El papa Francisco viajó hoy de Quito a Guayaquil para visitar el Santuario del Señor de la Divina Misericordia, el segundo templo más grande de la ciudad, y oficiar su primera misa campal multitudinaria en el Parque Samanes.

En su segundo día en Ecuador, el Papa partió desde Quito a las 11 (hora argentina) para aterrizar en Guayaquil y dirigirse directamente al santuario.

Poco más tarde, en el Parque Samames, un espacio verde con una superficie de 379 hectáreas y tercero en extensión en América latina, oficiará una misa donde se espera la presencia de más de 1.200.000 personas.

El parque fue habilitado ayer al mediodía al ingreso de los feligreses, por lo que muchos de ellos pasaron allí la noche.

Tras la misa, que estará dedicada a la «Familia», Francisco almorzará con 20 padres jesuitas del colegio Javier y en cuyas aulas estudiaron varias personalidades del país.

El almuerzo al que no tendrá acceso la prensa incluirá cebiche de camarón, pollo y carne y los famosos plátanos ecuatorianos.

El Santo Padre tendrá a su disposición una habitación para descansar antes de emprender el regreso a Quito para volver a reunirse con el presidente Correa a las 21 (hora de Argentina) en el Palacio de Carondelet y, finalmente, visitar la Catedral de la ciudad.

Una multitud de fieles exhautos espera la misa campal

El papa Francisco celebra este lunes la primera de dos misas campales en Ecuador por las que millones de fieles aguardan, exhaustos, tras largas y sacrificadas vigilias.

El pontífice argentino, de 78 años, llegó el domingo a Quito y en su mensaje le recordó a su «querida» Sudamérica, a la que regresó después de dos años, la deuda pendiente con los más frágiles y vulnerables.

Francisco abogó por un «diálogo y participación sin exclusiones» que permita que «los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía toda América Latina tiene».

Un millón y medio de fieles, entre ecuatorianos de todas partes, y peruanos y colombianos que cruzaron las fronteras, son esperados en la liturgia que oficiará el pontífice en Los Samanes.

En el parque Bicentenario de Quito, Francisco celebrará otra misa campal el martes a la que se prevé asista un número similar de creyentes.

Losa Elena Lata, una anciana de 82 años, viajó por tierra 16 horas desde el sur de Ecuador para intentar «el milagro celestial» de ver al papa entre la multitud en Guayaquil. «Realmente parece Jesús. Yo lo quiero ver porque viéndolo voy a ver a Jesús», dijo esta mujer a la agencia AFP mientras se alistaba para pasar la noche del domingo bajo el calor y la humedad de Guayaquil, el principal puerto de Ecuador.

Ya con la piel enrojecida y sofocados, decenas miles de personas guardaron vigilia en carpas y bolsas de dormir o incluso sobre cartones.

El nonagenario jesuita que aguarda a Francisco 

Francisco, que visitó Guayaquil a inicios de los ochenta cuando era rector del colegio argentino San José, visitará brevemente el santuario del señor de la Divina Misericordia, en las afueras, y después llegará a Los Samanes en papamóvil.

Concluido el acto litúrgico, se dirigirá al colegio Javier de los jesuitas donde almorzará con otros religiosos y descansará un poco antes de regresar a Quito para una reunión con el presidente Rafael Correa y una visita a la catedral metropolitana, en el corazón histórico de la capital.

En ese centro educativo lo espera el nonagenario sacerdote Francisco Cortés, conocido como padre Paquito, a quien el Papa le hizo saber, por terceros, que quería verlo después de su último encuentro hace 30 años en Buenos Aires.

«Para mí es un acto de humildad de ese hombre, acordarse de una persona sin ningún mérito y nada especial. Ha insistido en que quiere verme», dijo Cortés en una reciente entrevista a la AFP.

Según Cortés, el sumo pontífice le guarda agradecimiento por el trato que recibieron los alumnos que ayudó a formar hace décadas.

En sus primeras horas en Ecuador, Francisco ya dio muestras de la sencillez y calidez que lo han hecho famoso en el mundo: dejó que le tomaran selfies en el aeropuerto, permitió que un periodista le besará la mano y salió sorpresivamente a bendecir a los fieles que lo aclamaban de noche en las afueras de la Nunciatura Apostólica, donde se aloja, no sin antes pedirles que dejaran dormir a los vecinos.

En el parque Los Samanes la popularidad del Papa también es aprovechada por los comerciantes que, al igual que los fieles, debieron hacer largas vigilias.