Por Graciana Petrone

La desigualdad de género alcanza a los tratamientos de pacientes con problemas de abuso de sustancias psicoactivas, siendo las mujeres las menos beneficiadas por múltiples causas inherentes a su condición femenina. Este contexto hace que la atención sanitaria se refleje en “un problema de costos”, lo que implica que los dispositivos necesiten de más recursos humanos y de profesionales especializados, como de una mayor infraestructura.

“Es que la accesibilidad al tratamiento por parte de la mujer está más complicada que la del hombre, por eso en general hay menos mujeres que se tratan, pero además cuando ingresan lo hacen con niveles de complejidad mucho mayores y con dificultades para poder sostener el tratamiento por razones ajenas a la adherencia o a la propia enfermedad”, señaló a Conclusión Gonzalo Martínez, fundador de la Asociación “A partir de ahora”, con sede en Mendoza.

El especialista refirió que lo antes descripto hace que “el dispositivo para mujeres tenga un costo mayor al de los hombres y la obra social no lo reconoce”.

“En nuestro caso –agregó–, tenemos un dispositivo que es específico para mujeres y eso implica que haya personal más especializado y, por protocolo, siempre hay más gente coordinando grupos de mujeres que de hombres”.

También explicó que las mujeres forman parte de “una población específica”, al igual que la de los adolescentes o de los alcohólicos. “Desde lo espiritual las mujeres sufren más por cuestiones que tienen que ver con la humillación, la estigmatización, la denigración, ya sea por parte de las parejas, de las mismas familias, de la sociedad y del mismo contexto de consumo. En las mujeres la cuestión de consumo tiene un tinte aún más marginal”, señaló.

Con respecto a la maternidad Martínez dijo que las mujeres, aún en etapa de consumo, no suelen abandonar a sus hijos por propia voluntad y contó que, en Mendoza, por ejemplo, cuando nace un bebé y le detectan cocaína o marihuana en sangre,” la madre sale del hospital sin su hijo” por lo cual “es la misma Justicia la que se lo saca” y lo pone bajo tutela de abuelos o familias en condición de guarda.

“En la confección de la estrategia, del tratamiento, los profesionales tienen que estar más formados. Hay que tener una humanidad distinta, con un nivel de ética, más cálido. Porque cuando la mujer llega con otro nivel de sensibilidad. Hasta la actitud con que llegan con culpa y hasta vergüenza de hacer el tratamiento. En esto la obra social no consideran la diferenciación a la hora de pagar. Para ellos son prestaciones, pacientes o afiliados. No hay diferenciación de género, mientras los dispositivos necesitan de distintas herramientas que encarecen al tratamiento. Lo mismo ocurre con los alcohólicos o los menores de edad que son poblaciones diferenciales y las obras sociales tampoco lo consideran”. Concluyó Martínez.

Un problema de hace tiempo

Vanesa Jeifetz, magíster en Salud Pública de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en su estudio “Equidad de género en la adherencia al tratamiento de adicciones. Representaciones y prácticas de profesionales y pacientes en un servicio de internación de un hospital público” realizado en 2011 abordó este tema en profundidad.

Una de los objetivos planteados por el equipo coordinado por Jeifetz fue explorar la igualdad de género en relación a la adherencia al tratamiento de adicciones, en particular en un servicio de internación u hospital público, para identificar los modos en que la desigualdad puede traducirse en inequidad en salud.

“Se han relevado diferencias injustas en la accesibilidad simbólica de las mujeres a los tratamientos, debido a que las adicciones resultan más sancionadas socialmente en ellas, ya que contradicen los estereotipos del género femenino y de este modo, las mujeres cargan con el estigma de ser vistas como locas, malas madres, prostitutas, etc., lo que las lleva a no tener la posibilidad subjetiva de solicitar tratamiento de manera oportuna”, refiere el estudio de la académica.

Desde el ámbito de la investigación, pero en consonancia con lo referido por Martínez, el estudio da cuenta de que los varones tienen más apoyo de sus familias durante el tratamiento que las mujeres.

“Este hecho – señala Jeifetz –se atribuye en parte a la representación social aún muy presente en nuestra sociedad, que considera a las adicciones como un problema que afecta a los varones y a los estereotipos de género que operan en las familias, que sancionan en mayor medida a las mujeres que a los hombres adictos, ya que las mismas suelen contradecir lo que socialmente se espera de ellas: que sean dóciles, pasivas eróticamente, tranquilas, buenas madres o que inhiban su hostilidad, entre otros aspectos.