nuevo “mal encarnado”: el terrorismo islámico. Las consecuencias de las mentiras norteamericanas e inglesas, la insensatez de la avidez por el petróleo, el gas y otros bienes, se están pagando.

Tal como lo sostiene el título de esta columna, el atentado sucedido en las últimas horas estaba anunciado. Anunciado por la historia y por el temperamento de los personajes que lo perpetraron y de sus autores intelectuales. Recordemos:

En la triste mañana del 11 de marzo del año 2.004 diez  poderosas bombas detonaron en Madrid, en las cercanías de varias formaciones de trenes, dejando un saldo de 191 muertos y muchos heridos. El atentado, inédito hasta ese momento por su magnitud, fue perpetrado por varios grupos terroristas con el visto bueno de Al Qaeda, y planeado con minuciosidad por el yihadista marroquí  Amed Azizi, según algunos investigadores. Fue, nada más y nada menos, que  la respuesta a la persecución y devastación de una célula terrorista por parte del gobierno español, y su participación en la guerra contra Irak de la mano del entonces presidente Aznar, aliado de Bush. Lisa y llanamente una loca venganza que pagaron inocentes, como siempre, que nada tenían que ver en las decisiones de los gobernantes.

Un año después, Inglaterra, otro socio de la insensata invasión a Irak, sufrió las consecuencias. En esa oportunidad los terroristas se cobraron la vida de 52 personas e hirieron a más de 700, detonando bombas en el metro, en pleno centro de Londres y en un autobús ¿Las razones?: las mismas, la loca venganza terrorista. En los últimos tiempos, por lo demás, el servicio de contraespionaje británico parece estar preocupado porque los terroristas le apuntan a la reina.

Lo de París de anoche, la tremenda tragedia, fueron actos fundados en el odio, la venganza, la patología, el fundamentalismo y el terror, pero que tienen como génesis, como causa, disparates de ciertos occidentales. Francia había dispuesto a finales de 2014 y principios de este año, bombardeos contra Estado Islámico y hacía pocos días había movilizado, otra vez, hacia la zona de Siria e Irak, a uno de sus portaaviones emblemáticos y más poderosos: el “Charles de Gaulle”. Tuvo su amarga respuesta. Más de 120 muertos, cuyo número crecerá lamentablemente, y un estado de inseguridad que no lo mitiga el tardío cierre de las fronteras, ni la declaración de emergencia lanzado por Hollande, ni la orden de movilizar el Ejército. Actitudes que fueron adoptadas más que por su efectividad por justificar algo de acción, aunque más no sea.

El asunto principal, lo determinante, lo que verdaderamente importa (además de la muertes de tantos inocentes) es que los llamados “aliados”, esa concentración de poder encandilada por el oro negro y el gas, han cometido un grave error en el pasado y lo siguen cometiendo. Y este es haber terminado con Sadam Hussein, sobre quien se le cargó la falsa mochila de que poseía armas de destrucción masiva; haber acabado con Muamar El Gadafi, en Libia, intentar derrocar a Al  Asad en Siria, suministrando armas a los rebeldes para derrocar a un régimen que toleró a las minorías religiosas y puso freno a las locuras terroristas. Todo por el oro y no por el amor a la democracia que se arguye como estandarte para arrasar pueblos enteros, con los efectos que esto le trae al mundo inocente.

Y las cosas (ojalá que no) se pondrán mucho peor, porque Europa y muchos otros países, han sido literalmente invadidos. Los terroristas islámicos están en sus mismas entrañas, son como tumores asintómaticos, invisibles, ciudadanos europeos,  que de la noche a la mañana causan estragos. Todo, además, coronado por un doble discurso del primer mundo occidental incomprensible e hipócrita que habla de igualdad y no discriminación por un lado, y arrasa con países enteros por otro, como sucedió en Libia, Irán, Afganistán y demás. “A Dios rogando, pero con el mazo dando”, porque el oro, para este poder, justifica los medios.

Anoche ardió París, ardió de dolor y de indignación y arden muchas partes del mundo por la misma razón: por la muerte de inocentes a manos de fundamentalistas y por el desparpajo de ciertos poderes “aliados”. ¿Aliados para qué? Cabría preguntar, finalmente, y no porque el final carezca de importancia,al contrario: ¿Quién o quiénes son los verdaderos autores intelectuales de este atentado? El mal repta sobre la faz de la Tierra y no está sólo en Medio Oriente.