Un nuevo ciclo lectivo comienza en Yemen a pesar de que el coronavirus y una brutal guerra que ya dura siete años, se cobraron la vida de decenas de miles de personas, obligó a millones a dejar sus casas y condenó a los menores a un futuro incierto.

Decenas de niños se arrodillan en un aula improvisada al aire libre en Taiz, tercera mayor ciudad del empobrecido país árabe para iniciar sus actividades.

«Estudiamos un día sobre el piso, otro día en el tejado, y otros días en la calle», explica Laith Kamel, de séptimo año, citada por la agencia de noticias AFP.

«Durante cuatro años hemos estado esperando ir a una escuela de verdad», acota.

Por todo el país hay niños que no tienen clases en absoluto o, cuando las tienen, carecen de elementos básicos, como pupitres, asientos o baños.

La pandemia del coronavirus complicó la vida para niños y maestros.

Una tercera ola de contagios golpeó a los 30 millones de habitantes del país al inicio del año escolar, dijeron en agosto las autoridades.

Pero las mascarillas y el distanciamiento social son lujos que no están al alcance de la mayoría en Yemen, donde la guerra tiene a millones de desplazados al borde de la hambruna.

Yemen reportó casi 8.000 casos de Covid-19, con más de 1.470 muertes, pero la ONU sostiene que se hacen pocas pruebas y que la cifra real podría ser mucho más alta.

Según Unicef, el brote de Covid obligó a cerrar el año escolar anticipadamente en los cursos 2019-20 y 2020-21.

La epidemia afectó a «la educación de casi 5,8 millones de alumnos de primaria y secundaria, incluyendo a 2,5 millones de niñas», apuntó la agencia de la ONU.

Un contexto que dejó a Yemen sumido en la peor crisis humanitaria del mundo, según la ONU. Grupos humanitarios dicen que el conflicto ha dejado decenas de miles de muertos.

Unos 3,3 millones de personas han sido desplazadas y más del 80% de la población necesita asistencia, asegura Naciones Unidas.

«Para empeorar las cosas, dos tercios de los educadores de Yemen (de un total de 170.000) no han recibido el salario regularmente en más de cuatro años, indicó Unicef.

«Eso deja a alrededor de cuatro millones de niños adicionales en riesgo de ver interrumpida su educación o de abandonarla porque los maestros renuncian a la enseñanza por falta de pago», agregó.

Además de la pandemia, la guerra trasformó el país en un infierno para estos niños.

Varias escuelas fueron destruidas en el conflicto entre las fuerzas del Gobierno y los rebeldes hutíes, mientras que otras fueron convertidas en campos de refugiados o en instalaciones militares.

Ya antes de la pandemia había unos dos millones de infantes que se habían quedado sin lecciones, según la un informe de la ONU.

Para los inscriptos en la escuela Al Thulaya de Taiz, donde la matrícula cuesta cerca de un dólar por alumno, las clases se imparten en un edificio sin terminar

Las autoridades escolares afirman que el Gobierno, enfrascado en el conflicto con los rebeldes, no puede proporcionar instalaciones adecuadas, así que la matrícula que cobran se usa para alquilar un edificio sin ventanas ni alcantarillado.

Los educadores son conscientes de que estas condiciones no son adecuadas para los menores, y señalan que muchos de ellos abandonan las aulas.

«Hay abandono porque no hay servicios básicos, como asientos y baños», comenta Abdulghani Mahyoub, director de la escuela Al Thulaya, con 900 estudiantes.

«Vivimos a la intemperie, la mayoría de los alumnos estudian al aire libre», admite.

Más aún, «los niños se enferman todo el tiempo» en las clases saturadas, apunta por su parte Asia Ahmed, una maestra.

Taiz, una ciudad de 600.000 habitantes bajo control del Gobierno pero acosada por los rebeldes hutíes desde 2015, es una de las localidades más conflictivas de Yemen y ha sido bombardeada repetidamente por los insurgentes.