Por Guido Brunet

Una bala impacta en el cráneo de Adolfo Bello, estudiante de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Rosario. Minutos más tarde se conoce su deceso, que sería el detonante de una de las puebladas más grandes de la historia de la ciudad, que -según marcan los historiadores- tuvo dos capítulos, uno en mayo y otro en septiembre, más precisamente las jornadas del 16 y 17.

Entre esos dos meses de 1969, Rosario protagonizó uno de los procesos más ricos e intensos de la lucha antidictatorial que, por entonces, se libraba en todo el país. Porque a falta de uno, la ciudad tuvo dos Rosariazos. ¿Qué implicancias tuvo cada hecho? ¿Cuál fue la conexión entre esos sucesos? ¿Cuál fue el rol de la ciudadanía -clave en mayo- durante los hechos de septiembre?

Crimen y Marcha del Silencio

Por esos años, con Onganía en el poder luego de la llamada «Revolución Argentina» que derrocó a Illia, el gobierno militar no padecía más sobresaltos que los conflictos gremiales y huelgas propias que generaba su plan económico, orientado por Krieger Vasena, y que apuntaba a satisfacer demandas industriales corporativas.

En esas circunstancias, y como prueba de un federalismo anécdotico -que era antes mayor que ahora hasta en lo eventual-, Córdoba se transformó en un polo altamente conflictivo. También Rosario, en cuyo cordón metalúrgico (alguna vez la ciudad fue industrialista) se reclamaba en forma estridente contra despidos y suspensiones en fábricas. Se sumaban protestas estudiantiles contra los cupos de ingresos en universidades.

Ante la falta de mayores virtudes políticas para dominar la situación, Onganía se replegó sobre su condición y apeló a la represión. Los meses solo aumentaron la tensión. Para mayo, y con tres estudiantes muertos más en Corrientes y Rosario, las manifestaciones se expandían por el interior, alcanzando a La Plata, Tucumán, Mendoza, Salta, Santa Fe y Resistencia.

En mayo del 69 se generó en Corrientes una protesta por el aumento en el comedor universitario, la cual derivó en la muerte de un estudiante, que generó la solidaridad de sus pares en Rosario. En ese contexto, obreros y estudiantes comienzan a encontrarse solidariamente.

 

El 17 de mayo de 1969, Adolfo Bello, estudiante de Ciencias Económicas de 22 años, fue asesinado durante una protesta estudiantil en el microcentro de la ciudad, por la represión policial.

“Estoy tomando café en un bar, me dicen que hay lío en Corrientes y Córdoba. Ahí me encuentro con un compañero de la Facultad, que me avisa que le dispararon a una persona. Y veo a policías que se subieron a un taxi con un chico herido para llevarlo al hospital. Poco tiempo después muere Bello, el oficial Lezcano le disparó en la cabeza”, dijo Luis Etcheverry, periodista del diario La Capital en aquel entonces, en diálogo con Conclusión.

«Me encuentro con un compañero de la Facultad, que me avisa que le dispararon a una persona. Poco tiempo después muere Bello, el oficial Lezcano le disparó en la cabeza»

“La Policía, entonces, inventa que fue agredida. El comunicado oficial era una mentira, una patraña”, comentó el comunicador. “Para unos días después, el 11 de mayo, se organiza una Marcha del Silencio, en la que se pidió que no haya banderas políticas”, continuó.

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“A la Marcha del Silencio adhirieron muchas organizaciones, la sociedad estaba indignada. En esa movilización hubo una participación de los ciudadanos que fue emocionante. La gente desde sus balcones tiraba cosas para ayudar a pelear contra la policía”.

En esa movilización fue asesinado por las fuerzas de seguridad otro joven, Luis Alberto Blanco, de 15 años, quien, según el relato de Etcheverry se encontraba en la puerta del Arzobispado de Rosario. Y una mujer, empleada doméstica, fue herida y “se salvó de milagro”.

La de mayo constituyó una de las puebladas más importantes de la historia de la ciudad”, recuerda Cacho Bebán, presidente del Centro de Estudiantes de Medicina en aquel momento. “Se salía de los sindicatos, todos con banderas argentinas. Estaba prohibido que se hicieran discursos. Nunca vi una cosa tan impresionante. Gente por todos lados, trabajadores, estudiantes. Una multitud impresionante como un silencio”.

 

“Después de las 18 la Policía atacó con ferocidad, hizo un desastre. Los estudiantes sacaron cosas para hacer barricadas, entonces se desvirtuó”, aseguró.

“Los militares veían en toda movilización de trabajadores y jóvenes a comunistas. Se intervinieron sindicatos, centros de estudiantes, la justicia. Esa era la dictadura de Onganía. Le tienen miedo a la inteligencia, a la juventud. Había mucha cercanía de los estudiantes con los trabajadores. Los estudiantes logran la solidaridad de la CGT de los Argentinos y de la CGT Azopardo”, detalló. El militante, a su vez, destacó que tras las protestas, “la lucha de los estudiantes logró el ingreso irrestricto”.

«Se intervinieron sindicatos, centros de estudiantes, la justicia. Esa era la dictadura de Onganía»

En la misma línea, Aníbal Reynaldo, entonces militante de Juventud Radical y candidato a gobernador de Santa Fe en 1983, comentó: “El onganiato quería perpetuarse en el poder, entonces empezó la resistencia. Y los gremios y estudiantes estábamos a la vanguardia de esa lucha”.

“La consigna fue por la muerte de Bello, Cabral y para buscar la democratización de la Universidad, que estaba intervenida, como la mayoría de los sindicatos. Se sumaron consignas contra el Gobierno de Onganía”, remarca Reynaldo.

“La cantidad de gente fue muy importante. La Policía había sitiado la entrada al centro para que la gente no confluya en un mismo lugar. Después de unas horas la Policía abandona el centro, nos juntamos en la esquina de Córdoba y Corrientes hacia la CGT de los Argentinos (Córdoba 2020). Un grupo de nosotros, sin destrozar nada, entramos a LT8 y pedimos dar un mensaje. En ese momento empezamos a escuchar una serie de estampidos, salimos, había balazos y gases. Una chica perdió el ojo, y un chico cae al lado mío. Entre dos o tres lo llevamos al Sanatorio Palace, que estaba a la vuelta”, recuerda la dramática secuencia.

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“Yo le iba tomando el pulso; cuando nos abrieron la puerta, lo apoyamos en una camilla pero el chico ya había fallecido. Mientras, a los tres o cuatro que estábamos ahí la Policía nos molió a sablazos”, dice el médico en referencia al arma blanca utilizada en ese momento por las fuerzas de seguridad.

«Entramos a LT8 y pedimos dar un mensaje. En ese momento empezamos a escuchar una serie de estampidos, salimos, había balazos y gases. Una chica perdió el ojo, y un chico cae al lado mío»

“Inmediatamente fuimos a hacer la denuncia a Tribunales, en la que acusé de asesinato a la Policía de Rosario. Era Luis Blanco, tenía 15 años”.

Pero el «Rosariazo» estaba lejos de culminar luego del control policial y militar de la zona.

Barricadas en toda la ciudad

Unos meses más tarde de aquel 30 de mayo en el que se desarrolló el Cordobazo, tuvo lugar lo que se conoció como el Segundo Rosariazo, dos jornadas de protestas en diferentes zonas de la ciudad.

A raíz del despido de un obrero ferroviario se genera un paro por tiempo indeterminado y una huelga general en Rosario. «En la Juventud Radical, que era la incipiente Franja Morada, veíamos que los sectores ‘ultra’ iban a copar la manifestación, así que tomamos la decisión de no participar. Por eso no tuvo la masividad de la manifestación de mayo. La CGT de los Argentinos tampoco participó”, detalló Reynaldo.

En la marcha de mayo se calculó que hubo 40 mil personas en la calle. La de septiembre no tuvo la masividad de lo que fue la Marcha del Silencio”, manifiesta sobre la magnitud de cada convocatoria.

 

Etcheverry también cubrió el famoso Rosariazo de septiembre: “Nos avisan que se estaba quemando un colectivo en Corrientes entre Mendoza y San Juan; ahí salimos a hacer la cobertura”, comienza diciendo sobre su primer recuerdo de esa fecha. “El colectivo había parado por el semáforo, cuando arranca se le cruza un camión con una chata. Piden que se baje la gente y prendieron fuego con bidones de nafta”, detalla.

En el término de dos horas quemaron tres estaciones, cabinas, un tren, entre otras cosas. A eso lo llamaron Rosariazo. También se visibilizó la protesta, que fue en otras ciudades del país como Córdoba, Cipoletti y Tucumán.

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Pero a diferencia de la gran mayoría de los relatos históricos, Etcheverry afirma que “no hubo una marcha, no encontramos la columna. Lo que dicen, que hubo 200 mil personas en la calle, es mentira. La foto de Carlos Saldi, todos están mirando la destrucción, no estaban en la marcha porque no hubo marcha”. “El Rosariazo fue de tal destrucción que no adhirió ninguna entidad, salvo algunas, como los ferroviarios”, agregó.

“Para mí fue un ejercicio, en esa época estaba surgiendo la guerrilla, era una época muy convulsionada. Era una cosa destructiva, a la que de ninguna manera hubiera adherido la ciudad”, consideró Etcheverry.

“No hubo una marcha, no encontramos la columna. Lo que dicen, que hubo 200 mil personas en la calle, es mentira»

Otro de los cronistas que pudo presenciar los actos del 16 y 17 de septiembre es José Granata, quien con su cámara registró los hechos para Canal 3. “Había una asamblea en la Fraternidad, decidieron salir a las calles y empezaron a quemar trolebuses en el cruce Alberdi. De ahí se expandió a toda la ciudad. Prendieron fuego autos, hicieron saqueos en la estación Rosario Oeste”, resumió sobre el accionar de los manifestantes el fotógrafo.

 

“Eran obreros que no tenían para comer. No eran de un sector político determinado. No fue algo organizado, salió de una asamblea. Tampoco hay imágenes porque fue muy espontáneo. El único que alcanzó a sacar fue Saldi porque vivía en el centro. No era algo que se venía previendo.”, describió.

Con respecto a la cantidad de personas en estos actos, dijo: “No fue masivo, pero se expandió por distintas partes de la ciudad durante dos días. Tampoco hubo prácticamente enfrentamientos con la Policía, que se abstuvo bastante”.

 

El camarógrafo diferenció los hechos de los sucedidos en Córdoba: “Fue muy diferente al Cordobazo que se expandió por unos meses. Fue algo muy grande. Lo de Córdoba no fue nada que ver con lo que pasó acá”.

La palabra

“A las protestas de septiembre estaba bien decirle Rosariazo. Pero en la marcha de Bello no se quemó ni un auto, no se rompió nada, no vi a nadie armado. Lo que se conoce como primer Rosariazo no es Rosariazo, es la Marcha del Silencio”, dice Etcheverry para reflejar que se trató de episodios con características muy distintas, y que no hubo conexión la Marcha del Silencio y el Cordobazo.

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¿Por qué se formó el mito? “Por la palabra. Las cosas, y cuando digo cosas me refiero a todo, una puerta, la madera, los movimientos sociales, el amor, son de dos maneras: lo que son y las palabras que la nombran. Las palabras, como dice el poema, es un arma y se puede usar de diversas maneras. Una puerta puede ser eso o la entrada a un calabozo que te va a encerrar toda una vida, o la salida hacia la libertad”, expresó Etcheverry.

“Los que estaban en política se dieron cuenta de la importancia del Cordobazo y políticamente lo tomaron para nombrar algo similar en Rosario. No podía competir una Marcha del Silencio con un Rosariazo, que tenía un peso político mucho más grande”, cerró el cronista.

Desde la historia

Sin duda fueron esos años los de la génesis “rebelde”, con una fuerte influencia de las “milicias guevaristas” y la Revolución Cubana en la región. Su fusilamiento, en octubre de 1967, no amilanó esas voluntades, sino que fue más bien una incitación a la continuidad de la lucha armada.

La radicalización de quienes participaban y se iban sumando a la rebelión no parecía pretender (no era parte de sus proclamas) el retorno a la institucionalidad ni la convocatoria a elecciones. De esta manera, en la visión de sectores de izquierda y el “peronismo combativo”, en 1969 por primera vez estaban dadas las condiciones para el “cambio revolucionario”. El “tiempo social” era lo que irrumpía en las calles.

En ese sentido, el politólogo y docente de la UNR Agustín Prospitti explicó: “Hay que entender los Rosariazos dentro del marco de una época, un contexto nacional de dictadura y de fuertes tensiones entre el Estado y la sociedad civil. Al Rosariazo de septiembre hay que entenderlo como la respuesta a un descontento frente al gobierno autoritario, que gobernó a través de la clausura de la vida política, la represión y la eliminación de la participación popular. Y generar garantías para la acumulación de capitales nacionales e internacionales. Se plantea el reemplazo de la técnica por la política para iniciar un ciclo de modernización, como se lo denominó”.

 

“Además se perdieron derechos laborales, que generaron un deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores. Desde distintos sectores sociales se manifestaron en contra del programa económico liberal de Onganía”, señaló el docente de Historia Política Argentina.

El Rosariazo de septiembre hay que entenderlo como la respuesta a un descontento frente al gobierno autoritario, que gobernó a través de la clausura de la vida política, la represión y la eliminación de la participación popular

“La característica de esta época es que las movilizaciones populares terminan transformándose en una rebeldía frente a la autoridad. Y la única respuesta que tenía el Estado frente a las demandas populares era la represión. En ese marco se dan los levantamientos populares. A la autoridad se la consideraba ilegítima. También se movilizaron nuevos actores sociales, como la corriente de curas del tercer mundo, intelectuales, pero también la clase media que se vio afectada por las políticas del onganiato.”, explica.

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En cuanto a la organización del Rosariazo de septiembre, a diferencia de algunos testigos, Prospitti relata que “los obreros se organizaron para marchar en distintos puntos de la ciudad, ante la represión se generaron barricadas en distintos barrios y una lucha cuerpo a cuerpo”.

“Los historiadores hablan de una movilización masiva, de distintos gremios en diferentes lugares de la ciudad. Se genera un clima de rebeldía. Y una visibilización del descontento de la sociedad”, indicó el politólogo.

Tiempos convulsionados

Los movimientos sociales tuvieron protagonismo en el desenlace de la dictadura que en su última etapa comandaba Lanusse, quien Prospitti recuerda que planteó en su último discurso que el objetivo fracasó y que era necesaria la búsqueda de una salida política. “En ese sentido hay dos hechos que fueron los condicionantes más importantes de la crisis de la dictadura: uno es el asesinato de uno de los hombres fuertes del Ejército, Aramburu, a manos de una acción militar de Montoneros, y el otro es el segundo Cordobazo del 71”.

“Para muchos autores la década del 70 comienza en 1969 porque estos estallidos populares denotan que el objetivo de la autodenominada Revolución Argentina, de clausurar los conflictos sociales a través de la represión, ha fracasado”, destaca.

Por último, el docente de Historia mencionó que no se puede desdeñar el contexto mundial del momento. La Guerra Fría y la presión desde los bloques imperialistas como Estados Unidos y la Unión Soviética, los movimientos de descentralización en África y latinoamérica, el Mayo Francés y la revolución cubana tuvieron un fuerte impacto en la región. “Y en Argentina se comenzaron a plantear nuevos métodos de lucha, como la toma del poder por los sectores populares”, explicó Prospitti.

Visto desde hoy, con la calma y perspectiva que da el tiempo, hacia fines de la década del 60’ Argentina (como ya sucedía en otros lugares de Hispanoamérica) se encaminaba en forma directa hacia un abismo autoritario y sangriento.

Sin duda fueron esos años los de la génesis “rebelde”, con una fuerte influencia de las “milicias guevaristas” y la Revolución Cubana en la región. El fusilamiento del Che, en octubre de 1967, no amilanó esas voluntades, sino que fue más bien una incitación a la continuidad de la lucha armada. En la visión de sectores de izquierda y el “peronismo combativo”, en 1969 por primera vez estaban dadas las condiciones para el “cambio revolucionario”. El “tiempo social” era lo que irrumpía en las calles.

Al margen del disenso respecto a la fisonomía de los Rosariazos, tanto éste como otras insurrecciones, demostraron que los movimientos sociales tuvieron gran protagonismo en el desenlace de la dictadura que en su última etapa comandaba Alejandro Agustín Lanusse.

Es además un caso testigo de lo que fue el año 1969: la catalización indetenible hacia desenlaces dramáticos, previos a la trágica década de los 70’ en el país, donde tanto los discursos como las estrategias se volverían más y más catastróficas. El país entraba en un túnel del que le tomaría años vislumbrar luz. El final de esa historia sería el peor, y las secuelas perduran hasta hoy.