Por Ángel Horacio Molina

La joven monarquía jordana le debe su existencia y continuidad a la temprana  alianza establecida con la corona británica, Estados Unidos y el propio Israel. Con fronteras, caprichosamente trazadas, con Siria, Iraq, Arabia Saudita, Israel y Palestina, el papel de Jordania nunca ha sido menor en la región y en los distintos conflictos que asolaron a la misma.

Un Estado a medida de Gran Bretaña

Los primeros años del Siglo XX fueron especialmente agitados en Oriente Medio. Por una parte, las potencias europeas hacía tiempo estaban evaluando qué hacer con los territorios del Imperio Otomano que se mostraba ya como una entidad débil, que accidentadamente exacerbaba el nacionalismo turco aumentando, con ello, el malestar de las demás comunidades del imperio. Por el otro, todavía estaban frescas las imágenes de los levantamientos wahabíes con la dinastía Al-Sa’ud haciéndose fuerte en el corazón de la península arábiga, anticipando la  emergencia de la que sería la monarquía árabe más poderosa.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) aceleró el desmembramiento otomano. Aprovechando el descontento árabe, los británicos fomentaron y alimentaron el levantamiento armado de los mismos contra los turcos, a quienes hostigaron con acciones de guerrilla que dañaron notablemente su infraestructura en el Levante y la península arábiga. Las autoridades británicas le  habían  prometido al Emir de la Meca, Husayn ibn Ali (de la histórica dinastía hashemí), la creación de un estado árabe independiente que comprendería los actuales territorios de Siria, Líbano, Palestina, Jordania, Iraq y la península arábiga,  como recompensa a sus campañas militares contra los otomanos.

Lo cierto es que, en 1916, los británicos y franceses se habían dividido ya los territorios otomanos, mediante los acuerdos secretos de Sykes- Picot a espaldas de los árabes y sus intereses. A finalizar la Primera Guerra Mundial, el hijo de Husayn ibn Ali, Feysal, encabezó, sin el apoyo británico, la rebelión contra los franceses en Siria reclamando el cumplimiento  de lo prometido. Su hermano, Abdallah, se dirigirá a la región que actualmente es Jordania para controlar a las caóticas tribus de la zona y fortalecer las posiciones de Feysal.

El proyecto de un Estado Árabe con Feysal a la cabeza terminó de naufragar con la ocupación total de Francia de Siria y Líbano. Sin embargo, Gran Bretaña (con Churchill como secretario de estado para las colonias) vio la oportunidad que le ofrecía el poder Abdallah sobre las tribus de la zona y  decidió negociar con él la creación de un Emirato (Transjordania) dirigido por el descendiente hashemí pero bajo control británico. A Feysal los británicos lo premiarán con su designación  como monarca del igualmente artificial “Reino Hashemita de Iraq”.

Desplazados completamente de la península arábiga, su lugar de origen, por los saudíes en 1924, la dinastía hashemí se concentró en fortalecer su endeble posición en Transjordania e Iraq con el respaldo de las fuerzas británicas.

A las promesas incumplidas a los árabes se sumó la famosa Declaración Balfour donde el gobierno británico (mediante su ministro de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour) manifestaba su beneplácito y apoyo a la idea de la creación de un estado judío en Palestina. Casi simultáneamente, estos dos productos de la injerencia británica en Oriente Medio, Jordania e Israel, declararían su independencia y desde entonces sus destinos estarán hermanados.

La creación de Israel y los nuevos problemas de la monarquía

Fue el propio rey Abdallah quien mantuvo sendas entrevistas con la dirigente sionista  Golda Meir entre noviembre de 1947 y mayo de 1948, lo que explicaría la pobre campaña militar que llevaron a acabo los líderes jordanos ante la creación de Israel y que le permitió al monarca hashemí quedarse con la administración de Cisjordania una vez finalizada la primera guerra árabe-israelí.

La llegada al trono de Husein en 1952 significó un afianzamiento de las relaciones con Israel. Luego de una serie de intervenciones israelíes destinadas a proteger la vida del joven monarca hashemí, en 1963 se llevó a cabo el primer encuentro entre el rey Husein y miembros del gobierno de Tel Aviv.

En tanto, la situación política interna fue, para la monarquía jordana, siempre compleja. Oriunda de la península arábiga, tuvo que establecer toda una serie de alianzas con las tribus beduinas locales para consolidar su poder y para neutralizar a la población palestina, cuyo número era importantísimo en los grandes centros urbanos. Por esta razón, los hashemíes dotaron a sus fuerzas armadas, herederas directas de la Legión Árabe formada por Gran Bretaña, de hombres provenientes, en su mayoría, de estas tribus beduinas con quienes procuró imponer una conciencia nacional jordana. La resistencia palestina fue, desde siempre, un problema a superar para los monarcas jordanos, no sólo por las buenas relaciones que tenían con Israel sino por el potencial desestabilizador que tenían las reivindicaciones revolucionarias palestinas. El gran porcentaje de población palestina en territorio jordano hizo que algunos sectores sionistas, encabezados por Ariel Sharon, propusieran al gobierno israelí la creación de un estado palestino en Jordania con el que se podría establecer, de ser necesario, un conflicto armado convencional; la idea fue descartada al meditar sobre el peligro que supondría para Israel un estado árabe revolucionario, vecino y en condiciones de desarrollarse militarmente.

En 1970 el rey desató, a través de sus fuerzas beduinas, una de las peores masacres sobre la población palestina: el tristemente conocido Septiembre Negro, donde 3.440 palestinos fueron asesinados, 10.840 fueron heridos y 6.000 hechos prisioneros en los diez días de acciones militares jordanas.

Husein procuró insistentemente afianzar las relaciones con Israel, incluso haciendo público sus esfuerzos. En 1973, poco antes de la guerra de Yom Kippur, el rey Husein en persona viajó a Israel donde fue recibido calurosamente por Golda Meir y en 1985 haría lo propio con Shimon Peres. Finalmente el 26 de octubre de 1994, Jordania e Israel firmaron un tratado de paz a pesar del descontento de la población jordana.

Reflotando viejos temores

En 1999, tras la muerte de Husein, Abdallah II se colocó a la cabeza de la monarquía hashemí sin que se produjeran cambios importantes en sus alianzas regionales (con Israel y las monarquías árabes) y globales (con Gran Bretaña y Estados Unidos). Si, por un lado y de manera pública, Abdallah II fomentó espacios orientados a combatir el sectarismo entre los musulmanes (como el documento conocido como “El Mensaje de Amman” de 2004), por el otro exacerbó estas diferencias al clamar contra el peligro de la “media luna shií” (Irán, Iraq, Siria y Líbano) y se sumó a las acciones desestabilizadoras contra Siria al intervenir en el conflicto sirio apoyando a los “rebeldes”  estableciendo en su territorio al Centro de Operaciones Militares para apuntalar las acciones del “Ejército Libre Sirio”.

Sin embargo, la principal preocupación del actual monarca jordano no proviene de Siria ni de los palestinos, sino de las “propuestas” para Medio Oriente realizadas por sus históricos aliados. Lo que Trump llamó pomposamente como “el Acuerdo del Siglo” (el proyecto estadunidense-israelí que diluye completamente la posibilidad de un Estado Palestino) ha dado lugar a la reaparición de un viejo temor en la monarquía jordana. Si las puertas a un Estado palestino en los territorios ocupados se cierran completamente, existe la posibilidad de que busquen constituirlo en territorio jordano (idea que ha vuelto a circular entre algunos políticos israelíes). Lo cierto es que Israel pretende una anexión de territorios pero sin una población palestina que pueda ser un “peligro demográfico”; por ello, tanto estadounidenses como israelíes han contemplado la posibilidad de “trasladar” esa población a Jordania generando el inmediato rechazo del rey hashemí.

Por el momento, Jordania espera expectante los próximos movimientos estadunidenses en la región  ya sin Trump en la Casa Blanca.