Por Ángel Molina

El 2021 ha comenzado con algunos anuncios importantes, apenas cubiertos por estas latitudes, en el estratégico Sultanato  de Omán. A un año de la asunción del nuevo monarca Haitham bin Tariq, los esfuerzos económicos del país árabe se concentran en acelerar el proceso de diversificación de su economía y en pensar un “nuevo contrato social” con sus ciudadanos que se adecúe a un escenario de agotamiento del modelo dependiente de los hidrocarburos. Por otro lado, y con el fin de transmitir una señal clara de estabilidad y previsibilidad a largo plazo, el sultán omaní ha designado por ley, a mediados de enero de este año, al príncipe heredero en un hecho inédito en la historia del país.

Entre la excepcionalidad religiosa  y las apetencias británicas

El sur de la península arábiga ha sido, desde los primero siglos del Islam, el territorio donde algunas de las expresiones islámicas minoritarias encontraron refugio y constituyeron sus estados. En el suroeste, los zaydíes (una rama del shiísmo) se asentaron ya a finales del siglo IX y aún siguen siendo protagonistas de la historia de la región resistiendo el embate de la coalición encabezada por Arabia Saudí desde 2015. En el sureste hicieron lo propio los ibadíes (una rama escindida tempranamente de los jariyíes – corriente diferente a los sunnitas y a los shiítas que hoy cuenta con unos pocos seguidores en Omán, Zanzibar y algunas zonas en el norte de áfrica). Así, desde el siglo VIII, la historia de esta zona del Golfo Pérsico  ha estado unida a la del movimiento ibadí y su Estado.

La apetencias europeas sobre la zona se hicieron sentir con la toma de la ciudad de Mascate en 1515 por los portugueses, quienes serían expulsados un siglo más tarde por acción tanto de los otomanos como de los ibadíes . A partir de entonces, el Imamato Ibadí  se consolidó como una fuerza marítima y comercial que extendió su autoridad incluso sobre las costas orientales africanas.

Pero para mediados del siglo XVIII una disputa al interior de los ibadíes entre los seguidores del sultán y los del imam (que algunos historiadores árabes le atribuyen directamente a injerencia británica), abrió las puertas a una explicita intervención de Gran Bretaña. Las disputas entre el sultanato y el imamato se mantuvieron abiertas durante todo el S. XIX mientras los británicos consolidaron sus intereses económicos y militares mediante toda una serie de “acuerdos y tratados” con el Sultán a quién, tras convertir al sultanato en un protectorado británico, compensaron con un constante apoyo en las acciones bélicas emprendidas contra el imamato.

Recién en 1920, mediante el Tratado de Sib, se alcanzó un acuerdo de paz reconociendo de hecho el control de las costas por parte del Sultán y del interior del actual Omán por parte del Imam y sus partidarios. Sin embargo, denunciando la injerencia británica (presente a pesar del reconocimiento formal de la independencia de Omán en 1951) y la fragmentación territorial, el imamato se levantó nuevamente contra el poder del sultán en 1954. Esta vez la intervención militar de Gran  Bretaña y del Irán del Shah fue decisiva y permitió al sultanato acabar con la rebelión del imamato en 1959.

Los conflictos para el Sultán no se habían acabado, a la disputa por la legitimidad ibadí, le siguió un levantamiento que convocaba al pueblo en clave anti-imperialista: el Frente para la Liberación de Dhofar, surgido en una de las zonas más pobres del sur omaní. Desde 1968 convertido en Frente Popular por la Liberación de Arabia y el Golfo Árabe Ocupado, el movimiento consiguió el apoyo de vastos sectores de la población y su crecimiento preocupó a elementos del poder omaní que consideraban que el Sultán era incapaz de resolver el conflicto. En 1970, Qaboos bin Said derrocó y envió al exilio a su padre para luego, con el apoyo militar de Gran Bretaña, Irán y Jordania, emprender una dura campaña militar contra los grupos armados y, al mismo tiempo, realizar una serie de reformas políticas y económicas para ganarse el apoyo de la población.

Qaboos bin Said gobernó Omán los siguientes cincuenta años. Durante ese período el sultanato combinó una política económica rentista, dependiente del petróleo, con una redistribución orientada hacia los “nacionales”  (el 56% de la población del país) y una política exterior atenta a la compleja relación de fuerzas en la región, sobre todo desde 1979.

Agotamiento de recursos y convulsiones regionales

La revolución islámica en Irán dejó a las monarquías árabes sin un histórico aliado, el temor a una onda expansiva que amenazara los intereses de las familias gobernantes generó toda una serie de acciones para encapsular y combatir a la joven república islámica. A la guerra iniciada por Iraq en 1980, con el apoyo financiero de las monarquías del golfo, le siguió la creación del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, un instrumento de coordinación de políticas regionales  que tiene a Arabia Saudí como actor determinante.

Si bien, en tanto monarquía, Omán comparte con sus vecinos de la península posiciones políticas similares, el sultanato ha sabido mantenerse alejado de conflictos de dudosos desenlaces. Compartiendo con Irán el control del estrecho de Ormuz, y por lo tanto el acceso al Golfo Pérsico   y sus recursos, Omán ha sido siempre consciente de la necesidad de mantener relativamente estable esta estratégica zona.

Sin descuidar las buenas relaciones con Arabia Saudí, Omán mantuvo una política exterior independiente, actuando en muchas ocasiones como un mediador confiable en distintos conflictos regionales. El sultanato ha realizado ejercicios militares en conjunto con las fuerzas iraníes, no se ha plegado a la ofensiva saudí contra Yemen, nunca cortó relaciones  con el gobierno sirio y no se sumó al bloqueo saudí y emiratí contra Qatar. Esta política exterior  del sultanato, a pesar de las fuertes presiones de sus aliados peninsulares más poderosos,  le permitió no sólo posicionarse como un actor político de relevancia en Oriente Medio, sino también establecer convenientes acuerdos comerciales con sus vecinos, más allá de su posición política o adscripción religiosa.

Pero las preocupaciones de Qaboos bin Said en sus cincuenta años de gobierno, no fueron sólo la estabilidad interna y regional del sultanato sino también la necesidad de diversificar una economía todavía completamente dependiente de los ingresos petroleros. La fuerte caída del precio del petróleo en 2020 hizo que  el nuevo sultán, Haitham bin Tariq, enfatizara la necesidad de acelerar cambios económicos estructurales en el país que supondrían, entre otras medidas, la reducción de algunos subsidios. De no mediar una gestión prudente de estas reformas, la implementación de estas medidas podría generar movilizaciones populares de descontento como las registradas en 2018.

La reciente designación por ley del sucesor del Sultán, debe leerse como un intento de la monarquía por generar garantías institucionales de continuidad y estabilidad en un escenario que se avecina complejo desde lo económico,  con un previsible impacto en el aumento del malestar político de la población omaní.