Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero

La tragedia de Salta 2141 dejó un recuerdo inolvidable en todos los rosarinos. Fue la mayor catástrofe ocurrida en la historia de la ciudad que se cobró 22 vidas impunemente. Los bomberos voluntarios y rescatistas que trabajaron a destajo para recuperar los cuerpos de las víctimas cuentan en primera persona sus experiencias que a pesar de estar preparados psicológicamente para enfrentar este tipo de acontecimientos, aseguran que existe un antes y un después de la tragedia.

Andrés Pierini– Cabo Primero – Asociación Bomberos Voluntarios de Casilda, Santa Fe. Técnico Superior en Periodismo; Docente de Lengua y Literatura.

«Y después de la tormenta… no llega la calma

Todavía cuesta asumir, o mejor dicho entender los por qué de ciertos hechos que marcaron un antes y un después en nuestras vidas. Y la tragedia de Salta 2141, no es la excepción.

Como bombero voluntario, uno está acostumbrado a vivenciar  gran cantidad de diferentes acontecimientos que nos llenan de fuerza,  valentía, coraje, como ser incendios de viviendas, o accidentes de tránsito, que son muy frecuentes de atender por el personal de emergencias; pero hay situaciones que psicológica y socialmente afectan y sobrepasan nuestras capacidades, nuestros límites, nuestros impulsos, al punto de saturarnos emocionalmente y derrochar lágrimas de desconsuelo al terminar con nuestra labor. Cuesta, tan sólo cuesta…

Cuesta pensar que ya pasaron dos años de aquella difícil batalla contra el espacio y el tiempo. Y son muchas las sensaciones que se nos pasan por la mente, pero más concretamente por el corazón; despertando los tenues recuerdos que quisiéramos no recordar.

Esa mañana del 6 de agosto de 2013 todo marchaba en orden. El día se presentaba bueno, soleado, no había nada que me impidiera seguir en lo cotidiano, salvo mi primera sesión de kinesiología debido  un problema en mi tobillo derecho. Luego de hacerme el tratamiento, volví de manera normal a mi casa, y me predispuse a tomar un café. En ese momento se me ocurre prender la televisión como es de costumbre, y mirar las noticias. Haciendo zapping por varios canales, me entero de lo que estaba pasando, pero con lo poco que se podía saber hasta  entonces (10:30hs. aproximadamente), sin tomar dimensiones de lo que realmente ocurría.

En ese mismo instante me dirigí hacia mi cuartel para ver las novedades, no teniendo noción de que habíamos sido llamados a estar alerta, y convocados por nuestros colegas rosarinos. Ni bien se armó una dotación completa (11:00hs. aproximadamente) partimos hacia el lugar del siniestro. Llegados al sitio nos dispusimos a las órdenes del personal de mando. Ya había otros cuarteles además de los de Rosario (voluntarios y zapadores) trabajando. Ni hablar de los médicos, ambulancias, policías, personal de tránsito, municipales, Defensa Civil, gente colaboradora de distintas instituciones, medios de comunicación, gente que pasaba por ahí, etc.

Aquel día sin dudas marcó mi vida, mis sentidos. Todo era muy caótico; había mucha desesperación, lógico; se notaba la preocupación de todos los allí presentes, minuto a minuto se trabajó sin cesar; constantemente llegaban y llegaban dotaciones de cuarteles de toda la región y de provincias vecinas. Y cuesta, tan sólo cuesta…

Los recuerdos cuestan, el dolor cuesta, el sacrificio cuesta, el silencio cuesta. Cuando a la memoria nos vienen las imágenes, es imposible no dejar caer lágrimas. Se hizo mucho, pero a la vez pareció tan poco. La tormenta llegó, pero nunca después vino la calma; porque en nuestros corazones sigue encendida la llama de esas 22 almas que brillan desde el cielo. Y cuesta, tan sólo cuesta. Y cuestan los homenajes, las gracias, los abrazos. Y se hace difícil comprender que se estuvo ahí, que hoy el lugar, la zona cero, es diferente, pero a  la vez tan igual, que el playón de La Gallega era el punto de referencia, que la gente iba y venía dándonos más y más fuerzas.

En mis quince años como bombero voluntario (en ese momento 13), jamás me había tocado una situación semejante. Creo que a la mayoría nos pasó exactamente lo mismo, tengan treinta, veinte, diez, cinco, o un año de servicio. Todavía siento el dolor cada vez que se me cruza una imagen, y por ello digo que no llega la calma. Me tocó estar justo ese día, el día en que se desató la tragedia. Nosotros al ser de otra ciudad, nos íbamos turnando día por día, desde el primero hasta el último para ir a ayudar, a trabajar con todo, a sacar fuerzas emocionales de donde no las teníamos para poder afrontar la desazón.  Siempre estábamos dispuestos a seguir yendo, a relevarnos si era necesario, porque queríamos estar ahí, porque el corazón nos impulsaba a querer dar más. Por eso destaco la labor de todos mis compañeros, de mis colegas de todos los cuarteles que se hicieron presentes, de todo el personal de emergencia, de las distintas brigadas de rescate, policías y demás.

Y llega agosto, y vuelven los recuerdos, y no ponerse sensibles cuesta, tan sólo cuesta».