Al contrario de como sucedía en años anteriores, cuando al disponerse un paro de actividades donde el transporte urbano de pasajeros adhería y se convertía en el eje determinante de los porcentajes de adhesión a la medida, en esta oportunidad la falta de colectivos incidió mínimamente en la población activa.

Prueba de ello la dan los comercios abiertos, tanto en el centro como en distintos barrios de la ciudad; los trabajadores mercantiles, bancarios y de estaciones de servicios, entre otros, que estuvieron presentes en sus respectivos lugares; de igual modo, quienes debieron desplazarse en su carácter de trabajadores cuentapropistas, dueños de comercios, etc.

La ciudad no tuvo la fisonomía ni la particularidad de un día de paro, salvo por algunos piquetes alejados del centro de la ciudad y por la acumulación de camiones en las zonas periféricas, rutas cercanas, etc.

Autos particulares, taxis, remises, gente en moto y en bicicleta que iban a trabajar haciendo abstracción del paro de colectivos.

Para un ciudadano distraído, que no estaba enterado que hoy era día de paro, la ciudad se le presentó como una jornada habitual, con mucha gente en los negocios barriales, otras –aunque en menor escala- comprando en el centro y muchas más haciendo trámites o transacciones en los bancos ya que estuvieron abiertos al público.

Tampoco se tuvo noticias de gente que haya reclamado por faltante de dinero en los cajeros automáticos, pese a que el transporte de caudales había adherido a la medida de fuerza.

En suma, una jornada casi normal y bastante alejada de aquellas donde las calles desiertas eran el síntoma de una medida con fuerte adhesión. La de este 9 de junio no lo fue así.