Por Guido Brunet

Fotos: Darío Soldani

Tres estudiantes brasileños se toman un taxi y piden ir a los juegos del Parque Independencia, pero «a los baños».

Las visitas al lugar son frecuentes a pesar de que el complejo hace ya cuatro años que no funciona debido a un trágico suceso en el que dos niñas murieron en la Vuelta al Mundo, en lo que fue tal vez la semana más dramática de la historia de la ciudad. Cuatro días antes el edificio de Salta 2141 había explotado por un escape de gas dejando a 22 personas muertas.

El curioso pedido de los alumnos se produce en el marco del Congreso de Arquitectura que se desarrolló en Rosario en 2014, pero se repite semana a semana. Es que aquel sector del parque posee una fisionomía particular, nada parecida a las demás construcciones a su alrededor. Ni a lo que cualquiera pudiera imaginar. Excepto por Rafael Iglesia. La obra, como tantas otras en la ciudad, posee la firma del arquitecto rosarino, uno de los más trascendentes que ha tenido el país.

“Viene mucha gente, me llaman siempre de la UBA y llegan en dos o tres colectivos. Todos los fines de semana se acercan desde un lugar diferente: Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, de todos lados”, cuenta Gustavo Farías, compañero y amigo de Iglesia en charla con Conclusión.

No solamente acuden de otros lugares de Argentina para ver esa y las demás obras del artista en la ciudad, también lo hacen desde Brasil, Uruguay, Ecuador, Paraguay y demás países. “Me mandan mails continuamente para pedir información del trabajo de él”, completa Farías. “Rafael era más conocido afuera que en su país, él decía que nadie es profeta en su tierra”, remarca su socio.

«Rafael era más conocido afuera que en su país, él decía que nadie es profeta en su tierra»

Hace casi dos años que Rafael Iglesia abandonó este mundo por un accidente cerebrovascular que lo dejó postrado y casi inmóvil durante los últimos cinco años de su vida. Aunque eso no le impidió continuar su actividad. Ya que su cabeza nunca perdió la lucidez que lo llevó a crear obras reconocidas por la crítica y admiradas por sus colegas, al punto de catalogar su trabajo como «único» o «diferente a lo habitual».

Entre sus galardones más destacados se encuentran el primer premio en la IV Bienal Iberoamericana de Lima en 2004 por «Parque de Diversiones» del Parque Independencia, el reconocimiento en la XIII Bienal de Arquitectura de Santiago de Chile en 2002 y el segundo premio Mies van der Rohe de Arquitectura latinoamericana de Barcelona por su obra «Casa en la barranca» en 2000.

También se hizo con el Cubo de Acero en la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires 1989, la Medalla de Plata en la Bienal Internacional de Buenos Aires 1991 y The Excellence Award Designtope Design Competition en Japón 2006. Así como el Premio Konex de Platino en 2002. Y por su parte, el Concejo Municipal de Rosario lo nombró Ciudadano Ilustre de manera post- mortem.

Como docente, Iglesia brindó seminarios en Harvard, Berkley y universidades de Noruega, México, Brasil, Perú, Ecuador y Chile, entre otras. Aunque nunca se dedicó a dar clases porque, según Farías, “decía que un profesor era como un dictador”. “Cuando venían los pasantes le preguntaban qué hacer y él respondía: ‘Lo que quieras. Eso’. Así enseñaba. Despertándote lo que uno no sabía que podía realizar”. Ese fue el caso de Gustavo…

Su compañero

Iglesia nació en 1952 en Concordia, Entre Ríos, pero se crió, estudió y vivió toda su vida en Rosario, incluso él mismo se presentaba como rosarino. Mientras que Farías es oriundo de Rafaela.

A pesar de contar con un referente de la arquitectura dentro de su familia, siempre hizo su propio camino. Su tío, con quien compartía el nombre, fue uno de los máximos exponentes del movimiento de las Casas Blancas de principios de los años 60.

Previamente a su sociedad con Farías, Iglesia ya contaba con una ascendente carrera que luego consolidó. Fue uno de los fundadores del Grupo R junto a Gerardo Caballero, Marcelo Villafañe y Gonzalo Sánchez Hermelo.

Gustavo Farías, en cambio, no es arquitecto. De hecho cuando lo conoció a Iglesia no tenía ni siquiera el secundario completo. A lo que el arquitecto incitó a que terminara. El «Laucha», como lo llaman sus personas más cercanas, antes de trabajar con Iglesia tenía una carpintería y se desempeñaba en obras de construcción.

De esa forma Farías llegó a la vida de Iglesia, a través de una obra convocada por el hermano del éste último. Pronto, entonces, comenzaron a trabajar en conjunto en el estudio de arquitectura. “Él me enseñó a construir, a hacer lo que hago ahora”, manifiesta Farías mientras dibuja quien sabe qué pensando en Rafael.

Fue así como desde 1998 hasta la muerte de Iglesia los socios, colegas y amigos permanecieron casi todo el tiempo juntos. Eran largas las horas de experimentación, creación, juegos y risas en las que la diferencia entre trabajo y ocio se difuminaba. Es que además de compartir las tareas en el estudio, ambos vivían a escasos metros de distancia.

“Siempre estábamos creando, traíamos materiales y empezábamos a jugar, hacíamos mesas, sillas, todo tipo de objetos”, cuenta Farías algunas intimidades sobre la vida junto a su amigo.

Distinto

“Todo lo hacía Rafael era distinto, era algo único”, comienza describiendo el hombre. “Trabajaba mucho en la urbanización”, continúa Farías mostrando el panorama de la obra de Iglesia.

Fundamentalmente, Iglesia veía a su profesión con un fin social. “La arquitectura debe tender a la función social. Debe crear espacios de encuentros», apuntaba el propio Iglesia. “Esto puede ayudar a las cuestiones de inseguridad que se sufren en esta parte del mundo», consideraba.

“Vivía trabajando y pensando qué hacer para la sociedad. Veía algo mal en la ciudad y analizaba cómo arreglarlo”, dice Farías. Tantos eran los proyectos en lo que trabaja la dupla que varios quedaron inconclusos, como el de la Plaza Pringles, la barranca del río y las vías para los accesos de Rosario, entre otros.

Sus aportes a la proyección de la ciudad se vieron reflejados durante sus últimos años de vida, cuando Iglesia asesoró a la Municipalidad de Rosario. Al punto de que fue él quien recomendó las veredas anchas para facilitar la movilidad a los transeúntes, por ejemplo.

Pero Farías destaca: “Trabajaba con conceptos, era un visionario”. En este sentido, Iglesia manifestaba: “En Argentina faltan buenos arquitectos, han vivido el movimiento moderno como una cosa estética, como un estilo, pero de la ética ni se acuerdan”.

Por su parte, Irene Pereyra, presidente del Colegio de Arquitectos de Santa Fe distrito Rosario en diálogo con Conclusión describe a Iglesia como “una de esas personas diferentes, que propone un cambio. Eso se ve en todas las obras que hizo. Es muy diferente a la arquitectura cotidiana y habitual. Tenía otra cabeza”.

“Va a seguir colaborando en cómo los colegas miramos la arquitectura y proponemos algunas cuestiones. Nos ha enriquecido muchísimo. Lo noto en su creatividad, en cómo trabajaba, en su producción final», sintetiza Pereyra.

“Rosario tiene un problema de densificación, como todas las grandes ciudades”

El peso y el cambio de pensamiento

Una de las principales características del estilo de Iglesia era la utilización del peso. Ya que el diseñador prefería apoyar en lugar de encastrar. “¿Para qué vas a encastrar?”, se pregunta Farías.

“Él trabajaba con el peso, al revés de como lo hace un arquitecto, que para colocar un techo, por ejemplo, trata de ponerle menos kilos. Él usaba las cargas, trabajaba con el equilibrio, con el contrapeso. Lo que para el resto es un problema como el peso, para él era una solución”, explica quien mejor conocía el trabajo de Iglesia.

“Trabajaba al revés de como lo hace un arquitecto, lo que para el resto es un problema como el peso, para él era una solución”

“Voy tratando deliberadamente de no cumplir con las leyes de la arquitectura. Cuando hago una mesa con cuñas, lo que hago es hacer pesado lo liviano y viceversa, o sea lo contrario de lo que hace la arquitectura«, expuso Iglesia.

Pero no fue hasta después de varios años de carrera  que su trabajo hizo un click. “Recién a los cuarenta comencé a hacer cosas diferentes, a pensar de otra manera», él mismo reconocía. Con esto, Farías coincide plenamente, y agrega: “Yo me di cuenta que empezó a diseñar de forma diferente. Ahí explotó”, detalla su compañero.

Altamira y sus cumbres

Escondido en una calle de la ciudad, casi inadvertido, se puede observar una de las creaciones fundamentales de Iglesia. “Es una obra fantástica”, califica Farías al Altamira, emplazado en San Luis 470. En aquel domicilio se encuentra uno de los nueve edificios de vivienda más influyentes del mundo en los últimos treinta años, según la muestra austríaca “9×9 Global Housing Projects-Worldwide Housing Models-Concept”.

En tanto, en 2014 la edificación obtuvo el premio Mies Crown Hall Americas Prize entregado por el Instituto de Tecnología de Illinois. La principal cualidad de la construcción, por la que se posaron los ojos del mundo, se debe a la original disposición de sus vigas, que fueron apiladas, casi como troncos.

“Para entender cómo permanece en pie el edificio tenés que estudiarlo mucho. Es muy complejo. Todavía hay arquitectos que no lo comprenden”, sostiene Farías. «Si supiera algo de estructuras, no hubiera hecho el edificio Altamira», dijo Iglesia irónicamente ante unas 2.500 personas que llenaron uno de los galpones del Parque España en el marco de la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.

 

Otra de las obras cumbre de Iglesia en Rosario es la que corresponde al International Park del Parque Independencia. “Se inspiró mucho en lo natural. Lo que mantiene la estructura son los troncos de quebracho que fuimos a Chaco a comprar. Y arriba se puso la losa, eso es lo que sostiene todo, al revés de como se hace generalmente. Al tronco si lo dejás suelto se cae, en cambio si le ponés peso arriba se sostiene”, revela Farías, quien trabajó en aquella obra.

 

“Y el pabellón de baños está hecho totalmente transparente. Los baños son siempre cerrados, tienen fama que pasan cosas feas, malas. En cambio ahí está todo a la vista, desde afuera se pueden ver las figuras”, completa el constructor.

También se pueden observar en la ciudad, la Casa de la Cruz en Fisherton que “es totalmente un experimento”, las construcciones del Parque Irigoyen, la clínica Proar, el Centro Integral Cardiovascular Rosario, una casa en 9 de julio y Colón y el panteón de la Caja de Ingenieros en el Cementerio La Piedad.

Una profesión intrascendente

Con su estilo provocador, Iglesia sostenía que “la arquitectura me parece una profesión bastante intrascendente porque no cambiamos nada. Fue importante en el siglo 20 cuando cumplió un rol social”.

“Hoy solamente satisfacemos al cliente, no planteamos problemas», opinaba el arquitecto de forma desafiante, de la misma manera que intentaba despertar la curiosidad y la rebeldía entre lo más jóvenes.

«Hoy el edificio es secundario, por eso en los nuevos paradigmas digo que la arquitectura es intrascendente. Se agotó el modelo del siglo pasado y no hay nada superador. Se llegó a un punto límite», completaba la idea Iglesia.

“Hoy solamente satisfacemos al cliente, no planteamos problemas»

«Nos estamos mirando demasiado entre los colegas y de esa manera todo es igual. Quizás por eso, cuando hago algo parece novedoso o una genialidad, pero en realidad es una cosa primitiva que hace mucho que no se hace, nada más», sentenció en su momento el arquitecto.

“Era un pensador total”, resalta Farías. “Leía mucha literatura y lo aplicaba a la arquitectura”. Iglesia tenía admiración por Borges y su invención y descripción minuciosa de lugares. Lo consideraba “el mejor arquitecto que hay» porque «brinda nociones espaciales impresionantes, yo construyo conceptos a partir de él».

Sus últimos años

Iglesia padeció un ACV en 2010 y quedó en estado vegetativo dos meses, luego se despertó y vivió cinco años más. Pero durante ese tiempo no dejó de trabajar ni un solo día, hasta que el 20 de septiembre de 2015 falleció a los 63 años.

A pesar de su prestigio, Iglesia vivió alejado de los lujos. “No tenía un peso”, dice contundentemente Farías. “No es una profesión en la que hacés dinero, se gana más en la construcción que en un estudio de arquitectura”, detalla el socio.

Entonces, a raíz de la enfermedad de su amigo, Gustavo organizó una especie de gira con otros grandes arquitectos para recaudar fondos. Así fue que dieron charlas en Tucumán y Paraguay, donde se le entregó el título de doctor Honoris Causa de la Universidad de Asunción. «Gracias por hacerme sentir vivo», expresó Rafael en aquella oportunidad.

Lejos de los formalismos y las pretensiones, el Rafa, según quienes lo conocieron, siempre se mostró sencillo, humilde y con sentido del humor. “Era un genio, tenía una gran cabeza para escribir también”, destacan sus allegados.

 

En cuanto a su personalidad, “era una persona cerrada, no te abría las puertas así nomás, tenías que llegarle, pero cuando entrabas te daba todo”, retrata Gustavo. Evidentemente, para ganarse el cariño y la confianza de Iglesia para trabajar juntos, Gustavo le llegó. Y viceversa. “También era muy divertido, no sabías con qué te iba a salir”, cuenta entre risas Farías.

 

“Yo lo extraño muchísimo”, confiesa mientras rememora  los años junto a su amigo. Y no sólo en lo personal, también en cuanto a su forma de trabajar. “Con él era todo distinto, en cambio ahora es todo estándar. Es como que me está aburriendo ya la arquitectura”, reconoce Farías.

Aquellos años en los cuales su cuadro de salud era difícil, Farías siempre estuvo con él, cuidando y acompañándolo, como lo puede hacer solamente alguien con un profundo cariño hacia una persona. Por eso, mientras lo recuerda con nostalgia, Gustavo expresa: “Fue un amigo y un maestro, me enseñó mucho. Estoy muy agradecido. La verdad es que se lo extraña al Rafa”.

Foto principal: Martín Bonetto