Por Florencia Vizzi

barrio_ghiglione_villa_gobernador_galvez_fvizzi_7Barrio Ghiglione se ubica entre la autopista Rosario Buenos Aires y la Ruta Provincial 22 de Villa Gobernador Gálvez, detrás del cementerio municipal de la ciudad.

En las 33 manzanas que abarca residen entre 1.200 y 1.500 personas. Muchos, llevan cerca de 40 años viviendo allí, y han dado a luz a sus hijos y crían a sus nietos. Familias trabajadoras que día a día padecen la carencia de algo que se considera un derecho humano básico, el acceso al agua potable.

No es el único apremio que los acucia, pero quienes allí habitan es, probablemente, lo que más resienten.

«Sabés como se siente que una madre te diga ‘estuve hasta las 11 de la noche golpeando puertas para conseguir un poco de agua para hacerle una mamadera al nene que lloraba de hambre’… nadie tenía agua. Finalmente un vecino le facilitó una botella de hielo, para que la descongelara y pudiera hacer al leche… pero no es justo vivir así», relató Walter Martínez, presidente de la Vecinal de Barrio Ghiglione, quien desde hace varias semanas, pide donaciones a través del facebook  de la institución para «el mate cocido y la leche de los chicos».

La situación se agravó en las últimas semanas, puesto que el barrio sólo tiene una calle pavimentada, la arteria principal que tiene salida a la ruta. El resto de las calzadas que lo conforman son de tierra. Eso significó que, con las abundantes lluvias que no han dado tregua en estas últimas semanas, el barrio está, literalmente, sumergido en el barro.

Ante esa situación, el camión que traslada la cuba que provee de agua a los hogares de la zona, no puede ingresar al barrio.

Para los vecinos esa no es ninguna novedad. Se quejan repetidamente de que, aunque lo convenido es que la recorrida del camión se realice en forma diaria, de lunes a sábado, eso no se cumple. De hecho, a día de hoy, (miércoles 27 de abril) el camión hacía desde el sábado que no ingresaba al barrio. Esa irregularidad ocurre más allá del clima, pero el mismo lo agrava.

Una recorrida por sus calles bastan para comprender de que hablan sus habitantes. Las zanjas al tope de barrio_ghiglione_villa_gobernador_galvez_fvizzi_5agua de estancada, grandes cantidades de basura desparramada en cada una de las aceras, pastizales altísimos en plazas y baldíos, y el barro que lo cubre todo… los pies se hunden, hay que hacer gala de habilidad de equilibrista para no resbalar en lodazal y a la vez para esquivar los grandes charcos que ocupan gran parte de la calzada.

Los vecinos que pasan se suman a la charla, y todos coinciden en que la situación en la que están es indigna e insostenible.

«Los caños están preparados, las conexiones están listas, pero el agua no sale. Si sale un poquito de agua, pones la bomba, y ¿que pasa? la bomba chupa y chupa,  pero al no tener agua, el caño maestro, el agua de la zanja entra y la bomba saca agua podrida», explicó el presidente de la vecinal.

Rodolfo Gariboglio, uno de los vecinos que también participa de al conversación, explicó que «nos tenemos que arreglar con la cuba y haciendo perforaciones, pero el problema con las perforaciones es que acá las napas están muy altas, los pozos están colapsados, a punto de explotar, algunos ya han explotado, entonces el agua servida se mezcla con el agua que sale de las perforaciones».

En cuanto al agua, la vida cotidiana se resuelve con la cuba, que pasa -o debería pasar, aclaran los vecinos- todos los días, y va de puerta en puerta llenando los tanques con la manguera.

De eso se desprende una insuficiencia crónica, con todas las incomodidades que acarrea y las diferentes consecuencias que genera en la salud. Problemas en la piel, por usar agua contaminada para bañarse, erupciones, conjuntivitis, forúnculos y hasta una epidemia de sarna. Y también cólicos, gastroenteritis y diarreas entre otras patologías.

barrio_ghiglione_villa_gobernador_galvez_fvizzi_1«Aquí estamos negados de todo, agua potable, zanjeo – agrega Rodolfo, y señala a su alrededor- con estas zanjas nos tendríamos que morir todos de dengue.Las calles están intransitables para que pueda ingresar el camión de la basura o las ambulancias. Mirá lo que es esto (una rata muerta en el medio de la calle). Así, no se puede vivir», exclamó.

Por último, Gariboglio remarcó que el reclamo más urgente es el cordón cuneta y el agua potable que ya está aprobado en el Concejo. «Los vecinos nos organizamos y presentamos un proyecto en el concejo pidiendo las dos cosas, y los concejales lo aprobaron. Falta que el ejecutivo se decida de una vez y lo ponga en marcha. Es hora de que lo hagan, así no se puede seguir», finalizó.

La odisea de vivir en el barro

«El otro día un chico diabético se descompuso y hubo que llamar a una ambulancia, pero cuando vino, no pudo llegar hasta la casa porque se quedaba empantanada. Tuvimos que llevar al chico a la casa de una vecina, que vive sobre la calle pavimentada para que los médicos lo puedan atender», relató Martínez. Y agregó: «Esto pasa frecuentemente en el barrio».

barrio_ghiglione_villa_gobernador_galvez_fvizz_1Situación similar se da con el camión de la basura, que tampoco puede ingresar, amén de la evidente falta de contenedores o basureros: «Los muchachos entran corriendo y van recogiendo las bolsas en una esquina, recorren el barrio a pie, y cuando vuelven a la esquina, los perros ya han roto todas las bolsas y la basura queda así, toda desparramada», señaló otro de los vecinos que se acercó a dar su opinión.

Los chicos del barrio también se las ven en figurillas para llegar a las escuelas a las que asisten. «La escuela del barrio está a 15 cuadras, así que los pibes llegan como pueden. Todos embarrados. Está al lado del dispensario. Ese es otro problema. Para conseguir turno hay que ir a las tres de la mañana, porque sólo te dan cinco turnos por día. ¡Y mientras hacés cola, te asaltan!. Eso pasó el otro día, había diez haciendo fila, a la madrugada, y así como estaban, les robaron a todos, uno por uno», remata Martinez.

Otra de las historias que cuenta es sobre un niño que asiste a la escuela rosarina «Juramento a la Bandera», en Arijón y San Martín. «A ese pibe la maestra le puso una nota en el cuaderno porque estaba todo embarrado. ¡Y que iba a hacer pobre chico!, no hay forma de salir presentable de acá», exclama.

A excepción de calle Los Andes, el resto de las cuadras componen una gris postal del abandono. Las calles son un verdadero lodazal, barro rodeado de zanjas,  zanjas a punto de desbordar, chapas rotas que ejercen de puentes para poder cruzar las zanjas, pequeñas lagunas que hay que intentar esquivar para llegar de una zona a la otra, y restos de basura en cada una de las cuadras y esquinas.

Miriam se asoma desde su casa, junto a su familia. Hay muchos chicos en su casa, ya que tiene ocho barrio_ghiglione_villa_gobernador_galvez_fvizzi_2nietos. Día a día reniegan de todas formas para que el agua alcance para todos. Cuando hay. «Hay que bañar a los chicos, cocinar,  lavar ropa, usar el baño… Hace cuarenta años que vivo aquí, y siempre ha sido igual. El tiempo ha pasado, pero las cosas nunca cambiaron. Y te digo, en tiempo de elecciones, todos pasan por aquí, todos ¿eh?. Se hacen amigos, toman mate y se sacan las fotos, después se van. Cuando ganan las elecciones, si hacen alguna obra, siempre es del otro lado de la vía, acá de este lado, todos los barrios estamos igual», concluye la mujer, con un tono cercano a la resignación.

Martinez se para en la esquina de la plaza y cuenta cuantas son las mejoras que lograron llevar adelante con la acción conjunta de los vecinos, como conseguir wi-fi para el barrio, o las columnas y el tejido para la canchita. «Nosotros hacemos todo los posible, entonces sentimos mucha impotencia… fijate como está la plaza, inutilizada, los pastos altos y llena de basura. Estamos olvidados, totalmente olvidados, por todos».

Antes de volver a su casa, el presidente de la vecinal muestra un pack de agua mineral. Corresponde a una donación hecha la semana anterior por una parroquia. «Así estamos, dice, llevo las botellas a las casa dónde hay chicos, mujeres embarazadas o gente mayor… así vivimos». Se despide y se aleja, con las botellas del líquido tan preciado en la mano y hundiendo los pies en el barro a cada paso.

 

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