Imagen tomada con un dron del amanecer frente al mar del puerto de La Libertad, en el departamento de La Libertad, El Salvador, el 4 de junio de 2021. Xinhua/Alexander Peña

 

Por Alejandro Maidana

El día que la tierra se detuvo es un film de ciencia ficción (en realidad no tanto) que se masificó en las distintas pantallas allá por 1951. Esta magnífica obra de Edmund North dirigida por Robert Wise, explicita sobre la llegada de una nave alienígena al planeta tierra en lo que significaría una misión suicida. La trama resulta fascinante y abraza tintes de una realidad tan concreta como pavorosa, una raza sumamente primitiva y destructiva (la humana) se ve interpelada por un alienígena (Klaatu) que batalla contra la irracionalidad.

En esta película, que tuvo su remake en 2008, intenta demostrar que la profunda crisis global originada por el hombre, necesitaría de un colapso de enormes dimensiones para que la conciencia colectiva pueda revertir el rumbo de la historia. Por ello no es antojadizo emparentar el rumbo que ha tomado el destino del planeta, con una cinta que goza de un argumento tan sólido que genera escalofríos. El día que la tierra se detuvo demostró que la única manera de torcer el rumbo de un destino casi inmodificable, es encontrarse al borde del abismo y casi sin retorno.

El calentamiento global ha pasado de ser una preocupación que nació en el seno de la población adolescente, a convertirse en una problemática que puso en relieve las continuas agresiones a los distintos ecosistemas. Los glaciares se están derritiendo, el nivel del mar aumenta, la voracidad de los incendios gana terreno, el desmonte crece de manera descontrolada, y todo en nombre del progreso y la modernidad. Cada vez es más evidente que los humanos han causado la mayor parte del calentamiento del siglo pasado, mediante la emisión de gases que retienen el calor (gases de efecto invernadero).

Una investigación llevada a cabo por el Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, reveló las dramáticas cifras de muerte que puede dejar el calentamiento global. Aproximadamente 83 millones de personas, equivalente a la población de Alemania, perderán la vida en el 2100 debido al aumento de las temperaturas causado por las emisiones de gases de efecto invernadero. Quizás para algunos pueda resultar una exageración, pero si vamos a regirnos por las distintas catástrofes naturales que vienen azolando el globo terráqueo, lejos está este Instituto de arrojar cifras al aire sin el menor rigor científico.

Las olas de calor son cada vez más intensas, la voracidad del fuego en algunos lugares del mundo es infernal, las inundaciones reeditan el diluvio universal coqueteando con un final amigado con lo bíblico. La capa de hielo de Groenlandia la semana pasada experimentó un «evento de derretimiento masivo» en medio de una ola de calor que afecta al hemisferio norte de nuestro planeta, advirtieron científicos daneses. De acuerdo a Polar Portal, un grupo de instituciones de Dinamarca encargadas de investigar el Ártico, la cantidad de hielo que perdió la isla el miércoles pasado sería suficiente como para inundar el estado estadounidense de Florida con más de 5 centímetros de agua.

Se estima que ese día unas 22 gigatoneladas de hielo se fundieron, de las cuales 12 fueron a parar en el océano y 10 fueron absorbidas por la nieve, donde puede volver a congelase, dijo a Reuters Xavier Fettweis, científico climático de la Universidad de Lieja en Bélgica. Los especialistas sostienen que desde 2019 ha habido un aumento sin precedentes de desastres relacionados con el clima, incluidas inundaciones devastadoras en América del Sur y el sudeste asiático, huracanes en el Atlántico, ciclones devastadores en el sur de Asia y África, olas de calor récord e incendios forestales en Australia y EE.UU.

«Existe una creciente evidencia de que nos estamos acercando o ya hemos cruzado puntos de inflexión asociados con partes críticas del sistema terrestre, incluidas las capas de hielo de la Antártida Occidental y Groenlandia, los arrecifes de coral de aguas cálidas y la selva amazónica», indicaron los autores, calificando a los últimos acontecimientos de alarmantes. Las señales son sumamente concretas, solo el salvajismo capitalista anclado en el consumo y la desidia, puede seguir adelante con una maquinaria tan devastadora como criminal. No existe un planeta B, al menos por ahora, si bien las excursiones a marte no son azarosas.

El 4 de julio, las autoridades en Iraq anunciaron un feriado público, incluida la capital Bagdad, porque simplemente hacía demasiado calor para trabajar o estudiar, después de que las temperaturas superaron los 50 grados Celsius y su sistema eléctrico colapsara. En Canadá y los Estados Unidos las brutales temperaturas dejaron una cifra de muertos espeluznante, los decesos repentinos superaron por tres la cifra usual. La causa de esta ola correspondió a un «domo de calor» de aire caliente estático a alta presión (que actúa como la tapa de una olla) que se extendió desde California hasta los territorios árticos. Cabe destacar que en estos dos países las temperaturas rozaron los 50 grados Celsius.

Conclusión viene abordando las distintas agresiones al ambiente en todo su abanico, con principal anclaje en un modelo productivo contaminador y arrasador de la biodiversidad en todo su conjunto. El extractivismo ocupa un papel preponderante a la hora de analizar una coyuntura tan espinosa en torno a las agresiones al planeta, el desmonte, la utilización de químicos para la producción, han originado un verdadero aquelarre en los distintos ecosistemas que hoy gritan su dolor. Los ciclos de la tierra modificados por la inescrupulosa mano del hombre, el negocio por sobre la salud y la vida, una ecuación para nada esperanzadora que nos ha empujado a ser meros espectadores de un juego maniqueo.

Los transgénicos multiplican el uso de herbicidas y otros agrotóxicos, con las consecuencias que esto supone para el medio ambiente y la salud humana. Los mismos promueven un modelo de agricultura altamente industrializado que sigue expandiendo la frontera agrícola en zonas naturales de toda América Latina. Algunos cultivos transgénicos transfieren los genes introducidos a plantas silvestres emparentadas, transmitiendo esta modificación genética, lo que afecta gravemente a la biodiversidad y plantea consecuencias imprevisibles de estos nuevos seres liberados al entorno.

Cambio climático, contaminación, deforestación, degradación del suelo, energía, escasez de agua, extinción de especies y pérdida de biodiversidad, invasión y tráfico ilegal de especies, residuos y extractivismo pesquero (sobrepesca), son sin duda algunas de las problemáticas ambientales que deberían preocuparnos y alertarnos. Si bien la actualidad nos muestra como distintos líderes mundiales impulsan desde la verba confortables discursos sobre el cuidado de la tierra, el impulso industrial enemigo de la salud y el ambiente, sigue su curso. En América Latina el modelo productivo en base a transgénicos y venenos, convirtió en desierto a ese campo repleto de colores, aromas y sabores. Mientras que el río Paraná no cesa en su bajante histórica, demostrando que su muerte puede estar muy cerca gracias al impiadoso daño originado a lo largo y ancho de su cuenca, la gran mayoría de las plataformas políticas en una su frenética orgía prelectoral, no contemplan en sus programas la importancia mayúscula de encontrar una salida inmediata a los distintos impactos ambientales.

No hay planeta B, no habrá terceras o cuartas oportunidades, ya que la segunda se presentó hace tiempo atrás y preferimos omitirla. Hoy, son los jóvenes quienes elevan el estandarte estoico de la lucha por nuestra casa común, la tierra. Una generación lúcida que no solo piensa en su futuro hipotecado, sino que interpela a quienes ostentan el poder de decisión, brindando la posibilidad de conocer diversas salidas para solucionar un problema global. Lo que está sucediendo en el mundo tiene condimentos apocalípticos, no hay mas tiempo, el futuro es hoy.