Por Alejandra Ojeda Garnero

Cada noche vemos el cielo rosarino surcado por una pequeña nave que a simple parece muy frágil. Sin embargo, volar sobre ella se convierte en una experiencia vertiginosa y llena de adrenalina, y de la fragilidad que aparenta se diluye al instante que se despega de la base.

Si alguna vez se preguntaron ¿Cómo será volar en helicóptero? Lo único que recomiendo es que si tienen la oportunidad de hacerlo, no se lo pierdan, es simplemente fascinante. Sobre todo si es arriba de una nave policial con todos los riesgos que eso implica, no es lo mismo volar en un helicóptero civil.

Suena el teléfono, del otro lado una voz dice: “Hola, mañana tardecita noche volamos, te espero a las 18.30 en el aeropuerto”. El corazón no para de latir, un calor sofocante me recorre el cuerpo y por la emoción que me invadió solo pude responder: “Perfecto, nos vemos  allí a esa hora”, tampoco pude preguntar cuánto tiempo duraría el vuelo y otras inquietudes que surgieron después.

En fin, llegó la hora y allí estaba, lista para partir. Me esperaban el piloto, su copiloto y el tripulante. Me explicaron todos los procedimientos que se deben realizar antes de levantar vuelo. Una vez cumplimentados todos los requisitos, partimos hacia el hangar.

Los preparativos causan cierto nerviosismo e incertidumbre. Los tres expertos comienzan a revisar la nave, levantar compuertas, y revisar el motor. Para estar seguros que todo está en condiciones para tener un vuelo sin inconvenientes.

Bien, ahora sí con la máquina lista y la tripulación preparada para volar llegó mi turno. Subir al helicóptero para iniciar lo que para mí será “un vuelo de bautismo”. Como primera medida, colocar el cinturón de seguridad y luego los auriculares para poder estar comunicados durante el vuelo. Ya que el ruido del motor no permite escuchar nada durante el vuelo.

Listo. Todo preparado para levantar vuelo. Se enciende el motor y la enorme hélice comienza a girar lentamente hasta tomar una velocidad increíble. Comienza el ascenso de una manera muy inestable. Al principio parece una licuadora, un bamboleo se apodera de la nave con nosotros adentro hasta que toma cierta altura y comienza a estabilizarse.

Cuando parece que llega la calma…no, sólo parece. El helicóptero se inclina hacia adelante y parece que nos vamos a estrellar, pero no. Toma impulso para despegar, se estabiliza y comenzamos a elevarnos.

Los últimos rayos de sol se esconden en el horizonte. Ya superamos los trescientos metros de altura y la ciudad se presenta como una pequeña hoja cuadriculada completamente iluminada.

No es fácil orientarse en el aire. Resulta complicado saber que parte de la ciudad estamos sobrevolando. Pero no hay dudas, algunos puntos son inconfundibles y otros emblemáticos. Así se puede distinguir sin ninguna duda el Monumento a la Bandera, la Terminal de Ómnibus, los centros comerciales, plazas, el centro de la ciudad, pero lo que sobresale y se confunde con la oscuridad del cielo son las torres Dolfines.

El majestuoso río Paraná sólo se distingue por la ausencia de luces. Desde el cielo la ciudad se ve como una gran maqueta llena de pequeñas lamparitas perfectamente ordenadas en cuadrículas, salvo las avenidas se muestran más imponentes con sus faros más luminosos y se destacan algunas diagonales que atraviesan algunas zonas de la ciudad.

La ansiedad, adrenalina, incertidumbre y algo de temor ya desaparecieron, la fascinación se apodera completamente de nuestra mente, no nos alcanzan los ojos para observar cada rincón,   las distancias se achican. Volando podemos atravesar la ciudad de un extremo al otro en sólo cuatro minutos. ¡Sí! Sólo cuatro minutos para atravesar la ciudad. No lo dudo, esta nave me resolvería muchos problemas de traslado, para llegar a horario a mis compromisos. Pero es sólo una expresión de deseo.

El tiempo no pasa en el aire. Luego del despegue sobrevolamos varias veces la ciudad de una punta a la otra tratando de ubicar lugares conocidos, nuestras casas, nuestros lugares de trabajo y de a poco nos fuimos orientando y buscando puntos de referencia para facilitar la búsqueda.

Así encontramos, el casino, los shopings, el edificio de Gobernación, facultades, escuelas, iglesias. Pero lo más sorprendente es la claridad con la cual se puede observar todo desde arriba. Se puede ver con detalle si una señora está sentada en la puerta de su casa tomando mate.

Si alguna vez te preguntaste ¿qué se ve desde un helicóptero? Te puedo asegurar que se ve todo, teniendo en cuenta que no superamos los trescientos cincuenta metros de altura. Y cuando la tripulación quiere observar con más detenimiento alguna situación en tierra comienza a girar en círculo y la máquina queda casi acostada. Y sí, parece que se cae, pero no, luego se vuelve a estabilizar y retorna la calma.

La calma, aunque parezca mentira, el viaje es totalmente calmo. Aunque el piloto no informa que vamos a 220 kilómetros por hora, no lo sentimos. El vuelo es totalmente calmo, aunque el ruido del motor es bastante ensordecedor, pero los auriculares amortiguan el impacto.

Si pensaban que ya nada más podía pasar. Se equivocan, es hora de quedar suspendidos en el aire. Los pilotos deben observar algo en tierra y deben dejar suspendida la nave por unos instantes. El corazón late al ritmo del motor. Parece que en cualquier momento nos vamos a precipitar, pero no. El viento está calmo y no interfiere en el funcionamiento del helicóptero. Retomamos el vuelo y volvemos a recorrer la ciudad.

Ahora sí, después de un lapso de tiempo que no logramos contabilizar debido la atención que pusimos en observar cada detalle desde el aire, se terminó la magia. El piloto nos indica que el viaje llegó a su fin y debemos emprender el regreso. Acatamos su orden sin chistar, no hay otra opción, y nos preparamos para disfrutar el aterrizaje como lo hicimos en el despegue. Tocamos tierra y el piloto nos informó que estuvimos dos horas en el aire. Imposible creerlo, como el helicóptero, en el aire el tiempo vuela.

La particularidad del helicóptero es que despega y aterriza en forma vertical. Sin saber lo que nos esperaba nos preparamos para pisar tierra nuevamente. Y sí, otra vez la licuadora, un bamboleo se apoderó nuevamente del cuerpo pero finalmente llegamos a tierra sin problemas. Un vuelo maravilloso que nos permitió tener otra perspectiva de nuestra ciudad. Nuestro lugar, el que caminamos día a día sin percibir el más mínimo detalle, sin mirar hacia arriba. Desde el aire nos damos cuenta lo pequeños que somos y lo hermosa que es nuestra ciudad.

Gracias Fernando Scabuso, Juan José Loyola y Jorge Errico por este maravilloso paseo, su buena onda, su predisposición y el profesionalismo con el que realizan la tarea de patrullar día a día la ciudad.