Por Alejandro Maidana

La zanja que pasa por el frente de mi casa

No está en el mapa de la ciudad

La zanja que pasa por el frente de mi casa

Se alimente de este barrio

Si por fetidez la nombran con saña

No es su culpa ser

Espejo de nuestras entrañas (Buena Fe)

Las aguas vienen bajando turbias, algunas hasta parecen vestirse con colores fluorescentes, y otras, arrastran un extenso collar de residuos que las emparenta con una comparsa danzando al compás de la desidia social. Las aguas, nuestras aguas, el vital elemento jaqueado por algo denominado “progreso”, y que suele no pedir permiso a la hora de poner de rodillas a los ecosistemas reinantes, en donde el ser humano es parte fundamental de los mismos.

Los cursos de agua y sus deleznables impactos, balnearios y pesqueros convertidos en una dantesca cloaca que oficia de receptáculo de la impiadosa manera de desarrollarnos como sociedad. Ríos, arroyos y lagunas jaqueados por un desinterés manifiesto, en donde convergen, el individualismo de una sociedad decadente, alimentado indudablemente por la política y la justicia, dos poderes que han allanado el lento camino hacia el cadalso.

El artículo 41 de la Constitución Nacional es medularmente claro a la hora de posicionarse ante los hechos que empujasen a que la cotidianeidad de aquellos que habitan suelo argentino, se viese alterados producto de una ilegalidad. El mismo argumenta que “todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo”.

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Una demostración cabal que tanto los poderes fácticos como los instituidos, gozan de absoluta impunidad a la hora de gambetear las reglas de un juego que solo la inmensa mayoría, está obligada a respetar. La Constitución Nacional solo suele ser desempolvada al momento de bregar por el equilibrio del todopoderoso statu quo, una farsa tan explícita como consolidada, y que, gracias a una pata vital, la que ocupan los medios masivos de comunicación, goza de muy buena salud.

La realidad es sumamente demoledora, y se pasea desnuda ante la vista de quienes vienen incumpliendo sus deberes como funcionarios públicos desde hace décadas. Otro artículo pisoteado de la bastardeada Constitución Nacional, es el 154, el mismo hace referencia al “Incumplimiento de deberes”. Allí se sostiene que “el funcionario público que ilegalmente omitiere, rehusare hacer o retardare algún acto propio de su función, incurrirá en reclusión de un mes a un año”. Si agrupásemos a varios de los artículos de la CN, podríamos estar cerca de rodar una taquillera película de ciencia ficción.

Bajo las reglas de los que algunos denominan progreso, no nos debe resultar azaroso que las opulentas industrias se ubiquen, en un porcentaje elevado, a la par de ríos, arroyos o canales, para poder, de esa manera, verter sus efluentes con absoluta impunidad. Basta con recorrer las zonas donde funcionan estos monstruos descontrolados, a los que le conviene pagar irrisorias multas, a tener que invertir en el tratamiento seguro de los residuos que genera.

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En la ciudad de Rosario existen dos arroyos acorralados por una incesante contaminación que golpea con el poder de los jinetes del apocalipsis. Tanto el Saladillo como el Ludueña, no ocultan el dolor que cargan sobre sus aguas, dolor naturalizado por muchos, pero no por aquella minoría consciente que no se resigna a seguir peregrinando por distintas oficinas públicas exigiendo que el estado actúe para ponerle fin al ecocidio.

Como parte de este tenebroso derrotero, podemos citar lo ocurrido en el barrio Puente Gallegos y alrededores en 2019, allí Conclusión pudo constatar la contaminación industrial y vertido de tóxicos en el arroyo Saladillo (a la altura de Ovidio Lagos y Ruta N° 18), cuadro de situación que afectó de manera considerable la salud de los vecinos y la de los animales. En aquel momento, y después de recorrer el territorio, se pudo comprobar que dos empresas radicadas en el lugar, estarían descargando sus desechos en el desagüe pluvial que está a la vera de la Ruta 18, siendo este curso de agua quién trasladaba las pestilencias al Arroyo Saladillo.

La voracidad contaminante que atraviesan mayoritariamente las barriadas populares, suele no ser motivo de protesta ni visibilización por parte de las distintas organizaciones ambientales. Un cabo suelto que no ha podido trascender estas vitales diferencias que hacen que el ambientalismo carezca de un aroma popular, por ende, sea casi indescifrable para quienes cotidianamente deben batallar contra el hedor de una zanja, dantescos basurales, la falta de agua segura, y el abandono de dos arroyos que supieron darle vida a un ecosistema hoy casi extinto.

No son las aguas de Chernobyl, se trata del Arroyo Ludueña

Del dique hacia abajo las aguas bajan limpias, pero sumado a la descarga de los camiones atmosféricos que se realizan entre gallos y medianoche, se le suman la problemática originada en calle Urquiza, continuidad de Mendoza y el puente. Allí emerge la figura de una depuradora de aguas cloacales que no estaría funcionando correctamente, ya que distintos barrios, tanto de Rosario como de la ciudad de Funes, expulsan sus efluentes cloacales a dichos arroyos.

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Las aguas del Ludueña deben continuar su curso con su tradicional color marrón (color tierra), o el color té que hablaría de una circulación casi inmaculada, pero claro, el gris viene siendo el predominante cuando no es la fluorescencia la que gana espacio. Tapas de desagote que hacen las veces de un “gran inodoro” en donde los camiones atmosféricos arrojan materia fecal, mientras que algunos funcionarios sostienen que se viene trabajando en la conexión de caños para poder lograr disminuir el impacto, lo cierto es que con el paso de los años el Arroyo Ludueña se ha convertido en un gran reservorio de pestilencias.

En diálogo con Conclusión, el vecino del lugar Marcelo Ferraro, quién viene insistiendo estoicamente en la búsqueda de respuestas por parte del sector político, comentó como supo disfrutar de las aguas del Ludueña.Tengo la certeza de que algo está mal y lo están tapando, contemplar el agua gris blancuzca del arroyo, empuja a cualquier persona racional a considerar que la contaminación es enorme y que lógicamente detrás de la misma, hay responsables. Me comuniqué con Aguas Provinciales, recibiendo una respuesta raquítica, ya que deslindaron responsabilidades apuntando hacia la provincia y la municipalidad. Si bien también le hemos solicitado la posibilidad de llevar adelante un estudio de aguas, la respuesta también fue negativa argumentando que no les corresponde por jurisdicción”.

Marcelo viene insistiendo hace años sobre la desesperante situación que atraviesa el Arroyo Ludueña, encontrando solo evasivas o solitarios pedidos de informes que pocas veces cumplen con el rol que la población necesita. “Hay algunos concejales y diputados provinciales que mueven papeles y medianamente se están ocupando de la problemática, pero lamentablemente no terminan en nada. Años, meses solicitando informes para no llegar a nada, es frustrante contemplar como se hace todo los posible para destruir para siempre las aguas tanto del Saladillo, como las del Ludueña. Cualquiera puede ir y hasta incluso arrojar un muerto, ahora cuando vos exigís que lo limpien, o que generen un lugar de disfrute para la familia, se impone la burocracia. Hoy la gente en una ciudad desbordada debe contentarse con tomar mates debajo de un arbolito, cuando contamos con dos cursos de agua en donde la familia podría gozar del aire libre mientras a quiénes le gusta la pesca, hasta incluso podrían tirar una boyita”, enfatizó el vecino.

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Las cataratas no solo son patrimonio del Saladillo, en el Ludueña las mismas están compuestas por una enorme cantidad de basura que arrojan distintos vecinos. Marcelo Ferraro insiste también en la imperiosa necesidad de generar canales para avanzar en educación ambiental, como así también, de acercarle a aquellos habitantes de escasos recursos que moran a la orilla del arroyo, los contenedores necesarios para depositar sus residuos.Al sector político, o al menos a los ejecutivos, nos les importa en absoluto la triste realidad que viven los cursos de agua, como si los mismos fuesen prescindibles. La cosa es que, entre papelitos y pedidos de informes, los camiones atmosféricos siguen arrojando la materia fecal y la desidia ganando terreno. Existe algo muy concreto, si yo tiro cualquier residuo a la zanja que tengo enfrente de mi casa, y el mismo afecta la cotidianeidad de mi vecino, éste me denuncia y al otro día tengo una multa que te quiebra al medio, entonces ¿Cuál es el parámetro para medir lo que ocurre en el arroyo? No podemos naturalizar, la droga, la exclusión, los pozos y la contaminación, no podemos acostumbrarnos a vivir como vivimos. Mientras nosotros renegamos, son los mismos que ocuparon desde siempre los espacios de decisión, quiénes no hacen otra cosa que pensar solo en que puesto van a ocupar cuando las elecciones vuelvan a decir presente”.

A la abulia y desinterés político, se le suma la de la falta de acompañamiento por parte de la sociedad, y aquellas organizaciones ambientales a las que les cuesta romper con ciertos preceptos.La clase política vive una realidad diametralmente opuesta a quienes trabajamos, luchamos y resistimos, ellos no tienen empacho en fotografiarse tomando champagne, mientras que la mayoría pelea por llevarle un plato de comida caliente a sus hijos. A esto que te menciono debemos sumarle que somos una sociedad de corderos, a la gente no le importa absolutamente nada, salta solo cuando le tocan la guita del banco. Otro punto importante tiene su anclaje en las organizaciones ambientales, cuando consulté a algunas de ellas, solo recibí silencio, evidentemente solo les interesa fogonear las luchas que ellas consideren potables. Todo sería distinto si pudiésemos aglomerar fuerzas, pero parecería ser que no les importa, o es más piola mostrarse en otras causas, a esta realidad no la ven quiénes no la quieren ver”., concluyó.