Por Alfredo Jalife-Rahme- www.alfredojalife.com

El demócrata Jimmy Carter y el republicano Daddy Bush, ex director de la CIA, no se pudieron relegir debido a que el primero fracasó con un operativo destartalado en Irán –Operación Garra de Águila, que intentó rescatar a 55 rehenes de Estados Unidos– y al segundo lo aniquiló la recesión.
Hoy Trump va viento en popa en los dos objetivos que se ha planteado para su relección: la migración y la economía.

Trump piensa ya en un tercer (sic) mandato cuando ha insinuado permanecer más en el poder si la gente se lo pide y que, ahora sugiere, puede ser “por siempre”.

Su obsesión, para no decir fijación sicológica, se centra en su relección, que bien pudo haber puesto en peligro con el síndrome Carter, por lo que quizá Trump se haya retractado 10 minutos antes de las represalias al humillante derribo de un mega-dron de 220 millones de dólares.

La máxima presión de Trump y su contrapartida de máxima resistencia de Irán comportan también su exquisito cronograma estratégico. No solamente hubieran sido un desastre las represalias de Trump, con un Congreso reticente y el vacío del Pentágono sin un secretario aprobado, sino, más que nada, se hubieran adelantado con exagerada antelación a 17 meses de la crucial elección presidencial cuando el óptimo momento, dependiendo de otras variables en desarrollo, sería la sorpresa de octubre de 2019.

A cada quien su teoría y su jerarquía geoestratégica sobre la insólita retractación de Trump.

Para la narrativa popular, que aboga The New York Times, aunque ya se había adelantado dos días antes Zero Hedge, Tucker Carlson, el conductor estrella de Fox News, convenció a Trump de abjurar por estar cometiendo un error costoso. ¡Ahora resulta que los conductores de los massmedia ya saben geoestrategia!

La justificación menos creíble es la que dio el mismo Trump: de que las represalias no serían proporcionales (sic) y de estar preocupado por la probable muerte de 150 iraníes durante los bombardeos programados cuando justamente sus sanciones, que forman parte de una verdadera guerra económica, han cobrado màs vidas persas en forma subrepticia.

Ante la legendaria resiliencia iraní, Trump puede perorar las bravatas que quiera cual su costumbre, como señaló en una entrevista a NBC: “No quiero una guerra con Irán, pero si ésta se produce habrá destrucciones nunca antes vistas”.

A través de varios intermediarios –Oman, Qatar, Japón y Suiza– es probable que a Trump le haya llegado el mensaje que luego explayó el comandante iraní de que se abstuvieron “de derribar un avión espía con 35 personas a bordo que acompañaba al dron de Estados Unidos”.

Nadie duda del inmenso daño material y humano que puede infligirTrump a Irán, que tampoco está manco y pudiera golpear severamente los intereses de Estados Unidos y sus aliados en la región, como asevera Richard Haass, director del influyente CFR, lo cual, a mi juicio –como aduje antier a CNN desde Beirut–, incendiaria toda la región y dispararía el barril del crudo a niveles estratosféricos con una consecuente crisis económica global o, por lo menos, empinaría a Trump a una indeseable recesión que le pudiera costar su relección por siempre.

Sin desear ir tan lejos, la primera guerra de Trump en Irán podría ser catalizador de la Tercera Guerra Mundial.

A nivel de la seriedad geoestratégica, más allá de conductores influyentes y bravatas de cantina, a mi juicio, pesó mucho la advertencia del zar Vlady Putin, presidente de la máxima potencia militar del mundo, quien comentó que un ataque de Estados Unidos contra Irán sería catastrófico para la región como mínimo (¡mega-súper-sic!) y escalaría las hostilidades con resultados impredecibles.