Por Ángel Horacio Molina

Los recientes anuncios de la administración Trump, reconociendo la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental a cambio del pleno establecimiento de relaciones diplomáticas del país árabe con Israel, es el corolario de una serie de políticas norteamericanas destinadas a explicitar lealtades y enemigos en una región de la cual Estados Unidos no piensa retirarse.

La “normalización” y sus antecedentes

El jueves 10 de diciembre, Donald Trump anunciaba en las redes sociales dos nuevos “hitos” de su política exterior: el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el país magrebí e Israel. Ambos anuncios, a apenas seis semanas de dejar la Casa Blanca, se suman a una serie de acciones articuladas para favorecer a los intereses israelíes, proyectar su área de influencia y debilitar, al mismo tiempo, a las expresiones (estatales o no) de resistencia.

Los intentos por conseguir que los distintos estados árabes reconozcan la existencia de Israel y establezcan plenas relaciones con el mismo, no son exclusivos de la actual administración norteamericana. Los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel en 1978, bajo los auspicios del presidente demócrata Jimmy Carter, son el antecedente visible de un proceso que parece acelerarse en los últimos meses.

Sin embargo, lejos de las formalidades de los actos protocolares y de la puesta en escena de los anuncios diplomáticos, las relaciones de cooperación (sobre todo en materia de seguridad) entre buena parte de los estados árabes e Israel se remontan incluso a los primeros años de existencia de este último, en la segunda mitad de la década del cuarenta.

Bajo la protección de las mismas potencias, Gran Bretaña primero y Estados Unidos después, las monarquías árabes e Israel establecieron complejos canales de cooperación en el marco de las estrategias globales de los países hegemónicos, pero también coordinaron sus acciones en pos de sus intereses regionales comunes.

Así, fue el mismo rey Abdullah de Jordania quien mantuvo una serie de entrevistas con Golda Meir en noviembre de 1947 y mayo de 19482 para acercar posiciones. Esto explica la triste y débil acción militar que llevaron a acabo los líderes árabes de ese momento frente a la creación del estado sionista en lo que la resistencia palestina recuerda como un verdadero acto de traición. Incluso, el intelectual palestino Edward Said sostuvo al respecto que los ejércitos árabes nunca trataron de destruir Israel en 1948, dado que Jordania, que quería y obtuvo Cisjordania, actuó en connivencia con el recién creado estado. Desde entonces, los servicios secretos israelíes han velado por la seguridad del por entonces joven monarca jordano Hussein Ibn Talal; incluso en 1970 Israel amenazó explícitamente a Siria si avanzaba con sus tanques sobre el territorio jordano para defender a los palestinos de la masacre conocida como el “Septiembre Negro”. La cooperación entre ambos países los llevó incluso a intervenir de manera conjunta en el convulsionado Líbano de la segunda mitad de la década del setenta en apoyo a las falanges cristianas frente a un enemigo en común: los palestinos. Finalmente, en 1994, Jordania transparentó esta relación de décadas con Israel firmando un acuerdo de paz que sólo sirvió para explicitar la orfandad de la causa palestina.

También la monarquía saudí, autoproclamada custodia de los Lugares Sagrados del Islam, mantiene desde hace tiempo sólidas relaciones con los servicios secretos israelíes y sus fuerzas de defensa. En conjunto han actuado en la guerra civil yemení de 1962, en Afganistán contra las fuerzas soviéticas, en el Líbano contra Hizbullah y en una serie de actividades encubiertas contra Irán desde 1979, por mencionar sólo los casos que han sido ampliamente documentados. Al mismo tiempo que Arabia Saudí despliega una serie de acciones contra otros países árabes (Siria, Yemen y Qatar) funcionarios de ese país han manifestado que estarían dispuestos a abrir su espacio aéreo para una acción militar israelí contra Irán y, según lo dieran a conocer los propios medios de comunicación israelíes, Netanyahu (acompañado de Yossi Cohen, jefe del Mossad) habría visitado el país árabe a fines de noviembre para entrevistarse con el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salmán (el arquitecto de la política exterior y de defensa del reino).

El caso marroquí

En el caso específico de Marruecos, las relaciones con Israel se establecieron también tempranamente. Desde 1948 hasta 1956, año de la independencia marroquí, 150.000 judíos marroquíes fueron trasladados a la Palestina ocupada con la anuencia de Muhammad V y la imprescindible logística israelí. Ya desde 1954 el Mossad, con Isser Harel a la cabeza, había establecido una base de operaciones en Marruecos con el fin de monitorear de cerca las tareas de traslado de la población judía. Estas operaciones de traslado de judíos marroquíes a Israel formaban parte de un proyecto conjunto de Marruecos, el estado sionista y Francia. El grado de colaboración entre estos tres países quedó expuesto públicamente en 1966 con el asesinato del intelectual marroquí Mehdi Ben-Barka en suelo francés.

La colaboración israelí con el reino magrebí adquirió un nuevo impulso desde 1975, cuando Marruecos decidió incorporar a su territorio al Sahara Occidental, espacio del que acababa de retirarse España. El asesoramiento israelí se dirigió al ámbito militar, fortaleciendo las fuerzas de Hasan II contra al Frente POLISARIO y su lucha independentista.

“En 1986 la buena relación entre Israel y Marruecos se oficializó mediante la cumbre que mantuvo el rey Hasan II y Shimon Peres, que le permitió al monarca marroquí ganarse las simpatías del gobierno norteamericano y del influyente lobby sionista de los Estados Unidos, en momentos en que las finanzas marroquíes necesitaban más que nunca de la ayuda económica estadounidense. En 1993, el rey reconoció de hecho al Estado de Israel al recibir oficialmente al entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabín en lo que constituyó el primer viaje de estas características a un país árabe fuera de Egipto. Tras la muerte de Hasan II en 1999, su hijo Muhammad VI no hizo más que continuar la política de cooperación establecida por su padre y que culmina con el anuncio del pasado jueves realizado por el presidente norteamericano.

Lecturas posibles

Con el gobierno de Trump se aceleró el proceso de “normalización”, que en realidad no más que un blanqueo de relaciones de cooperación que vienen desarrollándose desde hace décadas entre algunos países árabes e Israel. Si bien, como vimos, nos encontramos frente a la instancia final de un largo proceso de formalización pública de sus relaciones diplomáticas plenas, la actual administración abandonó completamente la simulación declamativa con respecto a la necesidad de alcanzar un acuerdo justo entre los palestinos e Israel, haciendo propio el proyecto del gobierno de Netanyahu y presentándolo como “el acuerdo del siglo”.

Con este gesto, mediante la promesa de ayuda económica, militar y política, los estados árabes históricamente próximos a las políticas estadounidenses, comenzaron a transparentar su situación con Israel. El paso dado por Emiratos Árabes Unidos en septiembre de este año, sirvió para medir el bajo costo político que tamaña medida tuvo en una población que apoya masivamente la lucha palestina. Esto allanó el camino para que Bahrein, Sudán y ahora Marruecos se sumaran a una lista que, seguramente, seguirá aumentando.

La principal afectada con estos acuerdos es sin dudas la causa palestina, que atraviesa su peor momento desde 1947, pero también las organizaciones y países que se oponen a la “pax americana” pensada desde Tel Aviv para la región. Con la intención de dirigir todos los esfuerzos contra Irán, las monarquías del golfo ven un futuro de estrecha colaboración con Israel y sus servicios secretos; lo que les permitirá atacar a otros enemigos regionales que aparecen como obstáculos en sus proyectos de hegemonía local (Hizbullah, las milicias iraquíes, Ansarullah, etc.).

La ecuación para Marruecos es también satisfactoria, la “normalización” permite conseguir el primer reconocimiento explícito, por parte de una potencia occidental, de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. De esta manera, las acciones militares a una escala mayor contra los saharauis, “los palestinos del Magreb”, cuentan, desde el pasado jueves, con la anuencia publica de la mayor potencia militar del mundo.