Foto gentileza Kike Para/El País

 

España por muchos años fue la vanguardia europea de conquistas sociales. Fue el tercer país del continente en legalizar el matrimonio igualitario, su movimiento feminista es el más fuerte de Europa, y por mucho tiempo no tuvo un partido de derecha radical en escena política. Para un país tan abatido por la crisis financiera de 2008, era sorprendente que ese enojo popular no hubiese sido cooptado por un partido reaccionario que usara a los inmigrantes como chivos expiatorios de los males del capitalismo financiero.

Sin embargo, la imagen de una España abierta, democrática, inclusiva y tolerante se comenzaría a desmoronar el primero de octubre de 2017. Ese domingo se celebró el referéndum por la independencia catalana.  Las imágenes de la guardia civil abatiendo votantes no hizo mucho por ese imaginario democrático español. Pero si algunos se preocupaban por aquellos abatidos por las fuerzas de seguridad, otros se enojaban con Rajoy porque puso en peligro la indivisibilidad de la nación española con su “mano blanda”.

Para estos nacionalistas españoles, sus compatriotas que viven en Cataluña no eran españoles, por más que piensen que la comunidad autónoma es parte indivisible de España. La legitimidad de Rajoy -y del Partido Popular (PP)- se desvanecía entre estos votantes, que ponían España delante de todo. Esa legitimidad termino de morir cuando Rajoy fue echado de su cargo tras un escándalo (de tantos) de corrupción y le entrego el gobierno a los rojos de Pedro Sánchez.

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El desastre en Cataluña (con un bloque independentista que no pensaba parar) y el fracaso del PP le permitió a un partido que nació muerto, volver a nacer. En diciembre de 2018, en las elecciones autonómicas de Andalucía, Vox sacaba el 11% de los votos.

Vox se fundó en 2013 de la mano de Santiago Abascal, un ñoqui de la maquinaria del PP en el gobierno de la Comunidad de Madrid que cobraba 82 mil euros al año por dirigir una fundación con un presupuesto de 180 mil euros. Por esos más de 260 mil euros que pagaban los madrileños para mantener a Abascal recibieron a cambio la ejecución de un no modesto total de 0 proyectos.

Los primeros años de Vox fueron tan exitosos como la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social de Abascal. Su objetivo era meter un eurodiputado en las elecciones europeas de 2014. Se quedaron cortos por 18000 votos. Las elecciones generales españolas de 2015 y 2016 fueron mucho peores. En ninguna lograron superar el 0.3% de los votos.

Sin embargo, de repente, la excepción ibérica a la ultraderecha europea desapareció. Pero si bien la política española comenzaba, poco a poco, a parecerse más a la del resto de Europa, con la aparición de una derecha radical, España seguiría siendo tierra de excepciones.

En la jerga política europea existe un concepto conocido como “cordón sanitario”. Básicamente es un pacto tácito entre partidos para no negociar con la extrema derecha. Como en Europa se manejan con sistemas parlamentarios donde los gobiernos son el resultado de mayorías en los parlamentos, el cordón sanitario es esencialmente el compromiso a no formar gobierno con partidos radicalizados que pongan en peligro el orden democrático. El cordón sanitario es moneda corriente en casi toda Europa, y si se rompe es luego de varias participaciones de la derecha radical en las elecciones, luego de que se haya normalizado su presencia. Definitivamente no es normal pactar con un partido así luego de su primera vez en ganar escaños.

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Le tomo a la centro derecha española una sola elección para romper el cordón sanitario alrededor de Vox (aunque podríamos discutir si es que alguna vez hubo un cordón en España). El gobierno que saldría de las elecciones andaluzas, y el de Madrid más adelante, sería liderado por el PP con el apoyo de Vox y Ciudadanos (un partido liberal).

Desde esas elecciones, Abascal no paraba de aparecer en la televisión española. Vox dominaba los canales, y esta cobertura impulsó al partido a sacar un 10% en las elecciones generales de abril de 2019. Sin embargo, de esas elecciones no salió una mayoría clara. Tampoco ayudó que los egos de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias truncaran la formación de un gobierno progresista. Esto llevo a una nueva cita entre los españoles y la urna para noviembre de ese año. El socialismo de Sánchez volvió a ganar, pero los verdaderos ganadores fueron los de Vox que pasaron a sacar más de 15 puntos y se convirtieron en la tercera fuerza de la política española.

Actualmente, Vox sigue siendo la tercera fuerza en las encuestas, pero con más votos. El partido está encuestando alrededor de los 18 puntos, muy por encima del promedio para este tipo de partidos en el resto del continente, que es más cercano al 12. De alguna manera, España vuelve a ser un caso excepcional con su derecha radical.

Puede ser que esté un poco pesado con las excepciones, pero es que las hay tantas y acá hay otra. Sin decir que sea positivo, pues suelen excluir a todos aquellos que no sean blancos y cristianos de sus ideas de pueblo, las derechas radicales europeas parecen preocuparse por su pueblo (al menos discursivamente, porque el pueblo no es solo quienes se ven como queremos), abogando por un estado social, aunque de corte chauvinista. Vox es acá otra excepción española. Al partido de Abascal no le interesan los españoles, le interesa España.

Y no, España acá no serían los españoles. Para Vox, España es una idea encarnada en la bandera, el escudo, el Rey, el catolicismo, y, sobre todo, la unidad de la nación.

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El programa con el que Vox se presentó a las elecciones de 2019 se titula “100 medidas para una España viva”. El primer apartado de medidas, las más emblemáticas, las banderas partidarias, las que deben movilizar a tus votantes, se llama “España, unidad y soberanía”. Para Vox lo que más necesita España es terminar con el régimen autonómico, encarcelar a los dirigentes independentistas, eliminar la autonomía catalana, proteger a la bandera y al escudo, y propagar el español.

España no necesita, para Abascal, ayudar a sus ciudadanos. Porque si fuera el caso, no abogaría por desmantelar el estado de bienestar español, desfinanciar la educación y las pensiones públicas, destipificar la violencia de género como delito (poniendo en peligro a las mujeres españolas), luchar contra la salud de los españoles trans, tratar como ciudadanos de segunda a los españoles de origen migratorio y dificultar el ejercicio del derecho de libertad religiosa para los españoles musulmanes. Todas estas, se cuentan entre las 100 medidas que aparentemente son necesarias para darle vida a España.

Dicho esto, no debería sorprendernos que el votante de Vox no sea ese trabajador desamparado que el partido y los medios quieren (hacernos) creer. El votante -porque suele ser hombre- de Vox tiende a vivir en grandes ciudades, tener ingresos por encima de la media, y haber ido a la universidad. Esto no lo digo yo, es el hallazgo de un estudio de tres académicos en el jornal Political Research Exchange. En ese mismo estudio, los autores encuentran que los votantes de Vox tendían a ser más conservadores que los votantes del PP y tener sentimientos anti-inmigrantes mucho más fuertes que estos. El votante de Vox se perfila por su desconfianza hacia quienes no forman parte de su España ideal (por más que estos sean españoles). El problema, es que para Abascal y sus amigos pensar que las mujeres no sufren violencias, que los españoles son únicamente católicos, que los españoles son solo aquellos que no reciben ayuda estatal, es defender la unidad nacional.

Vox es el partido de aquellos nacionalistas reaccionarios que quieren construir una España católica, de mujeres sometidas, y de capitalismo salvaje. Vox es el partido de España, no de los españoles. Vox es el partido de la España franquista que debía haber muerto con él.