Sobre la medianoche de este domingo -como dirían los romanos “ alea jacta est” (la suerte estará echada)-, Argentina contará con nuevo presidente. Una ardua faena le espera a él y su equipo gobernante. Faena que tendrá que focalizar objetivos adentro y afuera de las fronteras.

Interiormente deberá recomponer el tejido social que se encuentra roto. Tender una mano solicitando el aporte de todos los partidos, incluyendo al vencido de hoy. Deberá ser un gesto prioritario y claro. No para conchabar gente y que el staff gobernante se convierta en un collage, sino en convocar a los mejores de cada uno de los sectores que se sientan aptos para iniciar una acción casi titánica.

El frente, fronteras adentro, es delicado. En lo que institucionalmente se refiere con las relaciones con el Poder Judicial. La CSJ tendrá, a partir del 11 de diciembre, que ser completada con dos miembros, dada la renuncia y retiro desde esa fecha de Carlos Fayt. Habrá que buscar juristas de prestigio -que los hay y muchos- prescindentes de su ideología política. Se requiere que aporten idoneidad y equilibrio para restaurar y mantener uno de los pilares de la República. De allí en más, hacia abajo se necesita una justicia –y un Ministerio Público- confiable para la ciudadanía y la suficiente prescindencia en el accionar de la misma.

Con la composición de la nueva Cámara de Diputados, se necesitará una adecuada cintura política para tratar temas delicados. Ya no existirá la mayoría automática de levantamanos. Habrá que consensuar. Aunque el nuevo presidente contará con una herramienta como la “emergencia económica” (más allá de la década ganada) que le facilita a disponer partidas presupuestarias a su antojo.

Un gesto saludable para comenzar con el cumplimiento constitucional sería el envío de un proyecto de ley que derogue esa norma que está en el Presupuesto -un magnicidio constitucional- que se viene repitiendo año tras año y que, hoy por hoy, rige hasta que se trate el Presupuesto de 2017. No solo brindaría seguridad jurídica sino que daría una buena señal de la importancia parlamentaria en la ejecución presupuestaria.

En el plano económico hay frentes en el interior y en el internacional que, por vincularse entre sí, deberán formar parte de un proyecto único. La inflación es la madre de todos los males. Proceder a la devaluación -más allá del grado con que se proceda- si no forma parte de un plan conjunto para contener la inflación será un antifebril que permitirá disminuir la temperatura pero no curar el mal que genera el retraso cambiario. Pruebas al canto: la devaluación del peso de dos años atrás colapsó por el incremento de la tasa inflacionaria.

Las reservas están agotadas. Las que se cuentan, no son genuinas: el swap con China (hay que devolverlo), un préstamo de Francia y los encajes legales en dólares no forman parte de ellas. Descontados, si llegamos a los 12.000 millones podemos darnos por satisfechos. Hay una deuda reconocida hacia los importadores de 9.600 millones de dólares. Deben venderles los dólares a valor oficial para nacionalizar los bienes comprados que están en la Aduana de Buenos Aires. Los requieren para producir, exportar lo que producen y permitir la entrada de divisas. Las manufacturas industriales que Argentina exporta tienen un componente de 60% de insumos importados. Si no se tienen, no se produce. Luego, no se exporta. Si no se exporta no entran dólares que escasean. Ya hay empresas suspendiendo personal o al borde del colapso por intimación y requerimientos de los proveedores del exterior.

Necesitamos, fronteras adentro, políticas agropecuarias inmediatas y a mediano plazo. Para no devaluar abruptamente, podrían bajarse retenciones para que los productores vendan lo que tienen retenido cobrando un precio mayor. Ello significaría ingresos de dólares. Pero hay que pensar en la eliminación de “retenciones” a los productos de las economías regionales. Allí hay asfixia. Pensar en el futuro próxima en la cadena de valores que ponga en movimiento la agroindustria.

Será necesario acordar con los holdouts. Se pudo hacer con Repsol y amistosamente. También podrá hacerse con ellos. Se requiere buenos negociadores. ¿Por qué no recurrir a quienes ya incursionaron en ese terreno en 2006, aunque pertenezcan a un partido que hoy no compite? Ese arreglo, hay versiones varias, nacionales y extranjeras, podría hacerse fácilmente con bonos de mediano plazo. Nos permitiría acceder al crédito internacional para dotar de dólares genuinos a las alicaídas reservas.

Hacia afuera debemos reinsertarnos en el mundo. Primero con un acto sencillo de política interna derogando el degradante Memorandum con Irán que ni siquiera lo ha tratado, hecho ley, sujeto hoy a la declaración de inconstitucionalidad por la Cámara de Casación. Ello nos permitiría una relación más fluida con Estados Unidos y la UE. Además haríamos un acto que generaría mayor confianza en la sociedad, que sigue sin poder creer que las 85 víctimas y familiares del atentado a la AMIA, aún carecen de justicia, no obstante los 21 años transcurridos.

La reinserción merece actos de transparencia institucional: conocer las cláusulas “secretas” firmadas por YPF y Chevrón (ordenado ya judicialmente) o las celebradas con China y sobre todo la referida a esa base de asentamiento en nuestro territorio de la que cada vez se duda más respecto a sus objetivos.

Y atacar la emisión monetaria… va a ser difícil. El bache fiscal es grande. Nadie se priva de nombramientos en la administración pública con sueldos no menores. Eso no es generación de trabajo sino acumulación de gasto improductivo. No tenemos un país desendeudado: el tesoro Nacional le debe al BCRA (por emisión); al PAMI, a la ANSeS, al Nación por préstamos otorgados para cubrir ese agujero negro.

Trabajo ímprobo para Scioli o Macri. Despojados de ideologías. Con pragmatismo para que la historia recuerde al 22 de noviembre de 2015 como una acto de épica argentina