Por: Belén Corvalán 

Mientras la oscuridad y el gélido frío envuelven la noche, un grupo de jóvenes voluntarios que se autodenominan bajo el nombre de “Callejeros de la fe” preparan todo lo necesario para emprender su misión, tan silenciosa como significativa. Motorizados por la esperanza y la convicción,  los días miércoles salen a recorrer las distintas zonas de Rosario ofreciendo viandas a personas que están en situación de calle, desde  cuidacoches, prostitutas, cirujas, personas que tienen hambre, pero que no sólo están carentes de alimentos.

La calle, el hogar de muchos, donde las veredas, frías en invierno, y calcinantes durante el verano, se convierten en el espacio que los recibe en todo momento, la mayoría del tiempo, invisibilizados a los ojos de los demás. Y justo ahí es donde la misión de estos jóvenes cobra una especial grandeza, y no únicamente por repartir comida, sino por hacerlos sentir parte a partir de prestarles la mirada, la escucha y la palabra.

Ya casi diez años se cumplen de esta idea que nació de un grupo de señoras de la iglesia “La Catedral” que fueron las primeras que iniciaron las recorridas y que con el tiempo se fue consolidando y se logro conformar como ONG. Hoy, son veinte los voluntarios que forman parte de esta asociación civil del Padre Misericordioso,  que le dedican su tiempo y corazón a esta actividad. Todos los miércoles cada eslabón de la cadena se une en pos de un objetivo, empezando por las voluntarias de la Iglesia Pilar que son las encargadas de preparar las viandas y de hacerlas  llegar al hogar.

Con una dedicación especial, cocinan, llenan la bandeja, le colocan cubiertos de plástico, servilletas, una fruta o un turrón, y luego la envuelven. “Se nota que son hechas con mucho amor”, destacó Majo, una de las voluntarias; y Fabricio agregó: “los chicos ven que no es que le tiraron un cacho de comida, se dan cuenta de esa dedicación, y siempre lo resaltan”.

María Jose Dedominici, Majo para quienes la conocen, es abogada, tiene 24 años de edad. Hace casi dos años que se sumó al grupo, sin embargo desde siempre estuvo abocada a realizar tareas solidarias,  ya que antes asistía al Barrio Toba a realizar actividades junto a los más necesitados. “A veces uno piensa que no ayudas en nada, pero sí, ayudas a escucharlos, cuando nos vamos los vemos mucho más livianos”, expresó Majo con humildad.

Por otro  lado, Fabricio Bianchi, de 25 años de edad es ingeniero en sistemas, hace seis años que pertenece al grupo, que lo conoció a través de su hermano quien también forma parte. Fabricio explicó: “yo lo entiendo como un llamado que te hace Dios de ayudar de otra manera. Al principio da miedo porque no sabes que es, pero te das cuenta que se puede”.

 Fabricio y Majo son dos de los veinte voluntarios que cada miércoles por la noche se reúnen en el hogar como punto de encuentro. Como un ritual bendicen la comida, y se bendicen ellos, antes y después de salir a emprender la recorrida, odisea que la concluyen con una oración en conjunto en nombre de los más necesitados, donde encomiendan todo lo que ven a las manos de Dios, “todo lo que vemos se lo ofrecemos a Dios, todo estos líos, estos mambos, sino es una carga terrible para nosotros”, y Majo agregó: “son muy chocantes las situaciones que vemos”.

 Con respecto a la iniciativa interna que los impulsó a querer formar parte, Majo destacó: “yo personalmente trato de ver a Jesús en todos, y trato de darles una sonrisa, o eso que les falta en el alma”, y Fabricio agregó: “No hacemos algo nuevo, sino que es lo que dice el Evangelio, darles de comer a los que no tienen comida, vestir al desnudo, visitarlo cuando está preso”, y añadió que: “la comida es el gancho, la idea no es hacer asistencialismo, aunque es muy necesario a veces, pero lo que verdaderamente nos importa a nosotros es poder charlar con ellos”.

La palabra como construcción de un vínculo donde estas personas que están a la deriva se puedan sentir contenidas y escuchadas, “cuando nos acercamos se sienten valorados hay historias muy duras detrás de cada persona”, expresó Majo.

 Ambos coinciden que la adicción es uno de los caminos en el que más recaen las personas que están desamparada de un techo familiar, y también el más difícil de salir,  por eso destacan que la idea principal de los recorridos es invitarlos al Centro de Día, que funciona en Zeballos 668, con la idea de que lo tomen como una alternativa donde pueden ser asistidos y recibir ayuda.

 Muchas veces por rupturas, o desordenes en la familia quedan “eslabones perdidos” donde la droga o el alcohol aparece como un atajo a lo que ellos conocen como la sensación más parecida al placer, explicó Fabricio, y añadió “sin embargo, cada vez está más naturalizado el tema, antes hasta parecía ofensivo preguntarles si se drogaban, ahora ellos mismos lo cuentan, lo que antes era fumar un cigarrillo, hoy es fumar marihuana o cocaína”. En ese sentido es como actúa el grupo emprendido por estos jóvenes solidarios, en poder mostrarles que hay otros caminos, y que está en ellos el tomar la decisión,  “El objetivo del grupo es darles esa oportunidad, tenemos muchísimo casos de chicos que la han tomado y que por su propia libertad decidieron no continuar con el tratamiento, y otros que sí”, sin embargo, si bien hay un equipo capacitado para tratar la problemática, muchas veces, es la voluntad de lo que más se carece.

 Pero en la lucha por las adicciones, y la marginalidad, están los casos que hacen que todo valga la pena, “son los menos, pero hay” expresó Fabricio, el aliento suficiente para seguir adelante, “Hay gente que empezó así y después pudo conseguir un trabajo o alguna  changa que pudieron ir encontrando como guardia de seguridad, o como repartidor”.

 “Nosotros sabemos que con salir no les vamos a cambiar la vida a todos los chicos, pero que al menos acepten la posibilidad, que cada uno tenga esa chance, y después de ahí en adelante nos ayuda la Fe, sabemos que nuestra tarea tiene un límite», concluyó.