Por Florencia Vizzi

«La verdad es que, a esta altura, yo creo que esto lo hago más por mí que por la gente. Es casi egoísta… porque la sensación que yo tengo al sentir que puedo hacer algo, aunque sea algo, por alguien, es increíble». Quien expresa esta palabras es Facundo Vijande, fundador y artífice del Comedor y Centro Cultural «Dorita», ubicado en el corazón de barrio Sarmiento que, tres veces a la semana, abre sus puertas para darle de comer a unas 400 personas. Y son palabras que, si bien dijo al final de la presente entrevista, sin dudas, representan todo lo que se respira en el galpón donde funciona la institución solidaria.

Dorita, además de ofrecer un plato de comida caliente a quienes más lo necesitan, es también un lugar donde los más chicos reciben apoyo escolar, o donde una persona en situación de calle puede acudir a usar sus duchas comunitarias o el “roperito” abierto para abrigarse cuando hace frío, y donde también se puede obtener, si así se lo desea, un corte de pelo gratis para verse mejor.

Dorita

La génesis del proyecto tuvo su origen en el 2015. «Yo apadrinaba un comedor que estaba por aquí cerca, en el barrio, y que en 2014 cerró porque falleció la persona que lo gestionaba, relató Facundo a Conclusión. Después seguí colaborando por mi cuenta con instituciones, comedores escolares o gente en situación de calle. Pero, sobre finales de 2015, después de mucho pensarlo, me decidí a dar este paso».

Vijande tiene 40 años y es comerciante, y afirma que, en  ese tiempo, no le estaba yendo mal. «Tengo un pequeño negocio de venta de bebidas y tenía unos ahorros y dos autos. Entonces me dije «¿para qué?. Vendí uno de los vehículos y el dinero que saqué de la venta, lo usé para abrir el comedor», explicó.

«La idea surgió como un comedor, porque era lo más necesario y lo más urgente, pero la verdad, es que yo quería algo más, no sólo un lugar para retirar comida, sino un lugar que también brindara otras cosas, por eso se me ocurrió lo de comedor y centro cultural», explicó.

«Yo pensaba en un espacio en el que se pudieran desarrollara actividades para chicos, adolescentes y adultos. Cualquier tipo de actividades, taller de música, dibujo, clases de apoyo, alfabetización. Compré un horno para hacer un taller de panadería, taller de cocina, o de oficios, albañilería, lo que fuera».

Con el dinero de la venta del auto, Facundo consiguió alquilar un galpón que queda justo frente a su casa, en Pacheco al 600, y armarse de lo más necesario para arrancar. «Lo fui acondicionando de a poco, cuando alquilamos este lugar estaba todo venido a menos. Así que, en el tiempo libre, sobre todo los fines de semana venía con mi familia y mis amigos para acondicionar el lugar», relató.

«Cuando le conté la idea a mi mamá, ella en seguida me dijo, yo te voy a ayudar, yo cocino. Y renunció a su trabajo para darme una mano a mí», contó Facundo. «La verdad es que, en un principio, pensaba cocinar yo cuando salía de mi trabajo a la tarde para entregar las viandas cerca de la cena. Fue mi vieja la que me dijo que era mejor al mediodía, así los chicos que iban a la escuela de mañana podían comer a la salida del colegio y los que iban de tarde ya tenían la panza llena con algo caliente», agregó Facundo.

Así es que, cuando llegó el momento, fue algo casi natural que el comedor llevará su nombre. «Es un nombre corto, pegadizo, atractivo, pero sobre todo, es una especie de homenaje hacia ella, que es la que viene todos los días a cocinar, habla con la gente, se pelea con ellos, se pelea conmigo, y lo hace con ganas, con amor».

Así se fue armando el Comedor y Centro Cultural Dorita, con las horas libres y la buena voluntad  de la familia y los amigos, donaciones de los vecinos y conocidos que aportaron al lugar una cocina apropiada, ollas, heladera y alimentos no perecederos.

«El 5 de abril de 2016 lo inauguramos, señaló Vijande. Hice una pequeña reunión aquí para contarle a todos de qué se trata y que eso nos posibilitara a conseguir más donaciones. Y el 6 de abril abrí la inscripción para los vecinos del barrio, la mayoría de los que vienen es gente de los asentamientos que están por Travesía. Ese primer día anotamos, sólo en dos horas, a 70 personas. Y con ese número arrancamos, porque ya, de por sí, era todo un desafío cocinar para tanta gente”.

Quienes se anotaban para retirar comida tenían que anotarse también como voluntarios para colaborar unas horas en la cocina, limpieza  o en lo que hiciera falta.

“El primer día cocinamos para 70, la segunda comida fue para 100, al poco tiempo ya había 250 personas y antes de que termine el 2016 estábamos cocinando para 400 personas, unas 100 familias”.

Si bien en un principio las raciones de comida se entregaban cuatro veces a la semana, las dificultades económicas comenzaron a hacer mella.

“El año pasado nos sentimos realmente apremiados por los aumentos de los insumos, porque nunca recibimos ayuda de ningún lado, me refiero a ayuda estatal. No porque no la queramos, sino porque hasta el momento no la hemos conseguido. Hubo algunas ocasiones en que llegábamos al comedor y no teníamos para cocinar al día siguiente”.

La consecuencia de la suba sostenida del costo de vida y los aumentos en los alimentos, impuestos y servicios fue que, desde hace un tiempo, sólo se cocina tres veces a la semana, lunes, miércoles y viernes.

Tarea, mate y galletitas

“Pero yo no quería que todo quedara allí”, contó Facundo, como si el “allí” al que se refiere fuera poca cosa. “Yo quería ser fiel al proyecto, a la idea original, que era ‘comedor y centro cultural”.

Así fue que, para volver sobre esos pasos, al poco tiempo comenzó a funcionar el Taller de Apoyo Escolar. “Al principio no había quien lo diera, así que dije: ‘Arranco y lo doy yo’. Y empezaron a venir los chicos. Primero eran poquitos, pero después se fueron sumando y el año pasado se conformó un grupo de alrededor de 18 chicos. Ahora son más, están viniendo entre 25 y 40 chicos, depende el día. Les damos la leche y hacemos la tarea”.

Facundo entiende que, más allá de la tarea, lo importante es la contención. “En realidad, lo que yo quería, era que la gente se arraigue, que sienta esto como un lugar propio. A mí me gusta cuando vienen los chicos, más allá de que hagan la tarea o no, están contenidos. Vienen aquí, toman la merienda, juegan, conversan, se ríen, y lo más importante, no están en la calle. Porque la calle y en la noche, tienen sus cosas, sí… pero se aprenden cosas malas. Y los chicos solos en la calle sobre todo siendo adolescentes, en una edad tan difícil, aprenden a tomar, aprenden drogas, y no tienen contención, entonces se desvirtúa todo y lamentablemente una parte de ellos caen en malos hábitos. La calle es mala consejera”.

Martes y jueves entonces, un nutrido grupo de chicos llega hasta calle Pacheco con sus cuadernos y sus ganas de tomar la leche. El hijo menor de Facundo, de 11 años, también se integró a la actividad y aprovecha el apoyo escolar. En tanto, Renata, la mayor, y Gabriela, la esposa, se suman al grupo, preparan mate, sirven las galletitas y sientan a explicar de que se tratan las matemáticas y otras cosas.

Ducha caliente, ropa limpia  y a corte de pelo

En el relato de Vijande siempre está presente la acción comunitaria y la solidaridad que cura ciertas heridas y tapa muchos agujeros. Así es como da cuenta de las donaciones que llegan día a día, o de quienes se enteran de lo que hace y quieren colaborar de alguna forma, o de aquellos que, de forma casi inmediata, responden y se hacen eco a los pedidos que publica en el Facebook del comedor.

De esa forma fue como llegó el termotanque que hizo posible el proyecto de las duchas comunitarias.

“La idea surgió porque el invierno pasado muchos de los chicos que venían a comer y a apoyo escolar estaban sin bañarse, algunos de ellos durante varios días. Pero claro, uno a veces da por sentado algunas comodidades, como el agua, el gas, esas cosas… Al hablar de esto con las madres, caímos en la cuenta de que la mayoría vive en casillas de chapa con piso de barro, sin gas… en pleno invierno ¿quién se va a bañar así?”

Entonces, fruto también, de la solidaridad de la comunidad, se construyeron dos cálidas duchas comunitarias, con donaciones de materiales, mano de obra y hasta un termotanque.

“La idea es que se anoten para poder usarlas, no sólo quienes vienen al comedor, sino gente que lo necesite, que viva en situación de calle y que quiera. Ayer, por ejemplo, vino Antonio, un hombre que vive en situación de calle y se pudo bañar, se puso ropa limpia y se fue contento”, contó Facundo, no sin emoción. “El problema que teníamos es el termotanque que tenemos, que es chico. Yo había pedido uno a una diputada que me ofreció un subsidio en materiales, pero eso nunca llegó. Y ayer apreció uno nuevo, más grande y apropiado. Un muchacho que leyó nuestra publicación en el Facebook, fue compró uno y mañana me lo traen”.

La comida está bien, es necesaria para sobrevivir, sin la panza llena no se puede pensar, ni sentir, ni planear… pero una vida digna, sin dudas, va mucho más allá. Si hay algo que tienen muy presente quienes sostienen al comedor Dorita es eso. Ropa limpia, un baño caliente, un corte de pelo, tener un oficio, ser bien recibido por alguien, no se prejuzgado, esas suma de cosas que hacen que uno se sienta más humano.

“Hay que entender lo difícil que es para mucha gente. No es sólo el hambre, hablamos de gente que no tiene documentos, que no han tenido ningún acceso a la salud, ni a dentistas, no tienen dientes, no tienen dónde bañarse ni acceso a una ropa decente, que no saben leer o escribir… seamos sinceros, ¿como van a conseguir trabajo?.

Con esa clara idea en la cabeza es que se fue armando el roperito, que no es más que ropa que la gente va donando, y la peluquería.

“En el negocio había una proveedora que se acababa de recibir de peluquera y me dijo que quería colaborar. Así que armamos un rincón de peluquería y todos los martes a la tarde, el que quiere, se corta el pelo gratis”, relató Facundo.

Los proyectos no se agotan allí. Cuando  finalicen algunos arreglos que están haciendo en el galpón, comenzarán con el programa Yo sí puedo, un plan de alfabetización de origen cubano que se aplica exitosamente en todo el mundo.

“Ideas tengo un montón, taller de huerta, de jardinería, de panadería, pero bueno, hace falta tiempo y recursos humanos, sobre todo eso. Lo que más necesitamos aquí, es el tiempo de la gente”.

Abajo las banderas

Al hablar de la forma en que se sostiene el comedor y centro cultural, queda claro que sólo está sostenido por el empeño y la buena voluntad de Facundo y de la gente que lo rodea y que cree en lo que hacen.

“Nosotros no recibimos ni un peso, ni tan sólo un peso de nadie. Al menos hasta ahora. Y no porque no hayamos buscado ayuda, porque hemos golpeado todas las puertas. Pero como hemos decidido no embanderarnos con ningún partido político, entonces se ha hecho difícil conseguir ayuda. Lamentablemente la política traiciona en este tipo de cosas”, expresó Vijande.

“Tenemos algunas promesas, pero en concreto nada”, remarcó. “Y hay que decir que no se trata sólo de plata, sino de un poco de ayuda, asesoramiento, esas cosas. Porque yo no nací con un comedor, yo tuve esta idea y voy aprendiendo sobre la marcha. Más allá del dinero, es sentir el respaldo, sentir que hay alguien a quien recurrir si es necesario y si hace falta. Y para no sentirse tan solo. Me ha pasado de venir aquí algunas veces y no tener que darle de comer a la gente, llegar acá y ver las estantería vacías y no saber si al día siguiente iba a poder cocinar.Pero no he conseguido eso tampoco, ni siquiera logré que me manden asistentes sociales”, señaló Facundo.

“Sobrevivimos por dos razones, porque yo aún tengo la posibilidad de poner de mi dinero aquí y porque la gente es inmensamente solidaria. Por ejemplo, en estos catorce meses de vida que tiene el comedor, casi no he comprado alimentos no perecederos, arroz, lentejas, latas, fideos…Siempre recibimos donaciones. Pero lo que sí tengo que comprar es carne, pollo, verduras y frutas. Eso en general sale de mi bolsillo. También hay pequeños donantes, viene gente con un sobre que me da 200 pesos, otro 300, y hay un benefactor que me paga el alquiler. Lo demás lo pongo yo. Ese fue mi costo y mi desafío, mi capacidad de ahorro, que tenía hasta el 2015, se desvió hacia el comedor.  Lo que no cubrimos  con la buena voluntad de la gente, lo ponemos nosotros. Por ahora no recibo ningún tipo de dinero ni de subsidio de ningún lado. El tema es hasta cuando podremos sostenerlo, porque ya no tengo esa capacidad de ahorro y las cosas están muy difíciles”, señaló.

“Es más, recuerda con enojo, hace dos meses me hicieron una inspección. Se supone que por una denuncia anónima.  Me dijeron que la heladera y la estanterías no eran apropiadas para el lugar. Yo les dije: si quieren clausúrenlo.  En un año que estoy acá jamás vino nadie de la municipalidad, fui mil veces a la secretaría de desarrollo, fui mil veces al distrito… nunca jamás se dieron por enterados. Y ahora por una denuncia anónima en 24 horas están acá para clausurar un lugar que les da de comer a 400 personas”. Clausurenlo, pero de las personas que vienen a comer acá se van a tener que hacer responsables ustedes”.

En relación a las diferentes gestiones que fue realizando con representantes de distintos partidos políticos, Vijande relató que, si bien habló con todos, hasta ahora no obtuvo resultados.

«Tengo que decir que una de las peores experiencias la tuve con un diputado de Cambiemos. Fui a una reunión de unos 45 minutos  y realmente creí que iba a conseguir algo bueno. Me dijeron que si bien no podían ofrecerme un subsidio fijo, sí podían conseguir una ayuda específica, por ejemplo cubrir algún tipo de necesidad, sea de alimentos , herramientas o lo que necesitemos, también nos ofrecieron algo realmente importante, que era instalar en el comedor una unidad móvil del Anses  para realizar cualquier tipo de trámites ( asignaciones, subsidios, jubilaciones) y una unidad móvil para hacer documentos, con capacidad de hacer unos 30 documentos por día. A mi me pareció genial, porque no hay nada más inclusivo que la documentación personal».

«Pero, continuó Facundo, esta persona en cuestión me dijo que para conseguir esta colaboración, era innegociable embanderarnos bajo el signo de su partido, y que ellos debían tener la exclusividad de la imagen del comedor y que cualquier acción que redunde en el beneficio de la institución, sería presentada públicamente por un concejal o diputado de Cambiemos, con foto y todo. Y por supuesto, me dijeron que de aceptar el acuerdo, no podía venir al comedor ningún otro representante de otros partidos políticos.  Me dijeron que tenía que entender que este es un año electoral y que ellos necesitaban que la gente sepa de donde salió la ayuda. durante una hora me habían estado diciendo que estaban en política para cambiar la vida de la gente común y después me salieron con eso».

«No importa, dijo el responsable de Dorita, y sonrió, seguiremos esperando y arreglándonos como se pueda, pero nosotros no nos casamos con nadie. Esto se trata de la gente, no de los políticos».

Un poco mejor

Al hablar de su familia, Facundo reconoció que a veces no es tan fácil. «La verdad es que este es fue un proyecto mío. Mi esposa y mis hijos me acompañan, pero era mi sueño, mi idea. Ellos acompañaron, pero también les representa un esfuerzo muy grande a veces. No sólo en el orden de lo económico, sino del tiempo que pasamos aquí y de como nos afectan algunas cosas. Al principio, apenas abrí el comedor, absorbía mucho la problemática de la gente y me hacía muy mal y llegaba mal a casa… En ciertos momentos hemos peleado con mi esposa, muchas veces…  porque en realidad nosotros llevábamos una vida medianamente normal, económicamente sostenible en el tiempo, y de repente empezamos a destinar un montón de recursos de tiempo y de dinero a Dorita. Y eso ha generado algunos corto circuitos. Pero esto se ha ido convirtiendo en parte de la familia, ahora es parte de ella… Mi esposa me acompaña, a veces bien, a veces no tan bien, pero está acá, como están mis hijos. Estamos acá… y es algo hermoso», remarcó Vijande.

Es ahora, entonces, justo al final, cuando volvemos al principio.  En el momento en que Facundo responde el por qué ha decidido volcarse tan de lleno a hacer este esfuerzo.

«Es algo casi egoísta, sentir que lo que uno hace le sirve a otros. Esa una sensación muy fuerte. Si lo que hacemos puede servir para cambiarle la vida a alguien, hay que darle para adelante. Desde que hago esto invito a la gente a sumarse a  lo que sea… un poquito que hiciera cada uno cada día y todos viviríamos mucho mejor»