Por Alejandro Maidana

“Mi barrio era así, así…así…así. Es decir, qué sé yo si era así. Pero yo me lo acuerdo así: con Yacumín, el carbuña de la esquina, que tenía las hornallas llenas de hollín y que jugó siempre de jas izquierdo al lado mío, siempre, siempre… Tal vez pa’estar más cerca de mi corazón”, Anibal “Pichuco” Troilo.

No hay cosa más enraizada al corazón de uno, que la barriada. En ella confluyen un sinfín de sentimientos que se hamacan entre el primer amor y esa gambeta mágica, casi ficticia en el potrero de turno.

Vaivén de experiencias de todo tipo, de las dulces y las muy amargas. El barrio es una increíble caja de pandora que al abrir sus puertas, te impregna de esos aromas que solo él, es capaz de producir.

Rosario acuna cientos de barriadas populosas que esconcen historias maravillosas, algunas increíbles, y otras que nos invitan a soñar.

La desaparición de aquellos espacios verdes que permitían despuntar el vicio de la “pelota”, podría tener una explicación en el avance demográfico o el desinterés por los mismos.

Batallando contra esa lógica, un grupo de amigos de barrio Alvear le puso nombre a una ilusión para poder seguir goleando a la vida.

Conclusión dialogó con ellos para conocer la historia de “Laprade”, una calle transformada en valientes jugadores de fútbol.

“Somos un grupo de amigos del barrio que siempre corrió detrás de una pelota. Lamentablemente la falta de potreros, la transformación de algunas plazas y el avance de la  tecnología nos alejó. Por eso la necesidad de juntarnos y participar de torneos fue más fuerte. “Laprade” es la calle que nos reunió de chicos y en honor a ella le pusimos ese nombre al equipo”, decía Harry.

La importancia de la unión, la fraternidad y el respeto entre aquellos que saben que se puede tropezar con los vicios, fue la piedra basal, para que esto se transforme en un saludable compromiso “Ya pasaron 5 años de esto tan lindo que disfrutamos día a día con la barra de amigos. Mirá si se lo habrán tomado en serio que el viernes a la noche muy pocos son los que salen o toman algo. Saben que hay que estar pila para el sábado que es el día en que jugamos y representamos al barrio” enfatizaba el “Tarta”, zaguero portentoso y capitán del equipo.

La mayoría coincide en que el barrio no es el de antes, que esos pibes que ellos supieron ser nada tienen que ver con los de ahora. El fácil acceso a las drogas, la falta de oportunidades laborales y otros flagelos, hicieron que la delincuencia ocupará lugares que antes era imposible imaginar “Hoy los pibes prefieren un celular a una pelota, en nuestra época era imposible imaginarse eso. Esto que arrancó siendo un simple equipo de fútbol terminó juntando 100 personas y generando un gran fenómeno de organización. Tiene una única explicación, pueden ver y palpar la unión que tenemos todos, esto nos hace olvidar los problemas que nos invaden, y de esa manera poder mostrarle a los más chicos que existe una salida” sumaba su punto de vista el “Mono”.

Empalme Graneros los recibe cada sábado, este es el punto de encuentro de muchos amigos que persiguen con el fútbol, aquellos sueños truncos. Barrios como Alvear, 1ero de Mayo, Casiano Casas, Fisherton, 7 de Septiembre entre otros, dejan rodar lo que pese al paso del tiempo, nunca desaparecerá, la redonda de cuero.

Las Mujeres de la Plaza llevan adelante un oasis cultural que lleva como nombre “La Biblio”. Ese suele ser un punto de encuentro para todos aquellos niños que necesiten del apoyo escolar o de algún taller itinerante. “La Biblio es un sentimiento para el barrio, con los muchachos siempre estamos a la orden para pintarla o darle una mano a Elda Pedraza, su creadora, para colaborar con el mantenimiento. Sabemos del enorme trabajo que hace en un contexto de degradación social y exclusión tan grande” decía el “Tarta”.

El anticuerpo para todo tipo de enfermedades que puedan provenir de un sistema egoísta, sigue siendo el fútbol. Esa excusa perfecta que reúne al de izquierda, al de derecha y al anarquista, en pos de gritar visceralmente ese gol que lo libere de sus karmas aunque sea de manera momentánea. Laprade así lo entendió, y dejó sólo de ser una calle, para ser un montón.