Por Carlos Duclos

Sí, hay algo más en medio del dolor. Uno lo observa, si el ojo del espíritu está atento y escudriñando, a veces en el mismo centro de la tragedia humana. Sentado a la mesa del bar Malos Conocidos, ese que está ubicado en la esquina de calle Salta y bulevar Oroño, yo miraba el balcón destruido que colgaba, como un monumento a la desgracia, de unos hierros retorcidos. Era una de las pocas cosas derruidas que quedaban del edificio de Salta 2141 que se había desmoronado llevándose 22 vidas, millones de sueños y multiplicidad de afectos ¡Qué injusticia! ¡Cuánto dolor!

Yo miraba en silencio, pensativo y dudando, ese balcón símbolo de la tragedia. Dudando de que existiera un orden superior que permitiera injusticias causantes de semejante sufrimiento. Miraba pensando en esa última esperanza que teníamos todos de que Luisiana y Santiago, los dos últimos muchachos que se buscaban, pudieran estar aún con vida. Pero no, después de proteger a esa ilusión hasta con ruegos de miles de rosarinos y argentinos, el destino se encargó de decirnos a todos que no, que no podía ser. Entonces hubo más dolor por las dos últimas muertes y por las últimas  esperanzas rotas.

Pero en esa tarea de andar buscando la noticia, descubrí que en medio del dolor también hay una llama sagrada que invita a  la vida, a seguir adelante, a seguir luchando en este mar de la existencia a veces calmo, a veces ferozmente bravío y sin  piedad. En aquellos momentos, esa llama ardía con fuerza en los rescatistas, en los voluntarios, en los rosarinos que se acercaban al lugar a llevar aunque sea una pizza, un termo con café, a todos los que removiendo escombros o conduciendo un vehículo de apoyo, ayudaban en la escena del espanto.

Flameaba esa llama  en ese hermano  animal que andaba husmeando y buscando vida de la mano de su amigo el rescatista y cuya foto aún guardo en alguna parte de mis cosas. Esa llama ondeaba en los profesionales y voluntarios que auxiliaban a familiares de las víctimas, en los muchachos del mismo bar Malos Conocidos y sus amigos, que ofrecían alimentos y sus instalaciones para los que trabajaban en el lugar.

Esa bendita llama se inflamó en los abrazos y los llantos de los rescatistas al terminar la tarea en medio de los aplausos de los vecinos presentes por tan altruista labor.

Lástima que esa llama sacrosanta no ondee cada día en todas partes, en todos los corazones, para vencer a otras tragedias argentinas que serían fácilmente doblegadas ¡Qué lástima que con frecuencia algunos argentinos, con sus pensamientos, palabras y acciones, hagamos  de la muerte un suceso vano!

Lo que importa, de todos modos hoy, es que muchos no olvidan a las víctimas; importa saber que perdura en el corazón de casi todos esa llama sagrada del amor y la compasión (aunque a veces no se la advierta), esa que hace que la muerte no sea todo y nada más

En memoria de las 22 víctimas: Hugo Montefusco (56 años), María Ester Cuesta (92 años), Carlos López (40 años), Adriana Mataloni (57 años), María Emilia Elías (28 años), Estefanía Magaz (21 años), Domingo Oliva (76 años), Roberto Perucchi (68 años), Teresita Babini (67 años), Florencia Caterina (27 años), Soledad Medina (31 años), Juan Natalio Penise (73 años), Débora Gianángelo (20 años), Federico Balseiro (30 años), Maximiliano Vesco (29 años), Maximiliano Fornarese (34 años), Eraselli Clides Ceresole (78 años), Ana Rizzo (65 años), Lydia D’Avolio (86 años), Luisina Contribunale (34 años), Santiago Laguia (25 años) y Beatriz López (65 años).