Por Miguel Angel Ferrari

Sí, el título de esta nota induce a pensar que estamos hablando de utopías… ¡sin lugar a dudas acertó!.

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la utopía?. Para eso sirve, para caminar”, dice Eduardo Galeano, parafraseando a nuestro cineasta Fernando Birri.

Se trata de un caminar en pos de un objetivo. No de un caminar a tontas y a locas. En ese caminar milenario la humanidad fue alcanzando metas que hicieron la vida más digna.

Sin dudas que fueron avances y retrocesos, porque lamentablemente en todas las sociedades hubieron —y hay— quienes trabajan para que la rueda de la historia marche hacia atrás.

No obstante ello, la mayor parte de la veces esa rueda invisible es empujada hacia adelante por esos caminantes inspirados en el bien común.

Una primera síntesis, prestada de las técnicas estadísticas, nos permite decir que el avance de la humanidad podría graficarse como en serrucho ascendente.

Con plena conciencia de que esta es la tendencia que los seres humanos le han impreso a la historia, el profesor italiano Riccardo Petrella —junto a algunos colaboradores—, en la ciudad italiana de Verona, más precisamente en el Convento del Bien Común, lanzó la idea de declarar ilegal a la pobreza.

El doctor Petrella, un hacedor de utopías convertidas en realidades, ya nos había sorprendido con su concepto profundamente humanista respecto del agua.

Cuando en plena década de los noventa este preciado e imprescindible líquido era considerado, por el pensamiento neoliberal reinante, como una simple mercancía, el profesor Petrella nos empezó a hablar del agua como un derecho humano esencial.

Esa prédica, que recorrió cada rincón de las primeras ediciones del Foro Social Mundial, en la ciudad de Porto Alegre, logró finalmente que el 28 de julio de 2010 la Asamblea General de las Naciones Unidas reconociera explícitamente —mediante la Resolución 64/292—el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que un agua potable limpia y el saneamiento son esenciales para la realización de todos los derechos humanos.

Con la misma tenacidad, hoy —desde distintos países del orbe— se ha iniciado una sostenida campaña con el propósito de que la Organización de las Naciones Unidas declare ilegal a la pobreza.

En un documento que en nuestro país ha sido elevado al presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Dr. Julián Domínguez, en un reciente acto realizado en el palacio del Congreso, se exponen detalladamente los Doce Principios que sustentan la propuesta de Declarar Ilegal a la Pobreza. Son estos:

-Nadie nace pobre ni elige serlo.

-Llegar a ser pobre. La pobreza es una construcción social.

-No es la sociedad pobre la que “produce” la pobreza.

-La exclusión produce el empobrecimiento.

-En cuanto estructural, el empobrecimiento es colectivo.

-El empobrecimiento es hijo de una sociedad que no cree ni en los derechos a la vida y a la ciudadanía para todos, ni tampoco en la responsabilidad política colectiva para garantizar aquellos derechos a todos los habitantes de la Tierra.

-Los procesos de empobrecimientos proceden de una sociedad injusta.

-La lucha contra de la pobreza (el empobrecimiento) es ante todo, la lucha contra la riqueza desigual, injusta y depredadora (el enriquecimiento).

-El “planeta de los empobrecidos” ha llegado a ser más numeroso por la erosión y la mercantilización de los bienes comunes, fundamentalmente a partir de los años ‘70.

-Las políticas de reducción y de eliminación de la pobreza que se hicieron en los últimos cuarenta años han sido un fracaso, porque están sujetas a los síntomas (medidas de tratamiento) y no a las causas (medidas de resolución).

-Hoy en día la pobreza es una de las formas más avanzadas de esclavitud, basada en el “robo de humanidad y futuro”.

-Para librar a la sociedad del empobrecimiento hay que poner “fuera de la ley” a las leyes, a las instituciones y a las prácticas sociales colectivas que generan y alimentan los procesos de empobrecimiento.

 

Cuando en los siglos XVIII y XIX se hablaba de declarar ilegal a la esclavitud o directamente se la declaraba ilegal —como nuestra Asamblea del Año XIII—, también se pensaba que quienes estaban embarcados en tamaña tarea eran soñadores utópicos.

Las prohibiciones, obviamente, no erradican de manera automática las prácticas perversas. Simplemente determinan que el accionar delictivo debe encontrarse con la sanción correspondiente.

Que en las Tablas de la Ley (por citar solo una de las prescripciones religiosas más conocidas) esté penado dar muerte a un semejante, no generó la inmediata suspensión de los asesinatos.

¿Pero, cuántos crímenes más habría cometido la humanidad si el matar no fuera objeto de castigo?

El mismo criterio debe ser aplicado al empobrecimiento de los seres humanos, hasta que una nueva sociedad basada en la colaboración y no en la explotación, pueda ser alcanzada para que reine sobre la faz de la Tierra.