Por Florencia Vizzi

Este viernes 8 de octubre, el sábado 9 y domingo 10,  Rosario será sede del XXXI Encuentro Nacional de Mujeres. Durante tres días, la fisonomía y el corazón de la ciudad se verán alterados íntimamente por un suceso al que ya se han sumado cerca de 70.000 inscriptas de todos los puntos del país que, desde hace más de un mes, han agotado las plazas hoteleras de la ciudad. Habrá debates, mesas redondas, talleres, marchas, peñas, color y fuerte voces que saldrán, empoderadas, a reclamar lo que por derecho propio les pertenece.

Cabe preguntarse entonces qué significa social y políticamente un encuentro de tamaña características, que nadie podrá ignorar, silenciar o invisibilizar. Y de dónde surge esta historia, que ya lleva más de 30 años rodando por nuestro país.

El primer Encuentro de Mujeres vio la luz muy pocos años después de recuperada la democracia, en 1986.

Los primeros eventos de este tipo surgieron en el marco de un profundo cambio de época en Latinoamérica y el mundo. Se dieron en los primero años de la década del 80, contextualizados por el ocaso de las atroces dictaduras que asolaron el continente.

En 1981 se realizó el primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, en el cual participaron una gran cantidad de mujeres argentinas, que abrevaron de esa experiencia originaria. Pero, sin dudas, el germen del Encuentro Nacional de Mujeres fue plantado en la III Conferencia Mundial de Nairobi, que fue llevada a cabo en julio de 1985.

El Foro de Nairobi, cuyo objeto principal fue evaluar los logros del llamado Decenio de la Mujer, reunió a 15.000 participantes de todo el mundo,  incluidas un grupo de argentinas que luego serían las que tomarían la posta y comenzarían con la tradición del Encuentro Nacional que ya lleva tres décadas.

Nadie se imaginaba que aquel primer encuentro, realizado entre el 23 y 25 de mayo de 1986, en el Centro Cultural San Martín en Buenos Aires,  se convertiría en lo que es hoy, una cita multitudinaria en la cual el debate, la horizontalidad, la democracia y  la federalidad son los ejes fundamentales que ponen a trabajar la maquinaria.

Las batallas que se libraban en aquellos tiempos, siguen teniendo profundos puntos de contacto con las de hoy día, algunas reivindicaciones se han conseguido, en diversos ejes se ha avanzado, en muchos otros aún no.  Los reclamos del año 86, cuando aún no existía la ley de divorcio, tenían un eje fundamental,  la patria potestad compartida, ya que el poder legal sobre los hijos era absoluto patrimonio de los hombres. El listado de los talleres que ese año abrieron el debate a aquellas pioneras son el claro reflejo de la época : Mujer y salud, Mujer y participación; La mujer y la violencia doméstica, Identidad; Iglesia y mujer, Feminismo; Mujer, educación y realidad; Estereotipos sexuales en la educación; Sexualidad; Familias tradicionales y nuevos modelos de familia; La mujer india; Por la libertad de Hilda Nava de Cuesta (una estudiante que fue detenida por la dictadura y continuaba siendo una presa política) y  Mujer, deuda externa y solidaridad continental.

Otra tradición que se sotiene a lo largo de los años es la de visitantes de otros países de reconocida trayectoria por su militancia y lucha. Y también fue muy importante en aquel primer encuentro la participación de mujeres que eran parte de la explosiva escena pública de aquellos años, como María Elena Walsh, María Luisa Bemberg, Marta Bianchi, Liliana Daunes y Nilda Garré entre otras.

La vocación transformadora sigue siendo el principal rasgo distintivo. Y también, y sobre todo, el haber podido mantener a pesar de algunas internas y contradicciones,  a lo largo de los años, el carácter autoconvocado, autogestivo, autosostenido y autónomo de cualquier gobierno o institución estatal, y su identidad  hondamente pluralista y democrática.