Por Fabio Montero

Una vez más el debate sobre el desembarco de Uber en Rosario se instala en la prensa de la ciudad; para nosotros, es sólo una excusa para hablar de su modelo de trabajo.

La empresa de plataforma despierta pasiones y rencores, tantos sueños como desilusiones, pero no es más que un señuelo creado sobre la base de un modelo de negocios por el cual algunos ganan y otros sufren los daños colaterales.

Uber es la ilusión del laburante que intenta ser su “propio jefe”, socio privilegiado de un empresario poderoso que no conoce y de una empresa líder de la que no está al tanto. Sin embargo, al final del recorrido suele exfoliar su capital y su cuerpo. Es la crónica de una muerte anunciada donde, al igual que en la novela de García Márquez, la víctima se entera unos minutos antes de su perentorio desenlace. Aun así, es un damnificado de un modelo que se alimenta en la desocupación y la desidia.

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La uberización es un neo eufemismo que se refiere a la utilización de plataformas y de dispositivos móviles para unir usuarios con proveedores. También describe una estructura empresarial basada en modelos de negocios sin empleados (se consideran colaboradores o asociados) y sin ninguna relación de dependencia que favorece la precarización laboral, previsional y de servicios sociales.

Estos modelos tienen como características la inestabilidad laboral, mayor riesgo a cargo de los trabajadores, ruptura de lazos sociales (se basan en la competencia desmedida), perdida del capital de trabajo de los “asociados” y jornadas horarias sin techo.

La inestabilidad en la cobertura de salud y aportes jubilatorios de estos trabajadores creará un problema que tendrá que enfrentar el Estado con su estructura sanitaria y previsional. En otras palabras, parte de los impuestos estarán destinados a la cobertura social y previsional de los trabajadores uberizados, mientras que las ganancias de las empresas, forman parte de la nube financiera administrada desde paraísos fiscales.

La Uberización no es un problema de rechazo a las tecnologías, sino de relaciones laborales donde el jefe de la empresa es un algoritmo programado para generar ganancias offshore.

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Modelos innovadores y disruptivos, transacciones entre pares, negocios de par a par, consumo personalizado, trabajo en equipo y economía colaborativa son algunos de los eufemismos que esgrimen los nómades digitales que ponderan las virtudes de un sistema que sacraliza a los consumidores y los divorcia de su condición de trabajadores.

Sin embargo, detrás de la cáscara .0 solo se visualiza un mercado laboral precario, flexible y a corto plazo. Sin embargo, a pesar de la innegable pérdida de derechos, el modelo Uber se instala en un sector de la sociedad como parte de un presente deseable, una quimera de autonomía, libertad y desarrollo individual (no social), que se contradice con la letra chica del contrato. Después de todo, nadie está dispuesto a leer esas letritas indescifrables.

Esta Uberofilia (amor a Uber) puede explicarse desde la posición de algunos pensadores que revelan un estado de situación (una especie de mensaje hegemónico previo a las propias plataformas) que se instala en la sociedad como parte del “sentido común”.

En este sentido, el filósofo italiano Antonio Gramsci decía que a hegemonía cultural es la cosmovisión (creencias, valores, costumbres) que imponen los sectores dominantes, para crear normas naturales e inevitables que “pretenden” beneficiar a todos cuando en realidad favorecen a pocos.

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Por su parte el filósofo surcoreano Byung-Chul Han dice que “ahora uno se explota a í mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”.

Uber es todo eso, pero también, es una salida laboral para un mercado de trabajo que tiene un alto índice de desocupación e informalidad, un cardumen de mano de obra disponible en la que pescan los depredadores que encarnan con pedacitos de lombriz.

Por eso, la disputa por Uber no es solo un problema de competencia entre conductores autónomos y taxistas, sino un profundo debate acerca de la política, la economía, la sociedad y el trabajo.

En estas instancias es donde se vislumbra la capacidad anticipatoria y estadista de nuestros legisladores. ¿La tendrán?