Por Guido Brunet 

No importa si llegan sucios, alcoholizados o drogados. En los hogares de la fundación «Todo por Amor» a todo el que toca la puerta se les da ropa, comida y una cama. La fundación posee tres hogares y un refugio, entre los que se les brinda vivienda a sesenta y seis personas, que no tienen otro lugar a dónde ir. El lema fue siempre el mismo: primero se ayuda y después se les pregunta el nombre.

En junio pasado la fundación «Todo por Amor» inauguró su tercera casa, un refugio que alberga a treinta y seis personas. Eso sí, deben tener más de treinta y nueve años, ya que el objetivo principal es darle techo a las personas mayores. “Nuestro fin es ayudar al que está en la calle, el que no puede pagar una pensión. De ahí surgió la idea de poner el refugio”, explica en diálogo con Conclusión la presidente de la fundación, Ana Beatriz Moreira, sentada en una de las habitaciones de la nueva casa.

Al refugio la gente puede ir a partir de las 19, toman la merienda, cenan, se bañan, se acuestan, desayunan y se van; al otro día vuelven, y generalmente siguen con la misma rutina. La fundación, además, cuenta con tres hogares, entre los cuales albergan a treinta personas de forma permanente. Allí pueden vivir personas de sesenta años para arriba o de más de treinta para el caso de quienes posean algún problema de salud.

12226857_10153261856366586_2051309985_n“Necesitás lugar, vení, báñate, quedate. Si vienen muy borrachos, no hay problema, que entren a dormir acá, al otro día le decís que tome menos”, explica Ana, quien siente la solidaridad para con los demás como una obligación: “Yo tengo que cuidar al que no tiene porque no puede elegir”. En las casas de «Todo por Amor» quienes lo necesitan pueden comer y vivir allí, también hay teléfono, cable y varios baños. “Lo que no hay acá es una oficina porque si hubiese una, pondría una cama”, remata entre risas Ana.

«Todo por Amor» no cuenta con aportes del Estado. Mes a mes, aproximadamente cien personas donan cincuenta pesos para mantener los hogares. La gente que vive allí y tiene su jubilación contribuye, pero el que no puede pagar no paga. También algunos voluntarios donan su tiempo. Hay, aproximadamente, treinta personas que cocinan o juntan y entregan ropa a los que lo necesitan.

De las cenas y los viajes a darle techo a los “crotos”

Ana Beatríz Moreira dejó los trámites para, más tarde, empezar a ayudar a la gente que no tiene absolutamente nada. Antes, esta madre de cuatro hijos y viuda, se dedicaba a la gestoría y con la fundación organizaban viajes, cenas y jugaban al ajedrez. Luego, tuvieron un centro de jubilados, donde se hacían talleres de inglés y computación para la tercera edad.

12226285_10153261857021586_1382648794_nPero en el año 2000, cuando llegó la crisis y la gente no podía pagar el alquiler, les comenzaron a pedir lugar para quedarse. Así que empezaron a tirar colchones en el piso del gimnasio del centro de jubilados. “Ahí pude ver la otra cara de la moneda. Fui observando las necesidades de la gente”, cuenta Ana mientras recuerda que para darles de comer, su hermana empezó a vender plantas.

Fue en esos meses que toda la comisión directiva de la fundación renunció y Ana se quedó sola. “Se fueron porque yo dejaba entrar a la gente a comer. Mi prioridad eran los ‘crotos’”. Y de los dos mil socios que tenia la fundación, cada vez fueron quedando menos. Pero de a poco se han ido sumando otras personas.

Hoy, Ana recuerda con cariño a varios de los que pudo tenderle una mano en estos quince años. Se acuerda de María, que llegó con sus bolsas de basura y sintiéndose perseguida por quién sabe quién, y luego de pasar por varios doctores, se mejoró y terminó trabajando junto a ella. También recuerda a Rosa, que luego de ser echada de su hogar por su hija, vivió en su casa durante tres meses hasta que falleció. “Cuando le cuento a la gente no puede creer que una persona que no conocía vivió en mi casa. Y terminó siendo como una abuela para mi hija”, la recuerda Ana con emoción.

La responsable de «Todo por Amor» ahora está sentada en una de las habitaciones del refugio y cuenta que se cruzó, hace un rato, con “Pita”, un  hombre que, generalmente, va a dormir allí, y que apenas la vio le dio un largo abrazo. “Esas cosas te llenan el alma. Ya está, con eso ya me gané el cielo”, comparte Ana, mientras no puede dejar de pensar en ese interminable abrazo en la esquina.