El inspector de mosquitos Carlos Varas recorre las casas de Miami llevando poderosas armas: gotero, larvicida y pesticida. Su misión es destruir al Aedes aegypti antes de que el zika se apodere de la ciudad.

Varas recoge con el gotero un poco de agua empozada entre las plantas del patio de una casa. Examina la muestra y hace una mueca de satisfacción: adentro, unos diminutos bichos se mueven nerviosamente.

Son las larvas del malévolo mosquito.

«Si encontramos larvas, echamos larvicida; si encontramos mosquitos adultos en el área, los rociamos con spray», cuenta Varas a la AFP.

El Departamento de Gestión de Residuos Sólidos del condado de Miami-Dade se prepara así para la llegada del verano, mientras espera -como el resto del estado de Florida- los fondos federales para enfrentar la amenaza inminente del zika.

Este virus, transmitido por mosquitos del género Aedes (aegypti y albopictus), no tiene vacuna ni tratamiento y puede causar terribles malformaciones a los recién nacidos.

«Este es un trabajo que no solamente tiene que hacer el servicio de salud, lo tiene que hacer la comunidad», dijo Carlos Espinal, director del consorcio mundial de salud de la Universidad Internacional de Florida (FIU) y experto en enfermedades tropicales.