El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, nominó a la jueza Amy Coney Barrett para la Corte Suprema de Justicia y pronosticó que el Senado, con mayoría republicana, procederá a confirmarla «muy rápido».

Con la nominación de Barrett para ocupar la vacante que se produjo en el máximo tribunal por la muerte de la progresista Ruth Bader Ginsburg, Trump apuesta a dejar conformada la corte para los próximos años.

Si bien los magistrados “conservadores” detentaban una mayoría de 5 a 4 respectos de los “liberales y progresistas”, con el fallecimiento de Ginsburg, considerada un ícono del feminismo, esa relación será la de una cómoda mayoría de 6 a 3. No obstante, se trata esta de una interpretación algo estática de una realidad que en los hechos (mejor dicho en los fallos) no se definía, en general, en base a esas lógicas.

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En la visión demócrata, esa mayoría deja abierta la posibilidad de rever temas de gran debate en la ciudadanía estadounidense, como la ley de aborto, que rige desde 1973, y divide a la sociedad.

Trump dijo que Barrett, a su lado en el jardín de la Casa Blanca, es «una de las mentes legales más brillantes y dotadas».

En la primer reacción ante la nominación, que desde hace dos días era un secreto a voces, el candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden, llamó al Senado estadounidense a no confirmar a la jueza Barrett antes de las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre.

«El Senado no debería pronunciarse sobre esta vacante» creada tras la muerte de Ginsburg «hasta que los estadounidenses no hayan elegido a su próximo presidente y su próximo Congreso», dijo en un comunicado, pocos minutos después de que el presidente Donald Trump confirmara a Barrett como su elección para ese puesto.

Se trata de un tema por demás espinoso y que, a menos de dos meses para las elecciones presidenciales, se ha convertido sin duda en la “sorpresa de octubre” (algo adelantada) que suele impactar en los resultados o al menos en las expectativas previas.

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Además, revela como los posicionamientos varían según el momento y las instancias políticas. En 2016, cuando Barack Obama encaraba los últimos meses de su segundo mandato en la Casa Blanca, también se liberó una vacante en la Corte Suprema. Entonces, el senador Mitch McConnell se opuso rabiosamente a que el presidente demócrata nominara a alguien para cubrir ese puesto, algo que la mayoría republicana logró. Ahora, se propone impulsar la candidatura que Trump dispuso.

En ese momento, tanto el propio Obama como el ahora candidato Joe Biden (entonces vicepresidente), manifestaban que era nada más que cumplir con el deber institucional nombrar a un juez ante la muerte de uno de los cortesanos. Incluso la recientemente difunta Ginsburg (cuyo último deseo, según dicen, fue que el próximo presidente llenara la vacante que ella dejara) había dicho que correspondía que el presidente, aun transitando un año electoral, debía nominar a un juez para la Corte para evitar la encerrona del empate en 4.