Por Santiago A. Fraga

El caso de la muerte de Carlos Orellano tocó una fibra sensible para los rosarinos y demuestra la impunidad y el poder con el que se manejan algunos sectores. El joven de 23 años falleció tras haber salido a bailar el pasado domingo al boliche Ming River House, en el complejo La Fluvial, en un episodio en el que, según lo aportado por los testigos, el joven quiso ingresar al sector VIP de la disco, ante lo cual fue expulsado con violencia por la custodia del lugar. Una vez fuera, según testimonios fue arrinconado por los patovicas hasta una baranda del muelle 3, desde la cual su cuerpo cayó al agua.

A metros de distancia, en el muelle 2, hace siete años un joven fue brutalmente golpeado por patovicas del boliche contiguo y arrojado al río, aunque afortunadamente en aquel entonces el desenlace fue distinto.

Lautaro Ruiz en aquel momento tenía 19 años. Un jueves de finales de febrero de 2013, salió junto a sus compañeros de facultad a una peña despedida para celebrar el fin de los cursillos del profesorado de Educación Física, a realizarse en el boliche que hoy se conoce como Moore, al lado de Ming, pertenecientes ambos al complejo La Fluvial.

La prohibición del ingreso, una toma de artes marciales, una feroz golpiza, la caída al río, el encuentro con un pescador que le dijo que no era la primera vez que sucedía, el gran gesto de una taxista y su periplo hasta el hospital Centenario conforman un repaso rápido del drama que vivió esa noche y que lo tuvo al filo de la muerte, en circunstancias con pasajes extremadamente similares a lo que los testigos narran del caso de Carlos Orellano y que demuestran una forma de acción violenta sostenida en el tiempo por parte de los encargados de seguridad de los complejos bailables.

A siete años de una denuncia ratificada en Tribunales, la justicia no realizó avance alguno. Este jueves por la tarde, Lautaro pudo encontrarse con algunos familiares de Carlos y contarles lo que a él tocó vivir, apoyándolos y poniéndose a su disposición para lo que necesiten.

Una noche de febrero

En diálogo con Conclusión, Ruiz contó paso a paso cada uno de sus recuerdos de aquel día, que hoy lo tocan con especial sensibilidad al enterarse de lo que ocurrió con el joven Orellano.

«Fue un jueves a fines de febrero de 2013, por una peña despedida del fin de los cursillos del profesorado de Educación Física. Nos juntamos un grupo numeroso de chicos y chicas y entre todos decidimos ir a La Fluvial, al boliche contiguo a Ming que está en la parte de atrás, que da de cara al río», comenzó contextualizando en su relato Lautaro.

Para ese momento de la noche, los estudiantes ya habían realizado una previa y se disponían para ingresar al boliche, que a esa hora tenía una fila bastante larga. «Comienzan a pasar todos mis compañeros y los patovicas a mí solo me apartan y me dicen que no, aludiendo a que tenía un estado de ebriedad alto y que no podía pasar», describió el joven que hoy estudia periodismo en el Iset18 e integra el espacio cultural La Colmena, en Pérez.

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«Ahí me fui, y por esas cosas de pibe, de querer entrar y estar con mis compañeros, me fijé a ver si había entrada por otro lado. Entonces recuerdo haber subido una escalera buscando otra entrada al lugar, y como era una escalera que no llevaba a ningún lado pego la vuelta. En ese momento veo que un patovica sube por ese lado, así que vuelvo a girar y cuando estoy por bajar había otro subiendo por la otra parte de las escaleras«, narró Lautaro, quien ahí ya comenzó a extrañarse y se preguntó «¿para qué me van a encerrar de esta manera si en todo caso sólo me tienen que decir que me vaya y ya?».

La oscuridad del lugar, en el que no había ninguna luz prendida, le impidió poder ver con claridad el rostro de aquellos «dos tipos muy grandotes» que lo abordaron.

«Se me vienen encima. Uno me toma de los brazos y me hace una toma que se conoce como ‘mata león’, que es un ahorque en el que le cruzás el brazo a alguien por detrás y en la flexión del codo se lo apretás bien contra la garganta. Obviamente no tuve tiempo de zafarme, me hacen esa toma y con el tremendo brazo que tenía también me aprieta desde la nuca, con lo cual estaba completamente inmovilizado. Respiraba poco pero podía respirar, y recuerdo pensar en hasta dónde iba a seguir la cosa», siguió con su relato de los hechos Lautaro Ruiz, visiblemente movido por todo lo que estaba sucediendo en estos días.

Mientras esta escena tenía lugar, los patovicas lo bajaron arrastrando por las escaleras, siendo él incapaz de poder pisar firme, golpeando sus pies contra los escalones y quedando cada vez más débil por la falta de aire que comenzaba a sentir, a raíz de la asfixiante toma que le estaban aplicando.

En ese momento entra en acción el segundo patovica, diciéndole una frase que no se le borraría jamás: «¿Qué parte no entendiste, flaquito?».

Ahí comenzaron los violentos golpes. Una serie importante de puñetazos a la boca del estómago que se daban mientras el otro seguridad todavía lo estaba asfixiando.

«Lo que más atiné a hacer en su momento, aprovechando lo delgado que soy, fue encogerme de hombros, encorvarme y esconder bien la panza. Esa fue una manera de poder amortiguar, pero obviamente entraron las piñas. Me comí una golpiza bárbara», recordó Lautaro en su diálogo con Conclusión.

Caída al río

Hasta ese momento, Ruiz recuerda no haber visto a ninguna otra persona que estuviera presenciando la escena, aunque tampoco tenía mucho margen de maniobra ante la brutal paliza sin sentido que le estaban aplicando en ese momento, simplemente por querer ingresar al boliche para festejar con sus compañeros del profesorado de Educación Física. Como si una entrada a un complejo bailable valiese más que la integridad física de una persona.

Una vez propinada la primera serie de puñetazos contra su delgado cuerpo, los patovicas continuaron arrastrándolo y así bajaron la escalinata que lleva al muelle 2, donde de día salen las lanchas que cruzan hacia la isla.

«Ahí en La Fluvial hay un bar y frente a ese bar hay una escalinata que pega media vuelta. Por ahí también me arrastraron, hasta último momento siempre pegándome. Me llevan por ahí y recuerdo estar sumamente agotado, pero esforzándome por estar despierto. Pero no pude hacer nada, ya estaba demasiado debilitado, no llegué ni a estirar un brazo. También me quise dar vuelta para ver si podía verles la cara, pero estaba al borde del desmayo«, siguió contando el joven rosarino.

En ese instante, los patovicas lo llevan hasta la orilla del muelle y recién ahí siente que quien le estaba practicando la toma comienza a soltarlo: «Noté que el loco estaba aflojando y ahí uno de los dos, el que me venía pegando, que se había quedado más lejos, le dice ‘dejalo ahí. Ahí me suelta y recuerdo que se iban riendo, mientras yo caigo de cara al agua«.

Se reían. Los patovicas se iban del lugar riéndose de lo que habían hecho. Se divertían de haber golpeado a un joven de 19 años hasta dejarlo al filo del desmayo y de haberlo visto caer al río en ese estado de debilidad.

Dentro de todo el calvario, es aquí donde entra en juego la fortuna de las distintas combinaciones que llevaron a que esta caída de Lautaro al agua no haya sido mortal, como el hecho de que no se haya sumergido en estado de insconciencia, desmayado; que no lo hubiesen matado a golpes en el camino a ese destino; o así también el hecho de que no hayan decidido arrojarlo lejos de la orilla.

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«Me escoltaron, bajaron toda la escalinata hasta el río y ahí me sueltan. No sé cuánto tiempo habrá pasado. Mucho no, porque estoy acá. Tragué agua pero tengo el recuerdo de apoyar rápido las manos sobre algo y levantarme suspirando, porque obviamente estaba ahogándome. Cuando me levanto, estaba mojado de pie a cabeza, y cuando me doy vuelta estaba a la orilla de la escalera. Tuve esa suerte de que no me hayan arrojado lejos, porque sino tal vez no me hubiese levantado nunca más y ya está«, contó.

El pescador y la taxista

El golpe seco contra el río y el agua fría a Lautaro lo despiertan. Tras ver que los patovicas no estaban, subió las escalinatas, completamente mojado y desorientado.

«Al subir tengo el recuerdo de un pescador, del que no puedo recordar la cara porque veía todo bastante borroso y me dolía mucho la cabeza. Sí recuerdo que el tipo me dijo ‘Flaco, ¿qué te pasó?’. Le comenté esto y recuerdo patente la frase de que me dice: ‘Sí, no es la primera vez que pasa’«, narró Lautaro Ruiz a Conclusión, y estas palabras de aquel pescador cobran una especial y siniestra validez en estos días. ¿Cuántas otras veces los patovicas habrán actuado de la misma manera y nunca se hicieron públicos esos casos? ¿Desde hace cuánto tiempo a esas masas de músculo con falso poder se les da por golpear a los jóvenes que salen a divertirse y arrojarlos al río, a la suerte de Dios?

Tras ese encuentro con el pescador, del que nunca supo su nombre, y en ese estado de debilidad y vista borrosa, recuerda llegar hasta la calle y una taxista, al verlo en el estado en el que se encontraba, decidió subirlo a su coche.

«Recuerdo que una taxista me subió y estuvo bastante tiempo sintiendo lástima. Me cargó mojado, me llevó al hospital Centenario, ni me cobró. Me bajé y creo que la mujer lo que me dijo era que iba a dejar los datos. Ahí me atienden en el Centenario. Me quedé desnudo porque estaba todo mojado, mi celular no funcionaba más», recuerda Ruiz, ya con mayor dificultad en este tramo de la historia.

En el hospital, donde recuerda «fueron muy atentos», le realizaron estudios, tomografías, placas y hasta con dolor recuerda que le metieron un tubo por la uretra, en el marco de distintos análisis que a fin de cuentas descartaron lesiones internas o daños en los órganos. Lo sorprendente, además, es que la tanda de golpes que le propinaron prácticamente no dejó marcas visibles en el cuerpo, «ni siquiera un moretón».

Denuncia sin avances

Al día siguiente de lo sufrido, Ruiz y su familia iniciaron acciones legales. Tras dormir en su casa y desayunar, fue junto a sus padres con la abogada Gabriela Durruty, quien hace algunos años fuera además precandidata a concejala por Ciudad Futura e integrante de la APDH Rosario, quien «tomó la denuncia con todo el compromiso y sin querer tener ningún rédito u honorario», por lo que aseguró estará «eternamente agradecido».

Tras contarle lo sucedido, ambas partes decidieron llevar la denuncia a la siguiente instancia y la misma fue ratificada en la justicia, para lo cual citaron a Lautaro a declarar en Tribunales.

«Yo tramito la denuncia con ella, y hasta ahora lo último que hice con la justicia fue ir a Tribunales en abril de 2013, donde me citaron a rectificar lo que había dicho ante Gabriela ante otro tipo que tomaba nota para dejarla definitivamente asentada en Tribunales. Eso fue lo último. Estamos a febrero de 2020, pasaron siete largos años, y no hubo ninguna novedad«, concluyó.

El caso Orellano y las similitudes

«Lo mío en lo personal un poco lo negué en ese momento. Veía que mi entorno más cercano aún seguía sufriendo cuando se enteraba de este tipo de noticias. En ese entonces había personas que me decían ‘che, ¿y si dejas de salir por un tiempo?’, y yo tenía 19 años… por eso a mí tampoco me agarró ese miedo de no querer salir más. No me encerré, y de alguna manera dije ‘ya está, tengo que seguir con mis cosas’. Siete años después, que se da este caso que es lamentable y que debe ser esclarecido por la justicia, de algún modo obviamente lo primero que uno siente es dolor, mucha angustia, mucha impotencia sobre todo. A medida que iba pasando el tiempo tal vez me iba dando cuenta lo pequeñito que es uno frente a ciertos personajes o sectores que ostentan poder y hasta están contentos de ser impunes, pero sí me chocó porque pensé en que le pasó exactamente lo mismo, con la diferencia de que hay 5 metros entre un lugar y otro», comenzó a explicar Lautaro Ruiz a este medio, al ser consultado por cómo recibió la noticia del asesinato de Carlos Orellano.

«Ahí logré entender un poco más cómo lo vio mi entorno cercano cuando me pasó a mí. Cuando a mi viejo lo llamaron diciéndole ‘a tu hijo le pegaron y está en el hospital’, yo recuerdo que él después me cuenta que pensó: ‘Yo no sabía si iba a buscar un hijo que estaba muerto o que estaba peleando’«, siguió con sus sensaciones, en una imagen que es difícil de separar de las escenas de dolor que se vivieron en familiares y amigos de Orellano en los últimos días en La Fluvial.

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Lautaro es un joven comprometido con los derechos humanos y los movimientos sociales, por lo que su presencia ayer no fue la primera en algún reclamo por justicia y en solidaridad. Sin embargo, por todas estas similitudes y por lo cercano que sintió todo lo sucedido, fue que se decidió a hablar con la familia de Carlos y contarles que él había pasado por la misma situación, poniéndose a disposición de lo que puedan necesitar de ahora en más.

En el marco de la concentración realizada este jueves, donde cientos de personas reclamaron justicia por el crimen de ‘Bocacha’, Ruiz pudo dialogar con la hermana, el tío y amigos de Carlos, para expresarles apoyo y narrarles su historia, en la que se comprueba el violento accionar que denuncia la familia de parte de los encargados de seguridad de los boliches.

«Los padres estaban desvastados así que no pude llegar a tener contacto, pero sí con la hermana, el tío y amigos. Todo de a poco me va movilizando algo que tenía negado, que era lo que me había ocurrido a mí. Me acerqué diciéndoles que como un ciudadano más les daba mi apoyo y solidaridad, que uno no iba a poder ir y mover los estamentos de la justicia, pero sí tal vez desde el rol civil que cuenten con mi apoyo, y les expresé que me sentía particularmente tocado porque me había pasado exactamente lo mismo. Ahí estaba reunido con la hermana y con un amigo de él. La hermana rompió en llanto y me decía ‘Qué suerte que puedas estar acá, contándolo‘. Quería que sepan que a alguien le pasó esto, que la violencia está igual de intacta, pero que lejos de hacerme a un lado quiero estar lo más cerca que se pueda para dar una mano y no callarme», terminó por contar el joven que hoy tiene 26 años.

Ayer por la mañana, la Municipalidad procedió a la clausura del boliche Ming River House por 45 días. «Hemos tomado la medida de clausura preventiva por 45 días o hasta que el Ministerio Público de la Acusación avance con las investigaciones. Y también vamos a analizar sanciones definitivas. Esperen de nosotros el máximo rigor, tanto del municipio como, entiendo, de los concejales de todo el arco político. Hay situaciones que no se pueden tolerar más», apuntó el intendente Pablo Javkin tras el acto de izamiento frente al monumento a Manuel Belgrano, en el Parque Independencia. Previamente, cientos de personas se movilizaron para reclamar por justicia y por el esclarecimiento del caso.