Por Graciana Petrone

“Yo soy Artigas” es el nombre del libro en el que la escritora y docente Lisi Rodenas plasma de una forma particular la historia de José Gervasio Artigas (1764-1850), figura trascendental en la lucha por los Pueblos Libres del Sur tras la Revolución de Mayo. Esa manera especial que la autora desarrolló para materializar su obra es la combinación de la investigación académica rigurosa con las características propias del género de la novela.

El libro, basado en diálogos que Artigas mantiene desde su exilio en Paraguay con diferentes personajes está sustentado en material de archivo, con notas al pie, detallado y documentado.

Rodenas presentó el libro recientemente en el Centro Cultural Atlas, de Rosario. El año próximo tiene programadas otra serie de presentaciones en distintos lugares en donde hay centros “artiguistas” de gran envergadura, entre ellos en Santa Fe Capital, Reconquista y por supuesto, Uruguay.

Es que según contó la autora a Conclusión “No a todo el mundo le tiene que gustar la historia, porque a los historiadores nos gusta sumergirnos en los archivos y consultar y ¿por qué no? Me voy a tomar el atrevimiento de hacerlo hablar a Artigas”.

Un relato apasionado

Rodenas habla sobre el personaje de su novela con pasión. Investigó hasta los últimos detalles sobre Artigas, tanto históricos como personales. Contó, además, que “era imposible que conviviera en un hogar monogámico” y que “tuvo hijos antes, durante y después del matrimonio” y que le impidió a su última mujer, Melchora Cuenca, que lo acompañe en su exilio y en cambio se lleva a al africano Encina a quien liberó durante las invasiones inglesas.

Si bien Artigas funda la Biblioteca Nacional de Montevideo, no era un hombre ilustrado “a la manera de Moreno o Castelli que eran egresados de universidades”, pero tampoco era un marginal. Su familia perteneció a la primera burguesía de los hacendados y el primer Artigas fue un hispano aragonés que llegó a principios del siglo XVIII como oficial de la corona española.

“Era un hombre con un profundo conocimiento de la tierra que pisaba, de sus paisanos y del orden colonial que declinaba, de la necesidad de distribuir la tierra porque ya era para España un problema el problema de la distribución del latifundio productivo”.

—¿Cómo se inicia la construcción de este libro?

—Me llevó varios años. Incluso lo abandoné y lo retomé antes de la pandemia. Tengo tres hijas mujeres y este libro es como mi cuarto hijo de papel. Me fui a Montevideo en donde me metí en la Biblioteca Nacional, en Rosario el cónsul me dio el archivo Artigas que está impreso, compré libros y leí, leí muchísimo.

—¿Por qué Artigas?

— Es que es realmente un personaje fabuloso, que por supuesto no lo descubrí ni lo reivindiqué yo, porque los hermanos de la República Oriental del Uruguay lo idolatran. Fue recuperada su figura, sobre todo a finales del siglo XX porque hay una leyenda negra antiartiguista elaborada por el centralismo porteño. Él cometió la osadía de discutirle a Buenos Aires la conducción de la Revolución de Mayo. En ese momento era capitán del Regimiento de Blandengues, un cuerpo creado por el Virreinato del Río de La Plata que cuidaba las fronteras entre la Banda Oriental entre las colonias españolas y las portuguesas. Se inicia como soldado del Regimiento de Blandengues en 1797 y en 1810 ya es un experimentado capitán. En ese momento había trabado relación con Pacho Ramírez, cuando las nuevas ideas bullían en el Río de La Plata y en febrero de 1811, a casi un año de la Revolución de Mayo, se suma a la Revolución.

—Artigas, de una actividad política breve, pero no por eso menos importante…

— Breve, pero muy intensa en el movimiento emancipador. Su actividad política es de 1811 a 1820 porque termina derrotado y se exilia en el Paraguay, pero en esos nueve años lo que hizo fue realmente fabuloso. En ese entonces la Banda Oriental era una provincia en el Virreinato del Río de La Plata, como lo era el Paraguay y el Alto Perú. Los hombres del interior adherían a Revolución, pero querían un sistema confederado con respeto por la soberanía particular de los pueblos y, sobre todo, por respeto y por consideración a las economías regionales, que existían, si bien de una forma incipiente: la fabricación del vino en las provincias de Cuyo, en Tucumán se fabricaban carretas, en Catamarca había una industria textil, había otra de talabartería en Santiago del Estero…Entonces lo que querían los pueblos, tal como se refieren las crónicas de ese momento, era respeto por ese interior profundo.

—¿Cómo toma Buenos Aires las ideas de Artigas?

—En Buenos Aires había una burguesía subsidiaria de la británica que ya había abierto el puerto al comercio exterior. Fue como un imperativo histórico la apertura del puerto porque el reglamento de Libre Comercio lo redactan los borbones en 1777, treinta años antes de la Revolución de mayo, debido a que ya era imposible sostener lo que era el monopolio económico que le había impuesto España a sus colonias de ultramar y, claro, llegan los ingleses con sus barcos cargados de mercancías y lo que hacen era derramar las mercancías, anular el comercio que se producía en el interior y hacer bajar los aranceles del puerto y de esa manera aniquilar la industria incipiente y artesanal del Virreinato. Básicamente, lo mismo que pasa en la actualidad. En 1815, cuando Inglaterra era dueña de los mares y del comercio mundial, Artigas le obliga a pagar aranceles a la flota británica que venía llena de productos. ¡Qué actual es el tema!.

—Había hablado antes de una actividad política breve, pero intensa y ahora vendrá un exilio en pleno apogeo…

—Si. En 1820, en su máximo apogeo, Artigas crea el Protectorado de los Pueblo Libres. En estas peleas se le suman los pueblos del litoral argentino: Corrientes, Misiones, Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe, porque había una estructura económica, básica, pero existía. Cuando termina derrotado y traicionado, entre comillas, por sus dos grandes socios que eran Estanislao López y Pancho Ramírez,  disidencias que hay que mirarlas en el contexto de la época y, cuando López y Ramírez vencen a Rondeau en la Cañada de Cepeda y llegan a Buenos Aires y ahí un poco suena la Hora Federal. Cuando Artigas hace esta pulseada por la defensa del interior, como Buenos Aires no los puede vencer se complota con los portugueses y le hacen invadir la Banda Oriental por estos. Él es inflexible en ese punto.

Sobre todo Pancho Ramírez, con el que tenía más afinidad y dice que hay que negociar y de alguna manera hay que entenderse con Buenos Aires, Artigas dice que sí, pero si se le declara la guerra a Portugal. Como eso no sucede, se interna en el Paraguay en donde está, unos meses en el Convento de la Merced en Asunción.

—Ni el mismo hijo sabía que taba vivo…

—Exactamente. Luego, con Rodrigo de Francia, presidente del Paraguay y con el que jamás se pudo entender, porque este tenor de sistema que describo del Protectorado de Los Pueblos Libres cerraba con el Paraguay adentro. Pero el presidente lo lleva y está veinte años preso en San Isidro Labrador Curuguaty, que era una zona yerbatera cercana a la frontera con Brasil, a 80 leguas de Asunción. En esos veinte años recibe varias visitas. La primera es con Aimé Bonpland, el naturalista francés que estuvo capturado por el presidente de Paraguay, pero que fue liberado y lo visita. En el año 40, muerto Francia, don Carlos Antonio López, nuevo mandatario paraguayo, le permite bajar a Asunción y le construye una casa y allí recibe varias visitas.

—¿Cómo es esta técnica de “hacerlo hablar a Artigas” sin perder la rigurosidad de investigación?

—A partir de las visitas que él tiene yo lo hago contar su historia. Invento algunos personajes. Tuve que transitar por una cornisa muy estrecha: ser fiel al relato histórico, que lo he sido porque todo está documentado, pero al mismo tiempo tomarme todas las licencias que permite la novela como género.

—¿Eso genera fluidez en la lectura?

—Es un ensayo con prosa poética y mucho diálogo, ya que son las conversaciones que él tiene con sus visitantes y consigo mismo. También lo hago reflexionar: con Antonio López, presidente del Paraguay que lo cobija los últimos seis años. También con alguien que lo va a visitar y que está en sus memorias, que lo menciono: el general José María Paz con el que fueron adversarios y eran contemporáneos en esa primera época de la Revolución. Después, cuando Juan Manuel de Rosas, ya en 1946 y en plena Confederación se entera que el Manco Paz lo fue a visitar, piensa que estaban urdiendo una confabulación y le manda un enviado. Rosas jamás había reconocido la independencia del Paraguay. Y le hago tener otro diálogo con ese enviado hasta cubrir toda la historia.

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